La tendencia de servirse de los bares no sólo como escenario de nuestros mejores tragos sino como núcleo de los bocados más sabrosos gana tantos adeptos en Logroño que cualquier observador habrá concluido como yo: hoy es casi más común comer en ellos que en un restaurante. No habrá estadísticas fiables, pero es obvio que la tradición del menú del día se ha hecho fuerte en los bares, de modo que es raro el que no ha sucumbido a ella. Sobre todo, los más recientes: bar que abre, bar que impone el menú del día o algún sucedáneo. Es una tendencia llegada desde fuera como tantas otras, desde las grandes ciudades donde las distancias entre el hogar y el puesto de trabajo son tan amplias que complican arracimar a la familia en torno al puchero común como antaño.
No es el único cambio social que impacta sobre las costumbres hosteleras. Complicación para conciliar la vida familiar, horarios laborales en mutación permanente, escasez de tiempo para cocinar, cierta tendencia contemporánea a la pereza… Todo parece conspirar en favor del menú del día, lo cual también representa un nicho de negocio recién llegado para muchos bares: ahí tienen un filón para atrapar a la clientela, sobre todo porque hay bares donde todavía (¡Todavía!) se mantiene la tradición no sólo de comer, sino de comer muy bien, alcanzando esa vieja hazaña de comer como en casa. O parecido.
Los hay fieles a este rito desde hace tiempo, porque son bares ajenos a las modas cuya imagen de marca se conduce por esos derroteros toda la vida: pienso en el entrañable local que pilota la buena gente de La Cortijana, un estupendo tres en uno porque es fonda, bar y casa de comidas. Su modelo se ha ido extendiendo con tino, amparándose en la certeza de que las cocinas (aunque minúsculas) de muchos bares ofrecen altas garantías a la parroquia. Si las golosinas dispuestas en forma de pincho, tapa o cazuelas tanto nos emocionan, por qué no darse un pequeño homenaje con ellas en formato de primer y segundo plato (bebida y postre opcionales). De hecho, parece que los bares que descartan entregarse a los favores del menú del día quedan fuera de mercado, descatalogados. Como en otras cosas, pienso que el Victoria de Víctor Pradera (aunque para mí el Victoria siempre será el fundacional de Carnicerías) fue pionero en implantar esta moda, atrayendo hacia sus mesas para almorzar a oficinistas, políticos, bancarios y, sobre todo, la tropa de los cercanos juzgados que ahora se dispone a emigrar hacia Murrieta. Siguiendo su ejemplo los bares logroñeses ofrecen hoy una amplia panoplia que oscila entre los menús más elaborados a los menos dotados (con perdón: quiero decir, con menos posibilidades de elegir), pasando por quienes asumen el menú del día como un mero trámite y quienes por el contrario lo enarbolan como emblema.
Las diferencias alcanzan también a los precios: aquellos más ambiciosos exigen en consecuencia un mayor esfuerzo al bolsillo, mientras que hay quienes tienen en las tarifas más a ras de tierra su banderín de enganche. Acabo de ver en avenida de Lobete un bar que anuncia el menú a 9 euros, precio que me parecía imbatible hasta que recordé un reportaje publicado en Diario LA RIOJA sobre la cafetería del club de pádel de La Grajera, donde aún era más barato: 5 euros. Digo era, en pasado, porque cambió el abastecedor y ahora ha subido algo el precio: 8 euros entre semana, 10 sábados y domingos. Lo cual me sigue pareciendo igual de milagroso.
P.D. No soy gran adicto al menú del día pero reconozco que cuando lo frecuento apenas salgo defraudado. Supongo que, como el resto de clientela, porque rebajo bastante mis expectativas, de modo que es más sencillo quedar satisfecho. Soy menos partidario de los menús para llevar a casa, que es el envés de esta práctica del menú del día, a la que se entregan los establecimientos de comida preparada y algunos bares adictos a eso que por Yanquilandia llaman ‘take away’. Me permito sin embargo dar un consejo: el menú solidario de Rosana, carnicería en Vara de Rey con Huesca. No lo he catado jamás, pero veo su cartel ondeando en la puerta y pienso que merece la pena. Sobre todo, por la parte de la solidaridad.