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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Bares a bocados

Un doble bocadillo, que es voz polisémica

Hace unos días, estando de tertulia con un hostelero local, el caballero mencionó un sugerente bocadillo que suele despachar en su bar. Repasando sus ingredientes, se nos hacía mutuamente la boca agua, sobre todo cuando citaba cierta mayonesa de soja con muy buena pinta que decoraba su creación. Entonces caí en la cuenta de un remediable olvido: por este blog todavía no se había paseado el mundo del bocadillo, que algún pedante llamará emparedado (o sándwich, como el pijerío madrileño), cuando en realidad son cosas distintas. Para entendernos en clave de Logroño: un emparedado era aquel bocado en que compitieron antaño Torcuato contra Cibeles, mientras que un bocadillo era lo que servían en el Moderno. Su célebre y ya citado aquí alguna vez bocadillo de calamares.

El bocadillo por excelencia en España y La Rioja, según tengo comprobado, era el de tortilla, aunque me parece que este refrigerio se bate en retirada. Es más común servirlo en formato pincho, un triángulo cuya ingesta leve permite nuevas excursiones gastronómicas en el bar de al lado. Bocadillos de tortilla fueron alimento habitual en la adolescencia, otra cosa que (ay) ya no es lo que era, porque por una magra aportación económica uno se avituallaba para un rato largo. Porto Novo (hoy encarnado como Porto Vecchio) fue en su momento la principal factoría logroñesa de este manjar, que salía por cientos de sus cocinas, y otro tanto ocurría en su primo hermano, el Oslo. Había no obstante otras alternativas, algo anteriores en el tiempo: por ejemplo, La Esquina, local que ahí resiste en la calle San Juan, recibiendo a quienes ingresan en ella por la Glorieta. A su atractivo gastronómico unía que se podía sellar la quiniela, ese boleto de 15 resultados que sigue sin tocarnos. Contaba a su favor con un elemento irrebatible: el bocadillo era enorme. Ciclópeo, gigantesco, casi media barra de pan en cuyo seno aguardaba el bocado mágico tarifado con gran sensatez. Competía en tamaño mastodóntico con otro clásico logroñés, el bocadillo de La Viga, periclitado garito de la calle Rodríguez Paterna que tanta gusa alivió en nuestra mocedad. El Mere, La Travesía (antiguo Ignacio), el Sebas: el mundo de la tortilla local es inconmensurable, aunque ya se confirma de estas referencias que del bocata hemos pasado al formato pincho. Que no es lo mismo.

Pero regresamos a La Esquina, porque muy cerca habitaba y habita cierto bar que me tuvo entre sus incondicionales gracias al encanto de otro tipo de bocadillo: el de panceta que despachaba el Alejandro de la calle del Carmen. Y que el dios del colesterol me perdone, porque con el amado cerdo hemos topado. Bocadillos de jamón de los jamoneros de confianza (calle Vitoria, calle Saturnino Ulargui, calle Oviedo, El Soldado, Pata Negra, García), de chorizo, de lomo o de salchichón: nos comíamos hasta los andares, en efecto. Eran bocadillos tan humildes como jugosos, que sigo sin olvidar, aunque los he ido abandonado, tendencia que creo que se generaliza. Ya digo que sospecho que la tapa mató a la estrella de los bocatas, aunque estamos a tiempo de asistir a su resurrección: por ejemplo, el de calamares que sirven en el Torres de la calle San Juan me parece un estupendo sustituto de sus hermanos mayores. Porque de regalo uno se zampa una dosis de nostalgia: ay, de aquellos bocatas de calamares del Moderno, qué se fizo. Do se fueron.

P.D. A la tendencia de relevar el bocadillo por una tapa se suma otra que tiene que ver con el tamaño: porque sí que importa. Quiere decirse que el bocadillo tradicional, constituido alrededor de casi media barra de pan, retrocede ante el formato minimal. De hecho, esta moda alumbra una nueva voz en la nomenclatura gastronómica de nuestros bares: con todos ustedes, el bocatita. Bocatita es de hecho un clásico de Logroño, como lo fueron los bocadillos con que aguardábamos en Las Gaunas los goles que rara vez llegaban o los bocadillos con que almuerzan los madrugadores allá por San Mateo, como bocadillos logroñeses bien castizos son los que sirven en el ambigú del Adarraga o los que nos zampábamos de críos en las lloradas sesiones dobles de cine del Bretón. Y otro vocablo que ha ingresado en nuestro vocabulario a la vez que en nuestras panzas me sirve para rematar estas líneas: qué otra cosa que un bocadillo es el kebab, la carne que gira. El fetiche de los hijos de quienes se iniciaron en el mundo del bocata allá en La Viga o en el Moderno.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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