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Loco por incordiar

No sé qué hacer

De aquí a una semana, algunos iremos a la huelga y otros acudiremos a nuestros puestos de trabajo. Me incluyo en los dos grupos y no porque me adornen poderes mágicos y facultades paranormales, sino porque estoy hecho un lío.

No sé qué hacer.

Verán: la reforma laboral que acaba de aprobar el Gobierno me parece una barbaridad. Comprendo, por ejemplo, la necesidad filosófica de reforzar los convenios de empresa frente a la negociación urbi et orbe de los sindicatos con la CEOE, pero entreveo los enormes peligros prácticos que esta medida puede suponer si no se ajusta bien. Y, de momento, no se ajusta bien. Tampoco entiendo por qué dejar el despido a precio de saldo. Si algo había demostrado nuestra legislación laboral era su capacidad para echar a la gente. Lo de ahora solo me parece una forma inicua de facilitar una cómoda salida de emergencia a las empresas, a la que éstas acudirán (no lo olvidemos) en las épocas malas… y en las buenas.

Pero verán: creo que los sindicatos, que arrastran un gravísimo problema de credibilidad, hacen la huelga demasiado pronto, con la gente todavía más noqueada y asustada que cabreada. Si fracasa (e incluso si triunfa), habrán pegado un tirito al aire, una mera descarga de banderolas y eslóganes, un nada. Días después llegará el Gobierno, recién elegido por mayoría absolutísima, y verá el camino expedito para meter el azadón en lo más profundo. Además, el Ejecutivo, en estos cien días, ha tomado y anunciado tantas medidas que ha logrado dejarme atónito: algunas me parecen audaces y sugestivas; otras me resultan rancias y tristes.

Por eso estoy hecho un lío.