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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Café, café

La ventaja de nacer y vivir en Logroño es que casi todo le llega a uno por partida doble. Es decir, que desde crío tienes que comprometerte, decidirte, escoger entre una cosa y su contraria o su complementaria, desde equipos de fútbol a festivales de poesía, pasando por la más dura elección cuando adolescente: el Nico o el Toky. Ay. Así ocurre también en una extensión del universo de los bares logroñeses: o eres de Greiba, o eres de El Pato. Uno de los dos cafés ha de calentarte el desayuno.

Bueno, pues yo confieso: soy de Greiba. Es cierto que antaño ejercía también sobre la parroquia local una poderosa influencia la tostadora llamada La Casa del Café, ubicada su degustación en uno de esos negocios subterráneos que tanta gracia me hacen. En su caso, se alojaba en el Muro de Cervantes, donde aún resiste; con el tiempo, sin embargo, en el hogar familiar nos fuimos haciendo a la costumbre de degustar los cafés de Greiba, a cuyos dueños contribuimos a pagar la hipoteca porque en casa éramos bastante cafeteros. Yo lo sigo siendo, aunque admito que por aquello de la rebelión contra la dictadura paterna en mi época juvenil me arrojé en brazos de El Pato, coincidiendo más o menos con la apertura de su degustación en Hermanos Moroy. Fui explorando posteriormente otras opciones (las marcas que cualquiera sabría recitar) hasta que acabé haciendo feliz al doctor Freud: peinando ya alguna cana volví a Greiba, cuyos productos frecuento tanto en las estanterías del súper como en las barras desplegadas por la ciudad. La verdad es que fuera de Logroño no los he catado, porque Greiba es firma de acusada raíz logroñesa, tan logroñesa para mí como el Espolón, la calle Laurel o la doble fila.

Pero si hoy traigo aquí esta afición conspicua por el café, solo o cortado o manchado con anís/coñá, es porque observo una peligrosa deriva intuida también en el ámbito cervercero: que te lo sirvan bien cada día me parece más complicado. De un tiempo a esta parte ha ido ganando terreno la moda de decorar con espuma la corona de la taza, tendencia que me molesta: lo poco no cansa, pero lo mucho aburre. Es peor no obstante cuando te encuentras el prometedor cafelito completamente aguado, convertido en un aguachirris (me encanta esta palabra) infumable. También detesto su versión contraria, cuando llega demasiado cargado y se te quedan los labios y el paladar torrefactados durante largo rato. El punto justo es difícil de encontrar, lo entiendo: en mis raros escarceos en el mundo de la hostelería tuve que doblar la rodilla tras mil intentos y confesar que el Dios de la cafetera industrial no me adornaba con sus dones. Pero yo sólo era un aficionadillo: de los profesionales logroñeses espero mayor pericia que la mía. La que se exhibe por ejemplo en las mentadas degustaciones de Greiba, donde es habitual un alto grado de eficacia en el servicio y es común también el detalle de un bombón, una galleta o cualquier bocadito dulce. Yo suelo frecuentar la de Vara de Rey y lo puedo afirmar: por regla general, el café llega en su punto justo. He parado menos por la de Chile semiesquina a Pérez Galdós aunque también me ha llamado la atención ese mismo ejercicio de profesionalidad. Lo cual no quiere decir que tengan la exclusiva: pienso en El Andén, Viena o Cacao (al que sigo llamando Cibeles), por ejemplo, donde también suelen hacer buena esa vieja aspiración celtibérica. Que el café sepa a café-café.

P.D. El rito del café hermana desde antaño al pueblo español con el italiano, donde se le rinde parecido tributo. De acuerdo con las guías de viaje, el mejor café de Italia se aloja en Roma, junto al Panteón: el célebre San Eustaquio (http://www.santeustachioilcaffe.it/), donde preparan su famoso expreso tostando cada mañana los granos con leña y moliéndolos sobre la enorme cafetera. Yo garantizo que un paquete de café todavía sin moler nacido en esa casa romana aguanta como un campeón una semana en la maleta y de regreso a casa sabe igual que servido en la propia Roma. De paso, la ropa te huele durante una larga temporada a torrefacto.

Temas

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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