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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Bienvenido al ambigú

Ambigú del Teatro Bretón de Logroño, foto de Justo Rodríguez

Ambigú, hermosa entrada en el Diccionario de la Real Academia. Ambigú, voz de origen francés. Ambigú: según el Diccionario de Dudas, “adaptación gráfica de la voz francesa ambigu, que se usa en español con los sentidos de ‘comida compuesta de platos normalmente fríos que se sirven todos a la vez y espacio donde se disponen’ y ‘lugar de un local de espectáculos donde se sirven bebidas y cosas de comer’. Su plural es ambigús”. Quedan ustedes por lo tanto invitados a entrar en este ambigú, una palabra que imagino en trance de desaparición porque a punto de desaparecer está el lugar al que dio nombre y porque hoy apenas nadie se toma la molestia de disponer de un ambigú allá donde antes era lo típico: en el cine, la estación de tren o la plaza de toros.

Lo cual es una pena. Repaso los ambigús donde alguna vez me estabulé desde la primera infancia y tengo que dejarlo: se me llenan los ojos de melancolía. El ambigú del cine Diana, por ejemplo, aquella humilde esquina ganada para la clientela donde nos aprovisionamos tantas veces de girasoles y golosinas. El del Moderno, otro tanto. Creo recordar que incluso el Sahor y los Duplex, que proponían en su momento otra forma de acercarse al cine, contaban con ambigú: un minúsculo quiosquillo defendido casi siempre por manos femeninas, donde se despachaba una mercancía varia que en algún momento incluyó cigarrillos sueltos. Era otra época, como se ve, cuando se podía fumar incluso en el cine.

Hubo más ambigús en Logroño que frecuenté menos, como el legendario de la antigua plaza de toros: la nueva de La Ribera, entre otros muchos defectos, retiró aquel rincón para reemplazarlo por una sucesión de barras desprovistas del encanto del ambigú de La Manzanera, epicentro del casticismo. Más habituado estaba a detenerme en otro, el de la estación de tren también difunta: como se ve, a instalación nueva, ambigú muerto. El de Renfe era una oscura cantina, un antro sin atractivo donde apenas apetecía detenerse, cuya parroquia solía estar formada por ferroviarios de rostros tiznados por el carboncillo que despedían las locomotoras. Añade usted algún viajante y tendrá el retrato de la eterna clientela de este tipo de garitos donde se consumía la espera entre tanto y tanto tren retrasado.

Repaso los ambigús que han desfilado por mi vida y encuentro que se diferencian de los bares convencionales en algún aspecto: en su tamaño, por ejemplo, de costumbre menor. Mucho menor. Y, sobre todo, en ese aire furtivo, provisional, propio de barras que sólo abrían en contadas ocasiones, vinculadas al tráfico que generase la instalación que les acogiera. Su horario y sus hábitos eran por lo tanto los propios del cine donde anidaban, la estación de tren que les albergaba, la plaza de toros en cuyo vientre se ocultaban. Había ambigús también emplazados en casas de comidas, de modo que era típico que en alguna de ellas te hicieran aguardar para darte mesa en una breve barrita situada a la entrada: el Iruña de la calle Laurel, por ejemplo, disponía en su acceso de un ambigú. Uno se tomaba allí el aperitivo antes de ingresar en el restaurante, civilizado hábito que algún cocinero todavía mantiene aunque al espacio destinado a estas operaciones le llame de otra manera: pero no te equivoques, amigo, eso es un ambigú.

Dejo para el final EL AMBIGÚ, así, con mayúsculas. El ambigú logroñés por excelencia, el que nos devuelve a aquellos años en que era común distraer la espera entre las dos películas de la añorada sesión doble, hoy transformado en un recoleto bar de enorme encanto que sirve para los mismos fines aunque, como le sucede al resto de sus hermanos, abre sólo sus puertas cuando la ocasión lo requiere: es el ambigú del Bretón, que podéis ver en esta hermosa foto de Justo Rodríguez.

P.D. Hay otro ambigú que resiste en Logroño: el del Adarraga. Le ocurre como a los demás, a los difuntos y a los que sobreviven: que sólo está disponible cuando lo está el frontón, lo cual no significa que sólo abra en días de partido o para la feria matea. Genera tanta actividad el mundo de la pelota, es tan común que Titín y compañía se ejerciten por allí un día sí y otro también, que me cuentan que el ambigú abre entre semana y se ha convertido en punto de encuentro de las familias que recogen a los niños en el vecino Alcaste y se detienen allí para el cafecito. Esto del cafecito lo supongo: no me imagino a los infantes sucumbiendo a los encantos del bocado célebre de este ambigú, su legendario bocadillo de sardinas con guindilla, que exige estómagos más recios. Aunque vaya usted a saber.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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