El pollo, gloria de la gastronomía española y mundial, que admite distintos usos y se manifiesta en nuestras mesas y nuestros bares en muy variopintas versiones, representó antaño una cumbre de la cocina popular. Eran años de precariedad culinaria, hasta el punto de que el pollo guisado era el plato que habitualmente reservaban los hogares patrios para la comida dominical, gran momento de la semana.
En el imaginario popular de la época, el pollo, aunque hoy cueste admitirlo, se izó por lo tanto como un monumento y así lo entronizó el dibujante Escobar cuando se le ocurrió la idea de crear al personaje bautizado como Carpanta, un tipo que hizo carrera hasta el punto de que su nombre fue durante años sinónimo de hambriento. “Más hambre que Carpanta” era un dicho muy común que dejó de tener sentido cuando dejamos de pasar hambre. Tal vez haya que recuperar ahora esa frase hecha…
Ocurría que Carpanta, cuando llevaba tiempo sin probar bocado y en consecuencia deliraba, a veces veía pollos. Pollos bien gorditos, pollos descabezados, pollos convertidos en el manjar al que tenía vetado el acceso el pobre monigote. Menudos pollos. El pollo era el alimento nacional por excelencia y cuando Carpanta soñaba, en sus ensoñaciones respetaba esa lógica que todos habíamos hecho nuestra: en el caso de Logroño, porque si uno paseaba por la calle Gallarza y fijaba la mirada a la altura del Niza, era inevitable topar con los hermanos pollos ensartados en fila de a cinco como si fueran banderillas, perfumando toda la manzana y haciéndole a uno salivar en el camino hacia casa. El propietario del bar, cuyo hijo cuida hoy con gran mimo y sentido del oficio, se pasó media vida según lo recuerdo moviendo aquellos pinchos pollunos, sudando como se puede imaginar, sudando como sólo suda un asador de pollos: que se lo pregunten al señor Daniel y el resto de la hermandad logroñesa que ha convertido avenida de Colón y aledaños en epicentro de esta popular delicia gastronómica.
Aquel modo de preparar el pollo asado nos llegaba a menudo con etiqueta ´catalana, tal vez sin saberlo. Se llamaba ‘Pollos a l´ast’, denominación que muchas veces se transcribía erróneamente porque el propietario del asador no era muy ducho en el idioma de Guardiola y le sonaba mejor el nombre de ‘Pollos al last’, que nos parecía más fino que a la pepitoria. Durante largo tiempo, hasta la mentada irrupción de Daniel y compañía, el pollo asado del Niza fue para mí el pollo por antonomasia de Logroño, en competencia directa con los que salían del asador del Zikos, en sus sucesivas encarnaciones. La última, bien reciente: el número dos de Ingeniero Lacierva acaba de convertirse en La Granja de Zikos, una vez que el infatigable y ejemplar Alfonso Soldevilla lo ha hecho suyo. Mantiene la fidelidad al pollo de toda la vida, pero promete ampliar su carta. Seguirá por lo tanto vecino de otro Zikos, el número tres que hace esquina con la calle Oviedo, y supongo que echando de menos al viejo Zikos I, el original, el auténtico… Que no sabía situar exactamente hasta que vino en mi auxilio Eduardo Gómez y me refrescó la memoria: aquel bar primigenio se situó en avenida Portugal, “al lado de Radio Rioja, donde ahora hay otro bar”. Pues dicho queda, don Eduardo.
P.D. El pollo en formato tapa apenas puede verse en las barras de Logroño. Como pincho, sólo recuerdo haberlo visto en forma de alitas asadas en algún bar. Lejano por lo tanto el tiempo aquel en que era más habitual toparse con él, incluso en versiones bastante pintorescas. Por ejemplo, en modelo pezuña: el antiguo amor que teníamos por la cocina de despojos se reflejaba en nuestra devoción por el pincho que antaño ofrecían en el bar de Alejandro en la calle del Carmen. Para mi asombrada memoria, debo reconocer que alguna vez piqué aquel manjar: chupeteando entre los dedos tropezabas con algún trozo de carne viscosilla… Y poco más. A untar la cazuelita, porque la pezuña llegaba envuelta en salsa de tomate y eso sí que no admitía debate: la recuerdo bien suculenta. Tal vez su aliño era el único atractivo a aquella tapa, que generaba intenso debate entre los estómagos más finos y los más recios. Solían ganar estos últimos, no como ahora.