Oigo a mi alcaldesa, Cuca Gamarra, diciendo que ella defiende con arrojo la libertad de elección de centro escolar. Nadie puede oponerse a semejante frase porque doña Cuca escoge una palabra tremenda (ah, la libertad) imposible de criticar. Sin embargo, a esta declaración, aparentemente irrebatible, yo le encuentro varios inconvenientes.
Vivimos en una época dura, como nos advierte continuamente el Gobierno. Tiene razón el PP en quejarse de la herencia recibida: el país está hecho unos zorros y a ellos les toca la ingrata tarea de recoger los pedazos y volver a montar el reluciente puzzle que alguna vez tuvimos. Y quizá sea necesario sacar la tijera y ponerse a recortar.
No hay dinero y se han suspendido las oposiciones para incorporar nuevos maestros. Vale. Comparto la idea de Mariano Rajoy de que ahora hay que mirar muy bien dónde se gastan los euros y que todos debemos hacer un esfuerzo extra para salir del agujero. Entonces, ¿cómo es posible seguir defendiendo el concierto con los colegios privados cuando apenas hay dinero para la educación pública? Tal vez en los niveles obligatorios aún sea necesario por razones de densidad escolar…, ¿pero en el Bachillerato? ¿Qué sentido social tiene, con la que está cayendo, concertar (o siquiera subvencionar) el Bachillerato?
Los padres deben elegir el colegio que desean para sus hijos, como dice doña Cuca. Pero, si quieren irse a la escuela privada, tendrían que pagarla a tocateja. Si yo me rompo una pierna, me operarán gratis en el San Pedro, pero jamás me darán la «libertad» de elegir hospital o cirujano. Si prefiero irme a Navarra o a Houston, debo sacar la billetera.