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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

A quien madruga

Bar Choca de Jorge Vigón, en Logroño, a primera hora

Cualquier logroñés puede haber observado cómo, entre las tendencias del comercio contemporáneo, resalta una bien llamativa: los horarios ya no son lo que eran. Ay. Es decir, que cada vez las tiendas abren más tarde. Una moda que alcanza al universo de los bares, de modo que casi han periclitado aquellos garitos tempraneros que ofrecían reparación en forma de cafelito o carajillo a los clientes más madrugadores. Sí, ya sé que todavía resisten unos cuantos. Pero observo que son mayoría los que se adaptan a las costumbres de su clientela, por lo general poco amiga del despertador en estos tiempos, aves nocturnas que sin embargo sí que suelen exigir establecimientos que prolonguen su jornada laboral hasta bien entrada la madrugada. De modo que los bares, como tantos negocios, cada vez se desperezan más tarde.

Lo cual complica sobremanera la ingesta del desayuno, pues resulta una moda creciente la de no administrarlo en casa y ganar ese tiempo precioso para concedérselo al mullido edredón. Así como es norma general entre ciertos bares levantar la persiana bien entrada ya la mañana o incluso al mediodía o a la hora del vermú, también es verdad que hay locales especializados en todo lo contrario: especializados en ser los primeros. Garantía de éxito en estos tiempos: cuando amanece, esos coches en doble fila tan logroñesa a la altura de ciertos bares enseñan al resto de mortales dónde se puede desayunar a esas horas que no son horas.

Así ocurre con el Zhivago de la calle Clavijo: un barrio de elevada densidad residencial, donde estos nuevos hábitos hosteleros han encontrado una clientela afín. Lo mismo sucede en Jorge Vigón, donde la chocolatería Choca (en la imagen a primera hora mañanera) congrega de buena mañana a un puñado de madrugadores que prefieren desayunar fuera de casa. No seré yo quien condene estos nuevos usos alimenticios: ya está el nutricionista de guardia avisando de la conveniencia de compartir bollería casera y tazón de leche con o sin colacao con la parentela cobijada por el mismo techo familiar. Pero crece el número de eso que llaman ‘singles’, otrora solteros, poco adictos al microondas y se comprueba que los bares que sí madrugan han encontrado en ellos y otras especies urbanas un nicho de negocio que antes disputaban con el resto del gremio.

Porque cualquiera que, como quien esto firma, haya protagonizado alguna excursión de sábado noche hasta hacer frontera con el domingo por la mañana observaría por aquellos tiempos (primera glaciación) que los bares ya estaban abiertos a esa hora intempestiva en que uno alcanzaba el hogar paterno. Hoy, sin embargo, resulta común lo contrario: que la hostelería calibre bien los hábitos de sus clientes, aquilate en consecuencia los gastos corrientes (la luz, el agua) y opte por abrir sólo cuando tenga más o menos garantizada cierta afluencia de parroquianos. Y aquellos que dejan de batallar en esa primera hora que no parece resultar decisiva para la máquina registradora, mantienen por lo tanto echada la verja hasta que ven llegada la hora en que sí entra en juego el sector del público al que se dirigen.

No, no madrugamos. Con alguna excepción: por ejemplo, los peregrinos. Logroño es de siempre hito del Camino de Santiago pero juro por el apóstol (con perdón) que yo nunca, nunca, nunca pero que nunca había visto tanto caminante hacia Compostela como en estos últimos tiempos. Y ahí emerge el empresario con olfato que algún hostelero siempre lleva dentro: me cuentan que en la plaza del Parlamento abre a esas horas tan intempestivas un local cuya clientela luce orgullosa en el pecho la venera. Su oferta, un contundente desayuno tarifado a precios razonables, resulta al parecer irresistible para quienes afrontan la dura caminata hacia Galicia. Son los que saben que a quien madruga, el desayuno ayuda.

P.D. Sé que muchos logroñeses se atribuyen el mérito de haber descubierto ese obrador de Pérez Galdós que defiende Garpesa para templar el estómago en la hora furtiva que limita con el momento de llegar a casa y/o prolongar la noche jaranera. Pero siento tener que comunicar que en compañía de otros señalados miembros de mi cofradía, fue servidor quien tropezó hace un millón de años con ese oasis reparador, animado por el olorcillo a cruasán que despedía. Una especie de flautista de Hamelín para la tropa noctívaga. Allá nos presentamos por primera vez y de casualidad cierta madrugada y allá sigue despachando su jugosa bollería, sin que sepamos todavía si su clientela es adicta a desayunar temprano o fanática de la recena.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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