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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Bares viejunos

Bares de viejos, bares viejunos

Viejuno: voz introducida en nuestra jerga coloquial gracias al ingenio de la escudería de cómicos capitaneada por el gran Joaquín Reyes. Uno de esos hallazgos que glorifican el idioma español, porque añade un guiño semántico del que carece la palabra matriz: viejuno no es viejo sino una determinada clase de viejo. Se debería emplear más bien como sinónimo de anticuado: por ejemplo, Eduardo Punset sería viejo, pero no viejuno. Viejuna sería en realidad su hija Elsa, a pesar de ser más joven. No sé si me explico.

La palabra ha hecho fortuna últimamente, porque sirve para identificar de modo fetén algo o alguien pasado de moda, superado por el paso del tiempo, anacrónico… pero poseedor de cierta gracia. El encanto de lo camp. Así que hay gente viejuna, pero también menús viejunos (el cóctel de marisco, por ejemplo), ropa viejuna (el chaleco, tal vez) y bares, en efecto, viejunos. Véase el dibujado en la imagen que ilustra estas líneas: tropecé con él en el perfil de facebook del bar Pali Carlitos y lo relacioné con un comentario dejado semanas atrás en este blog por el periodista Guillermo Sáez. Sostenía el paisano trasterrado a Madrid que Logroño en general y su calle Laurel en particular se arriesgan a sufrir lo que denomina proceso de ‘donostización‘. Es decir, que de repente los bares o son modernos o no son, con esas barras al estilo de San Sebastián en permanente competición a ver quién tiene el pincho más hermoso o la enoteca mejor dotada. Alertaba el susodicho Sáez de la pervivencia que juzga en peligro de locales como el glorioso Perchas, emblema de los bares viejunos. Y que nadie detecte nada peyorativo en semejante atributo: el bar viejuno, a quien esto firma, le parece una especie cuya continuidad debería garantizarse por ley.

Así que de qué hablamos cuando hablamos de bares viejunos. Viene de nuevo en nuestro auxilio la imagen citada, de modo que la pregunta se contesta fácilmente: un bar viejuno debe contener un póster futbolero pasado de moda (el Atlético de Madrid en el mentado caso del Perchas, aquel del Logroñés que sigo añorando del difunto La Simpatía), un transistor analógico, máquinas de marcianitos de cuando ni SuperMario había nacido… Un mostrador de zinc, unas mesas de formica, vasos de Duralex, ceniceros de latón triangulares con el logo de Martini… Camareros de toda la vida con pinta de haberlo visto todo, una barra consagrada al monocultivo del pincho único (o mejor: sin pinchos), unos parroquianos pegados al estribo… Ayuda a esta configuración que el bar se sitúe fuera de los circuitos habituales, condición que cumplen por lo tanto los locales ubicados en los barrios alejados del centro de Logroño: allí se puede asegurar que (casi) todos los bares son en consecuencia viejunos.

Pienso en establecimientos como el citado Perchas, claro, bandera del bar viejuno cuando este concepto ni siquiera existía. Y pienso en una curiosa derivada: el bar viejuno concebido como bar… moderno. Es decir, que su idiosincrasia singular le permite sobrevivir a las modas que vienen y van. Que vienen y van mientras ellos, estos bares fieles a su propia identidad clásica, permanecen al margen de las tendencias… hasta que ellos mismos se convierten en eso, en tendencia. Me refiero por ejemplo al Iturza de la Mayor, que ha aparecido unas cuantas veces en este blog: antaño era uno de los bares típicos de esa ruta castiza, junto al Bretón y el Cuatro Calles, cuando la calle todavía no se había convertido en refugio del público joven. Entonces (años 80), el Iturza ya nos parecía merecedor del encanto de lo viejuno, pero esta palabra no se había inventado. Ahora, le ocurre otro tanto con su clientela renovada: reconforta encontrar en nuestras correrías por los bares de confianza un garito por donde no pasa el tiempo. Un bar refractario a esa ola de ‘donostización’ que mencionaba arriba: así es el Iturza, que tal vez sea viejuno, pero no viejo. Y así son también el Perchas o el Soriano, inasequibles a su oferta del pincho único (las orejitas o el champi que despachan al margen de neotabernas, gastrobares y resto de recientes entradas en el universo hostelero): bares a quienes el adjetivo que mejor les cuadra es el del auténticos. Con sus servilleteros con mondadientes en el lateral, televisor Telefunken y cortinilla de abalorios franqueando la entrada. O con su autógrafo dedicado del Panaderito de Oyón, por ejemplo, como ocurría en el antiguo Tívoli: uno de esos bares que ha pasado de ser viejuno a emblema de lo nuevo.

Cosas de la edad: nos ha pasado a todos, pero al contrario.

P.D. El Iturza ha sido noticia reciente porque milita entre los bares que protagonizan esa curiosa batalla civil por la moda (también reciente) de tomar la consumición en la calle. Una de esas cuestiones que siempre me intrigan: por qué se legisla desde la Administración algo que los ciudadanos gestionan por sí solos sin mayores problemas. Prometo una reflexión más larga sobre tal cuestión, en una próxima entrega. Seguiremos informando

 

Temas

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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