Cae en mis manos una noticia fechada hace ya semanas donde el estupendo periodista Javier Albo (corresponsal de Diario LA RIOJA en Santo Domingo) relata el campeonato celebrado en la Escuela de Hostelería, con el fin de designar al representante riojano en un certamen de coctelería nacional. Lo cual me ha llevado a recordar los avatares que dicha práctica ha conocido en nuestros bares logroñeses en su pasado más reciente: es decir, del Angelo a esta parte. Porque fue el Angelo el garito donde uno vio por primera vez la oferta de cócteles como bandera de su repertorio. Aquel local alojado en el pasaje entre Doctores Castroviejo y Jorge Vigón sólo me trae buenos recuerdos: allí solían terminar trasnochando quien esto escribe y sus colegas de redacción y talleres, cuando el cierre se alargaba y no apetecía demasiado irse a casa, frescas aún la tinta del periódico y la excitación por la noticia que acababa de llegar a portada. Cada vez que paso ante su puerta dedicada hoy a otros menesteres se me vuelve a hacer de noche y me asalta el fantasma de Luis Roldán recién capturado por tierras asiáticas.
Para esa época, el Angelo era ya sólo un pub. Lo de coctelería había sido una aportación ligada a sus primeros años, pero como entonces yo no militaba entre sus fieles ignoro por lo tanto si llegó a triunfar. Sospecho lo contrario, porque de hecho el concepto cóctel sigue siendo entre nosotros una rara ave. Salvo que como sinónimo nos valga el cubata de toda la vida o eso que nuestros padres dieron en llamar, con su nomenclatura camp muy años 60, un combinado. Pero me temo que no: en el imaginario colectivo la palabra cóctel remite a una preparación más sofisticada, ingredientes un pelo extravagantes, una aceituna (o una guinda) rematando el brebaje y las manos rápidas del barman oficiando semejante ritual como luego veríamos a Tom Cruise en la película homónima. Y no: nada de esto sucede cuando te pides un cubata. Ni ahora, ni cuando nos iniciamos en ese rito. El camarero arrojaba la cuota de destilado correspondiente, le añadía el refresco de rigor, unos cuantos hielos y ya tenías tu cubata de ron, tu vodka con naranja (el añorado destornillador), tu vermú con soda. No: no se nos pasaba por la cabeza que eso fuera un cóctel.
Así que vuelvo sobre mis pasos: qué es un cóctel. Qué le pedimos a una copa común para que escale a ese nivel. Concluyo que lo antedicho: más o menos, una inquietud mayor entre quienes lo sirven y quienes lo disfrutan. Una apuesta por huir del estereotipo, una vuelta al recetario antiguo: una pretensión tal vez pedante, pero que tiene su punto. Desde luego, yo no incluyo en este universo del cóctel al gin tonic de toda la vida, por más tonterías que ahora se hayan puesto de moda y que, como todas las modas, acabarán pasando de largo. Aunque quién sabe: estas mezclas tan extemporáneas y complicadillas que a veces incluyen hasta ¡¡¡cachos de pepino en la copa!!! tal vez sólo sean el precedente de una nueva tendencia hacia tragos más evolucionados, complejos y sutiles.
Porque la estética que reclama el mundo del cóctel tiene cierto encanto. Anticuado, pero encanto, porque nos habla de otro tiempo. Del tiempo en que bares como el citado Ángelo (o el Gin Fizz de la calle Vitoria en cualquiera de sus encarnaciones) tenía sentido. Del tiempo en que un caballero como el señor de la foto, Don Draper para el mundo, se cobijaba en su taburete del bar denominado PJ Clarks (que no es de ficción y sobrevive en Manhattan) para desayunarse un cóctel llamado old fashioned, cuya receta comparto con los improbables lectores: sírvase en vaso bajo de whisky una dosis de bourbon, añada un golpe de angostura, sume un leve toque de soda y remate la jugada con sendas rodajas de naranja y limón. Si luego se lanza a por las primeras faldas que pille, es que en efecto ese bebedizo es un old fashioned: usted ya se ha convertido en Mr. Draper.
P.D. Desvela la amiga Wikipedia que el citado old fashioned se denomina así en honor al coronel James Pepper, dueño de la marca Old 1776 Whiskey y miembro del club donde tal trago se preparó por primera vez. Debe no obstante su fama reciente a la serie Mad men, igual que el mundo del cóctel se corporeizó entre nosotros a través de otra pantalla: en concreto, la más grande, donde otro galán llamado James Bond popularizó el célebre trago llamado Dry Martini. Es ciertamente común encontrarlo hoy en las cartas de los garitos fetén de Nueva York, donde me informan que hoy también se abre paso la moda del gin tonic. Sólo que los vecinos de Woody Allen no lo llaman así: lo llaman ‘gin and tonic’.