>

Blogs

piogarcia

Loco por incordiar

Joao

Un día, cuando estudiábamos en la Universidad, fuimos a echar un partidillo de fútbol a la Ciudadela de Pamplona. Echamos unos jerseys al suelo y empezamos a pegarle patadas al balón. Un chico esmirriado y con melenilla nos pidió entrar. Se llamaba Joao. Era brasileño.

Joao jugaba mal al fútbol. Nosotros, que éramos unos tuercebotas, corríamos, presionábamos, chutábamos y a veces hasta metíamos gol. Joao, en cambio, nos miraba como si fuésemos atletas y nos hubiésemos equivocado de deporte. Él no corría. Se quedaba quieto en una banda, casi estatuario, y cuando le caía el balón nos retaba, gambeteaba, hacía malabarismos, intentaba mil veces un regate imposible que nunca le salía.

Jamás lo volvimos a ver.

Yo me hice de Brasil en el año 82, asombrado por aquella fabulosa y elegante cuadrilla de geómetras en pantalón corto: Sócrates, Zico, Falcao, Toninho Cerezo, Eder… Tenían, todo hay que decirlo, un portero absurdo (a veces parecía que hubieran echado a suertes quién se ponía) y un delantero centro torpón, como si las áreas solo fueran accidentes geográficos de un juego hermoso que se desplegaba en todo el campo. Pero llegó Italia perreando (¡siempre Italia!) y les ganó.

Entonces Brasil decidió convertirse en un país centroeuropeo. Culminó el viraje este año, en su propio Mundial. Presentaron un equipo de estibadores pétreos, sudorosos y avinagrados, dirigidos por un sargento chusquero. Saltaban al campo diez auxiliares administrativos y un solo poeta. No eran capaces de dar tres pases seguidos. Tampoco regateaban. Sólo corrían. Por eso me alegré de que Alemania les metiera siete: llevaban demasiado tiempo traicionando la memoria de Sócrates y de Zico; traicionando la alegría efervescente de su fútbol; traicionando, en fin, a Joao.

Temas