Hermanos míos, reconozcamos que Tiger Woods es un tipo digno de lástima: lleva años siendo el mejor golfista del mundo, gana torneo tras torneo, acumula miles de millones de dólares y se ha pasado por la piedra a cientos de rubias explosivas. Para salir de este infierno personal (qué sufrimiento tan inaudito), Tiger ha decidido hacerse budista y se ha sometido a un tratamiento para curar su adicción al sexo. Luego deberá acudir al psicoanalista, para investigar por qué extraña fobia sólo elegía mujeres de raza blanca para sus aventuras, despreciando a las negras que se le ponían a tiro.

Una vez limpio de mente, podremos aceptar de nuevo a Tiger entre nosotros, gente de orden y de comunión diaria, que ya hemos dejado de leer la Cenicienta y Blancanieves para no incordiar al Ministerio de Igualdad, tan atento a detectar sibilinos ataques machistas en las novedades editoriales.

Cuando hayamos recuperado definitivamente a Tiger y hayamos mandado a los hermanos Grimm a hacer puñetas, podremos marchar todos juntos en busca de nuevos pecadores a los que redimir. Quizá nos topemos con el juez Garzón, el hombre que veía amanecer. Sí, acuérdense, ese fulano que se inventó la trama Gürtel sólo porque le tenía ojeriza al PP, con la particularidad poco relevante de que la trama Gürtel ha acabado siendo verdad. Tonterías: también habrá que desintoxicar al juez Garzón.

Y ya definitivamente libres de obsesiones, con Esperanza Aguirre y Bibiana Aído a la cabeza (pero lejos de Tiger por si las moscas), entraremos todos en el palacete de Matas para celebrar la gran fiesta inaugural de nuestra nueva civilización. Hosanna.