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Loco por incordiar

Gente

Pablo Iglesias confía mucho en la gente.

El otro día, en la plaza de toros de Vistalegre, cogió el micrófono y empezó a echar piropos a la gente. «Podemos es un instrumento de la gente para la ruptura con el régimen», dijo. «La educación y la sanidad pública en España son posibles gracias a la gente que trabaja en ellas», dijo. Y la gente que estaba allí, claro, le aplaudió a rabiar. No me recordaba exactamente a Gramsci, sino a Enrique del Pozo cuando hablaba en Crónicas Marcianas y echaba flores sin medida al público para que lo ovacionaran.

Yo no confío tanto en la gente. Quizá porque conozco gente mala, pero mala mala, que no son políticos ni empresarios. En realidad, casi todos somos regulares: unas veces nos permitimos cierto heroismo y otras nos comportamos de modo miserable y egoísta. Por eso sospecho de quien utiliza la palabra «gente» (o la palabra «pueblo») como si fuéramos todos lo mismo y tuvisiésemos idéntica opinión y nos comportásemos igual. Como si todos fuéramos, en fin, corderillos buenos e inocentes, incapaces de todo mal, exprimidos por horribles lobos.

Tampoco creo que la educación y la sanidad públicas (que defiendo tan fervorosamente como Pablo) sean posibles solo gracias a «la gente» que trabaja en ellas. Hay profesionales excelentes (y otros más bien tirando a malos), pero todos cobran su dinerillo mensual y por eso curran. Como es lógico. Así que debemos concluir que la educación y la sanidad públicas no son posibles gracias al altruismo de «la gente», sino gracias a este malvado «régimen» democrático cuyas imperfecciones resultan dolorosas, pero que deriva a la educación y a la sanidad ingentes cantidades de euros que salen de nuestros impuestos y (¡horror!) de esos malditos fulanos que nos compran deuda pública. ¡Si fuese todo tan fácil, amigo Pablo!

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