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Loco por incordiar

Multa al canto

PENSARÁN ustedes que soy un poco fascistón y hasta que me mola el rollo gorra-uniforme-porra tipo Village People, pero qué le voy a hacer: no estoy muy convencido de la bondad natural del ser humano y me parece bien castigar al delincuente, al imprudente o incluso al simplemente molesto, con los evidentes y oportunos grados. Y no me refiero al caso de la pobre niña Marta o a la cochambrosa vida del Saturno austriaco, sino a cosas mucho menos tremebundas. A cosas, en fin, que a los medios de comunicación –cada vez más dispuestos a escarbar sin tapujos en la mierda– nos suelen traer sin cuidado.

A lo que voy: estoy a favor del multacar y de que planten una receta a todo aquel que aparca en doble, triple o cuádruple fila, al que se pasa de ochenta por la circunvalación y al que corre por la autopista como alma que lleva el diablo. Quede claro que yo tampoco soy una carmelita descalza: a mí me han plantado dolorosos recibitos por pisarle más de la cuenta, pero no se me ocurre inventarme excusas alambicadas y argumentos barrocos para echar la culpa a los demás y marcharme de rositas. Me pillaron. Punto. Como decía Míchel, aquel gran filósofo de la derecha: me lo merezco.

Por eso me repatea tanto que algunos sabios del lugar se metan con el Ayuntamiento por hacer lo que ya tardaba mucho en hacer. O que prohombres tan anarquistas como Aznar o Sáez Aldana critiquen la conducta represiva y fascistona del Ministerio por plantar una multa al que se pasa de 150 o al que conduce bebido. El que no respeta las normas de circulación es un imprudente cuya conducta pone en peligro a los demás. Así que multazo. Y a pagar.

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