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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

A este lado de la barra

Clientes en un bar de la calle Laurel, a finales de los años 80

La lectura de una entrada que me pareció muy curiosa en un diario digital sobre nuestra condición de clientes me ha llevado a reflexionar sobre mi conducta a este lado de la barra: es decir, cómo nos comportamos cuando nos acodamos en el garito que toque y, pie en el estribo, pedimos una ronda. Concluyo que como parroquianos de nuestros locales de confianza obramos igual que como ciudadanos: con mucho, poco o mediano decoro. Depende. Ya sentenció el clásico que hay gente que tiene mucha educación… pero es porque no la usa. Y algo así ocurre en el universo hostelero: que la clientela deja (dejamos) también de desear demasiadas veces. De modo que me golpeo el pecho, me arrepiento y confieso: sí, como cliente también uno ha cometido sus pecadillos. El  más grave, cometido allá por la primera glaciación, algún que otro ‘sinpa’.

El ‘sinpa’, y que el dios de los bares me perdone, no me parece sin embargo el peor pecado en que uno puede incurrir. A fin de cuentas, cuando uno perpetraba tales pillerías de chaval lo hacía por dos razones: por divertirse, cierto, pero también por descuido. No olvido el más descarado que ejecuté: en un bar muy castizo de Laurel cuyo nombre no citaré, una noche de frío invierno, con una nevada que había despachado de clientela toda la calle, yo solito en la barra. Estuve hilando la hebra cháchara con el dueño del local, charla que te charla, comentando lo que salía por la tele y me piré sin pagarle. Sólo me faltó darle un abrazo. Hasta que un buen rato después, de regreso en casa, reparé en que me había ido sin abonar la consumición, tan fresco. En fin: que pido disculpas retrospectivamente, aunque sigo pensando que hay cosas peores.

Por ejemplo: comportarse groseramente con el camarero que, agobiado entre tragos, frituras y tapas varias, faena al frente de su barra. Exigir la consumición según se entra en el local, de malos modos. Reclamar airadamente, despreocuparse de los niños y que campen a sus anchas, molestar al resto de clientes incluso si no hay despedida de soltero de por medio… La lista es ancha: se puede incluir el uso inadecuado de mondadientes, el escupitajo de costadillo tan celtibérico y alguna otra grosería habitual. Porque si uno repasa la relación de diez reglas básicas para conducirse correctamente en un bar (según los camareros citados por elconfidencial en la información mencionada) y a continuación reflexiona consigo mismo sobre su conducta como parroquiano… Deberá concluir conmigo que nos comportamos de manera manifiestamente mejorable: por ejemplo, yo acepto que he cometido todos los pecados citados en esta relación, salvo uno de ellos, eso de pedir una ronda gratis. De hecho, siendo sincero, también en ese he incurrido aunque sólo sea de pensamiento. Lo cual, según recuerdo del catecismo, era igualmente pecado: muchas, muchas veces he pensado ante la tacañería exhibida por algún hostelero que tenía derecho a una ronda por la cara, aunque sólo fuera por mi fidelidad como cliente. Pero tomar la barra como perchero… Muchas veces. Pedir todas las rondas a la vez… También, muchas veces. Y eso de reclamar una consumición imposible… No tantas, pero alguna cayó: todavía recuerdo a un camarero de cierto bar de la calle Bretón que me contestó con mucha gracia bien cañí cuando, luego de un larguísimo rodeo, terminé de pedir lo que quería, una auténtica tontería: “No, si todavía me vas a volver loco”.

Le pido perdón humildemente a él y al resto del gremio. En justa correspondencia, ruego lo mismo: buena educación, esmerados modales, adecuada higiene, sentido del deber, profesionalidad y, de vez en cuando, una sonrisa. Porque lo de una tapa gratis todavía sigue sin cuajar por Logroño.

P.D. Aunque alguna vez habremos merecido un cero en conducta como clientes, también es verdad que son mayoría las ocasiones en que ocurre lo contrario. Confraternizamos con alto nivel de lealtad con nuestros camareros de confianza y alguna tarde incluso les echamos una mano si les veíamos desbordados. El bar, como extensión de nuestra casa, con sus virtudes y sus defectos. El bar donde los camareros parecían de la cuadrilla: como muestra, esta foto de finales de los 80. Y mis disculpas a los varones retratados: las damas seguro que están tan guapas como entonces.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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