La anterior entrada dedicada a Madrid y sus bares derivó en una interesante aportación de los lectores del blog, cuyas sugerencias sirven para dibujar una especie de mapa de bares madrileños que los riojanos tenemos entre nuestros predilectos a la hora de acodarnos en sus barras y aposentarnos en sus veladores. De ahí que ahora prosiga por el mismo camino: de paso, incorporo otras referencias que quedaron olvidadas en la anterior entrada.
Por ejemplo, sus cafés. Los míticos cafés de Madrid, con el Gijón como emblema de aquel pasado tan rico que hoy apenas sostienen este garito y el Comercial de la Glorieta de Bilbao. Del resto (Pombo y sus hermanos), no queda ni el polvo que regó sus mesas en la larga noche del siglo XX. Una pena, porque en los dos supervivientes se obra el milagro de imaginar cómo fue aquel tiempo en que los parroquianos vivían (literalmente) en el café, útil para refugiarse de la intemperie y entregarse a la gran afición española: la charla, también llamada tertulia. Pero la lista de garitos madrileños donde uno también se siente como en casa es todavía más larga: incluye cervecerías como la Alemana de la plaza Santa Ana o tabernas como La Venencia, bar de difícil catalogación. Ubicada en el Madrid castizo (calle de Echegaray), la Venencia parece una suerte de local amish, como si sus dueños desconfiaran de todo cuanto sucedió de 1970 a esta parte: allí el tiempo se paró más o menos por esa época, de modo que franquear su puerta supone ingresar en el mundo de los bares que conocieron nuestros abuelos. De paso, la parroquia se entera de qué cosas no les gustan a los propietarios: no les gustan las fotos, ni las cervezas (tampoco los refrescos) ni las propinas. Sí les gusta seguir anotando con tiza la cuenta sobre la barra de madera y servir los vinos andaluces que monopolizan su oferta a precios comedidos. Cerca de la Venencia, anoto otros bares fetén y castizos que me han tenido alguna vez como cliente: Viva Madrid y La Trucha.
Seguimos ruta, pero lo hacemos a bordo de las sugerencias dejadas aquí por los corresponsales del blog. Mónica Orduña apunta el Jurucha de la calle Ayala, que yo desconocía hasta que una expedición reciente al foro me ha permitido salvar ese error. Le agradezco el consejo: es un bar de Madrid, en efecto, de los de toda la vida. En esa misma zona del barrio de Salamanca, César Cantabrana registra otros locales: Casa Poli, El Lago de Sanabria, Sakuskiya… Y luego toma carrerilla y despliega su sabiduría por toda la ciudad: Alarcia de la plaza Salvador Dalí, Riaño, Palacio del Vermú (los dos en Cea Bermúdez), el Cantábrico de la calle Padilla, el Txangurro de Doctor Fleming, la Cruz Blanca de Goya esquina a Alcalá…
Guillermo Sáez, actual vecino de la Glorieta de Bilbao, aporta sus propias preferencias de esa zona: Las Nieves, Las Hoces del Duratón y La Fábula. También recuerda un reportaje publicado en Diario LA RIOJA por Teri Sáenz contando las hazañas de otro garito cañí, el Casa Julio de la calle Madera, cuyas croquetas cautivaron a los mismísimos U2. No es extraño: sus propietarios provienen de La Rioja, de modo que son gente diestra en el manejo de los fogones. Y la gentil compañera Noemí Iruzubieta nos recuerda un descubrimiento en La Latina: el Museo de La Radio. Concluyo este itinerario improvisado con la recomendación que nos deja Víctor Rubio, glosando las grandezas de Casa Ciriaco, el favorito de Tierno Galván y Julio Camba.
Son sólo unos ejemplos seleccionados de las miles de opciones que depara Madrid a cualquier aficionado a eso de trasegar en buena compañía. Hay muchísimas más, como es obvio: empezando por uno de mis favoritos, el Museo del Jamón, cuya fachada me sirve para ilustrar estas líneas. Porque en locales como éste se depositan las virtudes de tanto bar anónimo.
P.D. Hablando de bares, de riojanos y de Madrid, es de justicia recordar que también hay garitos que cumplen esas tres exigencias. Son riojanos, son bares y están en Madrid: el bar del Centro Riojano, por ejemplo, de gran éxito en su sede de la calle Serrano. O las franquicias que bajo dos advocaciones (Drunken Duck o Los Rotos, cuyo local de la calle Infantas aquí aparece) ha abierto el gran Alfonso Soldevilla en la capital del Reino. O el local que están a punto de inaugurar la gente del Porto Vecchio en la calle Orense. Seguro que habrá unos cuanto más como ellos, pero uno tiene sus limitaciones: no conoce todas esas pequeñas embajadas de la patria riojana cuya irresistible oferta compite con las grandes ligas de la hostelería madrileña.