Échele usted la culpa a Ryanair o a la dichosa crisis que tanto ha cambiado nuestros hábitos como consumidores, pero la fiebre del low cost (bajo coste en la lengua del páter Gonzalo de Berceo) se extiende y llega a cualquier rincón de nuestra sociedad, incluido el querido sector hostelero, donde la economía ha golpeado duro y ha obligado a alterar algunas costumbres. Los bares, la mayoría de ellos, viven una metamorfosis desplegada en Logroño bajo múltiples disfraces: se extiende por distintos barrios la fiebre del pincho-pote que dicen por el norte, la tapa gratis invade numerosas barras y florecen los establecimientos cuya oferta se basa en los precios comedidos. Tragos a bajo coste, vaya, como decíamos arriba: encriptado, sus dueños nos envían el mensaje de que, bueno, su local tal vez no será el mejor lugar del mundo para trasegar un vino o engullir una cazuelita, pero también prometen que el tono medio es más que digno. Y que al bolsillo le duele menos.
De modo que por Logroño van desembarcando franquicias de cierto arraigo por el resto de España. Por ejemplo, Copas Rotas, establecimiento antes conocido como La Granja, que ya protagonizó una entrada en este blog. A su rebufo aterriza ahora Cien Montaditos, exitoso proyecto que tiene copado medio Madrid según pueda advertir cualquier viajero. A partir de mi propia y reciente experiencia, me malicio que cualquier día también nos visitarán los dueños de Pizza y Pan, negocio que tiene conquistada la capital del Reino, y tal vez también La Sureña, cadena de cervecerías cuyo atractivo radica… Bingo: radica en el precio. Cañas (bien tiradas, por cierto) a un euro y tapas tarifadas en función del mismo principio low cost.
En realidad, se trata de un camino que antes trilló otra franquicia célebre, Telepizza. Por no mentar de nuevo a las protagonistas de otro post anterior, las muy yanquis cadenas de hamburgueserías y pollo frito de Kentucky. El ideario que propagan desde hace décadas es el mismo que me sirve de detonante para estas líneas: que se puede beber y comer con cierto nivel de dignidad a precios más baratos de lo habitual. Un mensaje que ha terminado por calar en la hostelería logroñesa: rebobine usted, improbable lector, sus peripecias por los bares de confianza y reconocerá conmigo que en los últimos meses brotan pizarras y pizarrines para anunciar ofertas de todo pelaje. Acabo de tropezarme en la calle Laurel con una que reza ‘Preñaos a un euro’. Y veo por avenida de Portugal una marisquería cuyos precios abren la puerta a esa pregunta que uno alguna vez se ha hecho: ¿Marisco barato? ¿No es una contradicción en sus términos?
Así que lo dicho. Uno no entiende mucho de sociología ni de tendencias económicas pero sospecho que este tipo de bares ha llegado a Logroño para quedarse. Entre otras cosas, porque creo que estaremos durante un largo rato instalados en esta época de vacas flacas para el consumo. Y si remonta la situación, dudo que se lleve por delante a los locales de bajo coste. Más bien sostengo que el logroñés se acabará convirtiendo a la religión del ahorro y a partir de ahora mirará más de lo que miraba las facturas. A título de ejemplo, ofrezco el mío personal. No tengo otro. Cuando alterno, no suelo fijarme en el precio de cada trago o cada bocado. Busco un ambiente de confianza, trasegar mientras disfruto de la compañía, en demanda de un rato agradable y despreocupado: doy importancia esos intangibles. Pero también me gusta pensar que esta oferta convive con otra más económica. De modo que concluyo: si puedo elegir, prefiero viajar en primera clase. Pero también he descubierto que la por tantas razones muy odiada Ryanair te lleva más o menos a los mismos sitios. Y por menos dinero.
No sé si me explico.
P.D. En realidad, como en tantos otros campos, también en la hostelería puede detectarse esa regresión en materia de consumo que nos atenaza. Volvemos a los tiempos anteriores a que nos volviera loco tanta riqueza desbordante, cavilando más que antaño antes de depositar un euro en la barra, alargando el trago, midiendo la tapa que lo acompaña… No me extrañaría verme alguna tarde volviendo a mis orígenes: atacando el célebre bocata de calamares del Moderno que tantos buenos ratos me procuró, sobre todo porque por quince pesetas te dejaba la tripa almohadillada para una larga temporada. Aquel bocata sí que fue el primer bocata low cost.