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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Tiempo de terrazas

Concurrida terraza del Moderno, hace una eternidad

El rito de la terraza cuenta con amplio seguimiento entre nosotros, incluso en este tiempo invernal con que se disfraza este año la primavera. Una costumbre observada en todo el mundo civilizado, que alcanza probablemente en Francia (París, señaladamente) su paroxismo, pero que dispone de seguidores en toda la Europa meridional y encierra incluso cierta filosofía de la vida: uno se sienta al aire libre delante de su bar favorito y ve pasar las horas. Ni siquiera es necesario pedir una consumición: a veces basta con gorronear la que está tomando el vecino de mesa. Apoltronados en la silla, parapetados tras el café o la cerveza o el vino o lo que sea, disfrutamos de la caricia del sol del mediodía o de la brisa cuando cae la tarde, vemos anochecer, improvisamos una tertulia y saludamos a los conocidos. De paso veneramos a nuestros abuelos, que instituyeron esta tradición en la noche de los tiempos como se comprueba en la foto que ilustra este post, cuando el café Moderno se llamaba Oriental: cuántos logroñeses habrán pasado alguna vez por ese rincón tan castizo de Martínez Zaporta.

Entre ellos, el que escribe estas líneas. La terraza del Moderno ostenta el segundo puesto en la clasificación de mis favoritas. Algún improbable lector recordará que en una entrada anterior confesé mi predilección por la del Tívoli, a cuyos encantos naturales (el más evidente, su envidiable emplazamiento) se añadía la degustación de esas pipas tan calentitas que expulsaba la máquina del tren pilotada por Anita. Cuando el Tívoli cerró acudimos al Moderno, en efecto, aunque pronto le fuimos infieles: acababa de nacer el Continental del Espolón, cuyos veladores se convirtieron de repente en el sitio donde todo el mundo quería estar. Porque ese es otro de los atractivos (inconfesable para cierto sector de la clientela) de las terrazas: que es tan importante ver como que te vean. Porque cuando una terraza se pone de moda, ocurre como en tantos órdenes de la vida: que desafía cualquier lógica. Aunque en el caso del Continental, sí la tenía: la gracia del propio bar, la sombra inmemorial del cedro, su céntrica situación… Con esta terraza cierro mi particular trilogía… que luego ha ido engordando, aunque sin la misma frecuencia, porque confieso que es un hábito cuya práctica he ido olvidando. Alguna mañana en La Rosaleda, cierto mediodía en el Viena, de vez en cuando la del Bretón de la calle homónima en las noches veraniegas y casi pare usted de contar.

¿Por qué? Lo ignoro. Tal vez porque cambian los hábitos de vida, tal vez por la sencilla razón tan manida: porque de todo se acaba cansando uno. Las terrazas me siguen gustando, pero para comer: me parece uno de los pequeños grandes placeres de los sentidos eso de atacar el plato al aire libre, aunque también ignoro la razón. Me agradan menos en su versión más reciente, la terraza de invierno con calefactor al estilo de Centroeuropa: si te sitúas al lado de la estufa, te abrasas; si te alejas, te puedes quedar pajarito. En algún sitio he llegado a ver que los dueños te aprovisionan de mantas… No es eso, no es eso. Las terrazas, como las bicicletas, son para el verano, aunque me alegro de que los hosteleros logroñeses hayan encontrado un nuevo nicho de negocio en estos veladores dotados con calefacción. Yo me sigo quedando donde estaba: comiendo pipas en el Tívoli, a la sombra del cedro del Espolón en los años sublimes del Continental, pidiéndole a Mariano otra cerveza bajo el toldo del Moderno… Como mis bisabuelos de la foto.

P.D. He citado París al comienzo de esta entrada y vuelvo a Francia. Por las calles de la villa gala de Reims encontré hace unos años terrazas ¡¡¡con sofá!!! Sí, con sofá: las humildes sillas se habían visto reemplazadas por unos mullidos asientos en plan harén, de modo que la clientela se desparramaba por ellos, bien despatarrada, mientras le hacía gasto al dueño del garito. Poco después tropecé con una escena similar en Córdoba, donde ese punto arábigo todavía tenía más sentido y pensé que el invento pronto se apoderaría de las calles de Logroño. Error: aquí seguimos fieles a la silla de toda la vida, tal vez porque el sofá exige una ocupación mayor de la vía pública (con la siguiente derrama al Ayuntamiento) y obliga a buscar un espacio más holgado para guardar por la noche el mobiliario. Lo cual no quita para que la idea me siga pareciendo buena y aspire a que alguna vez (alguna vez) la veamos entre nosotros.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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