Quizá no sepan ustedes las principales diferencias entre Esther Herranz y David Cameron: la primera es mujer, riojana y eurodiputada del Partido Popular; el segundo es hombre, inglés, conservador y primer ministro. La primera dice que en Bruselas trabaja «más que un diputado» (sic), lo que me sugiere nuevas e inquietantes preguntas que tal vez sea mejor no plantear. Del segundo, sé que tiene entre manos una tarea brutal y complicadísima.
Pero acabo de encontrar otra diferencia, aún mayor.
Doña Esther votó el jueves en contra de una proposición, presentada en el Parlamento Europeo, que pedía congelar los sueldos de sus señorías y que los vuelos cortos los hicieran en clase turista, tres veces más barata (y algo más incómoda) que la primera clase. En descargo de nuestra eurodiputada, hay que decir que otros 401 colegas suyos, de todos los colores, votaron en contra de la medida, que (cómo no) tildaron de demagógica. Pero me ha molestado mucho que, requerida el pasado jueves por este periódico, doña Esther escurriera el bulto, no explicará su voto negativo y, en cambio, nos soltara un discursito surrealista sobre no sé qué tomates marroquíes.
Supongo que es muy difícil pasar apreturas cuando uno está acostumbrado a viajar de Logroño a Bruselas sin mezclarse con la olorosa chusma, pero habrá al menos que dar la cara, ser valiente y explicar las razones que justifican ese oneroso privilegio.
Tal vez deba doña Esther prestar atención a lo que acaba de hacer David Cameron: ha cogido un vuelo barato de Ryanair, pagado de su bolsillo, y se ha llevado a su esposa a conocer Granada. Claro que igual él no trabaja tanto como un eurodiputado.