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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Heredarás la barra

Juan Francisco Bargondia, al frente del Sebas. Foto de Justo Rodríguez

Mañana de sábado, largo (larguísimo desayuno), la prensa sobre la mesa y héte aquí (me encanta esta expresión) que desde la contraportada del suplemento Degusta de Diario LA RIOJA me saluda la cara de Juan Francisco Bargondia, alma, corazón y vida del inmortal Sebas, cuya biografía está cincelada a la barra del popular bar de la calle Laurel (aunque en puridad se aloja en la calle Albornoz, con su misterioso ascensor incorporado). Le veo a él en la estupenda foto de Justo Rodríguez y veo entonces, por esos sugerentes meandros que depara la memoria, a su padre, a quien empecé a frecuentar en mis primeras andanzas por la mentada calle. Héte aquí toda una saga de camareros, concluyo mientras apuro el café con leche casero. Héte aquí toda una saga en una profesión muy bien dotada de ellas. Al menos, en Logroño.

Así que voy desandando mis pasos y tirando de esta madeja de recuerdos: cuántas de las barras logroñesas que más he visitado son la mejor herencia que recibieron quienes hoy las ocupan. Me sitúo al comienzo de la calle Laurel y voy repasando: no son tantas, la verdad, pero han dejado huella. Me parece que la generación de camareros ya jubilados no logró que penetrara en su prole el gusanillo de la hostelería, con la señalada excepción del Sebas y alguno más, o es posible que sus descendientes conocieran desde temprano los peajes de semejante oficio y prefirieran salir tarifando. En el Buenos Aires, por ejemplo, sí se observa un hilo de continuidad, aunque ahora se emplaza en República Argentina y ya no funciona como bar. Hay toda una teoría familiar tras los champis del Soriano y también se puede seguir el rastro de El Soldado de Tudelilla y el Jubera reconstruyendo el árbol genealógico de quienes ahora lo comandan, pero ya se va viendo que son casos excepcionales. Lo común es lo contrario: no hay rastro de Juanito en el actual Donosti o de Julián en el Blanco y Negro y ni el Bambi ni el Páganos son tampoco lo que eran cuando otra generación los pilotaba. La lista puede extenderse pero la conclusión surge por sí sola: eso de heredar la barra… Parece como que no.

No, porque tampoco es un legado que en la vecina y por tantas razones emparentada calle San Juan se preserve. Cierto que Dani y Marcos honran el legado familiar al frente del García pero casi que pare usted de contar… Aquella tendencia tan común que observaba uno en su adolescencia, cuando los hijos reemplazaban a los padres y de un modo natural se embutían el mandil para atender a la clientela, me parece que ha desaparecido. Ignoro si se mantendrá en el futuro inmediato, pero tiendo a pensar que no. Ya digo que esta profesión impone una larga serie de sacrificios que, aunque a menudo sea también muy vocacional e inflame de pasión y entusiasmo a quienes la practican, menudea también la figura arriba mencionada, la de quien procurar salir pronto de la barra en cuanto advierte que adopta la forma de calabozo.

Y sin embargo… Sin embargo, hay algo que ennoblece a estos bares donde un hilo invisible asegura la continuidad en el trato, un cierto respeto a la tradición, un aire de permanencia muy grato para la fugacidad de nuestra vida como clientes. Como es natural, nadie puede imponer al resto de mortales la profesión que escojan y (repito) desertar de la barra una vez conocida la esclavitud que supone es harto comprensible. Pero a quien esto firma le encanta ejercer de parroquiano en aquellos locales donde antaño conoció a los progenitores de quienes hoy defienden la barra, porque la visita tiene algo de viaje en el tiempo, a su propia condición de veterano en estas lides. Como si se observara a sí mismo en un espejo con retrovisor y se viera retratado más jovencito en los ojos de quienes heredaron este bar y hoy siguen dignificando el hermoso oficio de sus antecesores.

P.D. Lejos de Laurel y San Juan anidan algunos ejemplos que confirman el titular de estas líneas y que me perdonen todos aquellos a quienes no cito: imperfecciones de la memoria. Sí, claro que hay quien hereda la barra, y estoy pensando en la saga de los Langarica, un par de generaciones que rinden homenaje al oficio familiar, o en Colo ‘Bretón’ y sus distintas encarnaciones hosteleras o en la línea de continuidad que se observa en el tantas veces resucitado Iturza o en el clásico entre los clásicos Café Moderno, donde se han destetado varias promociones de los Moracia o en el Victoria, de Carnicerías a Víctor Pradera, siempre en las mismas manos (más o menos). Pienso en todos ellos y me pregunto cuál de estas promociones recientes de camareros riojanos traspasará el oficio a sus deudos. Quiénes atenderán a nuestros heredederos.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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