Hay algo surrealista en esta guerra sin cuartel que libran José Igancio Ceniceros, presidente de La Rioja, y Cuca Gamarra, alcaldesa de Logroño. Doña Cuca se nos presenta como renovadora y en la foto de su campaña aparece sonriente, con vaqueros, subida en un sofá, descalza, con las piernas cruzadas a lo indio, como si ya la hubiera invitado Bertín a su casa y estuviesen hablando de juergas universitarias y novietes adolescentes.
Hay, sin embargo, un toque de impostura en este esforzado aire millenial que desprende la candidata. Los mismos apoyos que la sostienen enturbian la sinceridad de su mensaje. ¡Resulta tan difícil hacerse la indómita cuando una viene ungida por el santo padre de Igea y es la predilecta de todos los aparatos posibles (con la tirria que dan los aparatos)!
Claro que su oponente, José Ignacio Ceniceros, se ha convertido en el candidato outsider más improbable de la historia. Tiene 61 años, ha sido presidente del Parlamento durante una eternidad y a veces parece necesitar con urgencia una transfusión (o al menos un par de cafés). Ese carácter hipotenso, un poco plúmbeo y de poco lucimiento en los mítines, lo convierte sin embargo en un político apacible y dialogante, en las antípodas de su antecesor. Da la impresión de que a José Ignacio Ceniceros lo puso Pedro Sanz para que le calentara un ratito la silla a Cuca Gamarra y ahora se ha venido arriba, como si se acabara de tomar un redbull y de repente le hubieran brotado las alitas.
Lo bueno del próximo congreso del PP es que al menos no nos aburren con debates de ideas y esas chorradas. Aquí solo hay un entretenido combate de boxeo tailandés entre una renovadora de laboratorio y un candidato emergente que lleva treinta años emergido.