Repasando la última entrada dedicada al Bretón, compruebo que Logroño no escapa a una tendencia nacional en la rotulación de bares: falta de originalidad. En grado sumo. Los más comunes en toda España, según informa Coca Cola en la campaña que acaba de lanzar dedicada a lo mismo que este blog (la reivindicación del bar como depositario del espíritu español), son tres denominaciones que tampoco descubrieron América: Plaza, Avenida y La Parada. Con las dos primeras pueden encontrarse bares en Logroño; de La Parada, por el contrario, no tengo noticias.
Más corriente resulta titular al local con el nombre de la calle o plaza donde se ubica: ahí tenemos al mentado Bretón, a quien acompañan el Vigón (sí, de Jorge Vigón), el Colón de la avenida homónima, el San Juan de la calle San Juan y la Taberna del Laurel que, en efecto, se ubica en la calle Laurel… Hay tantos ejemplos logroñeses de esta corriente que no caben esta entrada. También son frecuentes los bares que te permiten repasar el atlas mundial. Londres, Roma, Lyon, Niza, Monterrey… Es común igualmente darles un aire extranjero (si no te gusta Londres, siempre nos quedará London) o bautizarlos con el nombre del propietario: aunque algunos no lo sepan, siempre he sospechado que quien puso en marcha el bar Sebas se llamaba Sebastián. Pero igual me equivoco.
Mis favoritos son sin embargo aquellos que incluyen alguna gracia, un gesto, un guiño que busca desde la rotulación la complicidad con la clientela. ¿Por ejemplo? Por ejemplo me encanta la humorada de quien le puso a su local nada menos que El Perchas, como el famoso taxista de aquella época en que parecía que sólo había un taxista en Logroño. Y sigo sin olvidar otros garitos desaparecidos cuyo nombre se repiten como un eco en mi cabeza: el bar Capri de Murrieta, ya citado aquí, donde sin embargo nunca vimos el Mediterráneo. O aquel pub situado más o menos enfrente, que impuso la moda de nombres con mensaje, tan ochentera: No se lo digas a papá. Que por cierto es un nombre que he encontrado en otros puntos de España (el de la foto es de Barcelona). Aquello de no se lo digas a papá era un consejo que los dueños se podían haber evitado: no, nunca se cuentan a papá según qué cosas. Ni a mamá. Aquel bar era contemporáneo del célebre y también difunto Yo qué sé, denominación harto curiosa que permitía el juego de palabras que su inventor probablemente deseaba. Algo así:
– Hija mía adorada, ¿dónde estuviste anoche?
– Yo qué sé, mamá querida.
Las últimas modas en hostelería me parecen que trabajan más este flanco de la nomenclatura, que para mí tiene más importancia de la que parece. Si nuestro bar de confianza carece de un nombre del que enorgullecerse, un imán que nos atrape desde el brillo del neón… Mal asunto. Les exigimos siempre un poco más. Saxo, Tivoli, Moderno, Donosti, Iturza, Gurugú, Bretón… Suenan contundentes, nos atraen desde que pronunciamos cada sílaba, porque poseen imagen de marca. Una poderosa imagen de marca, pese a que quienes así los llamaron lo ignoraran todo sobre mercadotecnia, que es un arte reciente. Aunque para mago del marketing, el artista a quien se le ocurrió aquello de El Soldado de Tudelilla, hermoso nombre que aún suena mejor en inglés como sugería Eduardo Gómez: The Soldier from Tudelilla.
P.D. Estas líneas se iniciaron recordando la campaña que Coca Cola ha impulsado más o menos coincidiendo con la apertura de este blog. Mientras sopeso si me querello contra la bebida de Atlanta y les pido que me indemnicen por los royalties que me han usuprado, no está mal eso de celebrar a este sábado, un puñado de bares logroñeses se suma a la iniciativa, que promete animar los ya de por sí animados garitos de la ciudad. Incluso aquellos donde se toma Coca Cola.