Esta heroica aventura de la independencia catalana nos está deparando, contra todo pronóstico, momentos de gran hilaridad. Si primero fue la pregunta encadenada del referéndum, digna de revolucionar los manuales de Ciencia Política (¿quiere usted ser estadito o estadazo?), ahora llegan los informes definitivos del Consell Assessor per a la Transició Nacional.
Recordemos que un buen día Artur Mas decidió reclutar un consejo de sabios para que le ayudara en su épica travesía hacia la tierra prometida. Buscaba gente que fuera tan comehimnos como cualquier nacionalista furibundo, pero con un cierto currículum. Los encontró, los reunió y les pidió que hicieran informes.
Supongo que después de besar la senyera con lágrimas en los ojos, cantar a voz en grito ‘Els Segadors’ y pontificar sobre la indudable superioridad moral de la butifarra ilerdense sobre el jamón ibérico, los integrantes del Consell se pusieron a mirar las cosas con un poquito de detenimiento. Y entonces cayeron en la cuenta de que la independencia (pero la independencia de verdad) es un negocio ruinoso. Sin embargo, no podían echarse atrás. Se les ocurrió entonces que Cataluña debía primero separarse para luego unirse otra vez con España y, ya puestos, con Andorra.
¡Magnífica y revolucionaria idea! ¿Pero por qué solo Cataluña? Propongo que todos sigamos la vía que marcan estos insignes filósofos patriotas: primero nos independizamos, montamos un fiestón, lo llenamos todo de banderolas, entonamos canciones insultantes en lenguas vernáculas, nos emborrachamos con los vinos de la tierra, y luego, cuando nos cansemos y venga la resaca, volvemos a unirnos para no morirnos de hambre y, sobre todo, para seguir echando al vecino la culpa de nuestras miserias.
(*) Imagen tomada del satélite Meteosat y en la que, extrañamente, no se ven fronteras.