Nos vamos de excursión. Como suele ser norma, Logroño en sus bares desmiente su nombre y así como antes peregrinó por La Rioja (y visitó los amados bares de Cenicero) y resto de España (Madrid, León, Soria, entre otros destinos), hoy protagoniza su primera expedición extranjera: el viaje reciente de dos compañeros hacia la capital del antiguo Imperio británico me ha refrescado la memoria, que es casi tanto decir como el corazón. Porque uno lleva Londres dentro de su yo más íntimo… incluso desde antes de aterrizar por primera vez en sus calles. Que ya tiene mérito amar algo sin conocer ese algo.
Lo cual significa que desde crío quien esto firma estaba loquito por todo lo que oliera a Inglaterra. Desde su fútbol hasta su rugby, incluyendo los hermosos estadios que albergan ambas disciplinas. Y su música, sus actores (ah, el estupendo Michael Caine) y sus actrices (la inolvidable Julie Christie), sus cabinas de teléfono, sus autobuses de dos pisos, sus taxis, sus policías de extravagantes sombreros… y sus pubs. También llamados pubes. A uno le gustaban los pubs también antes de conocerlos, así que una visitados comprobó que conocerlos es amarlos. Porque la atmósfera que en ellos habita es genuina, irrepetible. Porque la costumbre de abrevar tanto en su interior como en sus alrededores es una hermosa manera de hermanamiento entre clientes, así como un estupendo itinerario para iniciarse en la ingesta de cerveza y sus evocadoras denominaciones: lager, bitter, brown, India pale…
El pub en realidad debe interpretarse como un termómetro de la vida en Londres: en una sociedad tan adicta a la estratificación por clases, los pubs se dividen según esa misma lógica, de modo que hay pubs y pubs porque, en efecto, siempre ha habido clases. Un observador curioso podrá determinar qué tipo de clientela acude a cada uno en función de factores como la vestimenta, la inclusión de mujeres entre la parroquia (más común entre los pubs más top, que diría Mr. Mou, vecino por cierto de esa ciudad) y algún detalle adicional. Por ejemplo, yo he notado que los ricos se ríen más: esos pijísimos londinenses que salen del curro en la City tras mover por el orbe unos cuantos milloncejos a través del éter no pueden contener la risa. Su euforia desencorbatada, su manera de celebrar el éxito de la última operación, la desenvoltura con que se piden otra pinta… Poco que ver con el cliente taciturno del pub de arrabal, que consume su jarra mirando al techo, habla entre dientes y sólo se anima si en la omnipresente televisión gana su caballo favorito.
Superadas no obstante algunas de las peculiaridades del pub, empezando por el idioma, para cualquier españolito ingresar en cualquiera de ellos es ingresar sin embargo en territorio amigo. Pocos locales se parecen más a nuestro querido bar de barrio, porque reúne esa misma condición de faro ciudadano y se nutre de una idéntica clientela por lo asidua y fiel, una clientela que genera esa clase de confraternización entre camarero y parroquiano tan cara a este blog, Una vocación de permanencia que se ilustra en el largo tiempo que gran parte de tales pubs lleva enraizado en la calle que lo acoge. Y, además, son bonitos: quiere decirse que el pub inglés, luego tan imitado, posee un cierto estilo, una decoración peculiar, vintage desde antes de que existiera el concepto vintage. Es decir, cuando lo antiguo era realmente auténtico: un espacio nacido para disfrutar de la cerveza tirada con habilidosa mano (y menos fresquista que en España, como se sabe), para estirar la tertulia, para concederse un rato viendo pasar la vida solo o en compañía de otros. Dios salve por lo tanto al pub: quienes paseen por Londres deberán sin dudarlo visitar la larga lista de célebres museos, recorrer Harrods y saludar en mi nombre a la Reina Isabel, pero deberán también incluir en su itinerario una visita al pub de la esquina para comprobar que los seres humanos nos parecemos más de lo que pensamos. Porque uno puede bautizarse como londinense con apenas tomar asiento en el taburete, reclamar su jarra, consumir su pinta y hacer lo que todos: mirar por la tele a ver si gana su caballo favorito.
P.D. De mi primera visita a Londres tengo guardado un completo resumen de los pubs que fui conociendo, que en posteriores viajes he vuelto a recorrer: una ruta de alto contenido sentimental. Uno se recuerda más joven peregrinando de pub en pub, recordando los buenos ratos pasados, los descubrimientos ya superados porque dejaron de serlo… Los anoto aquí por si alguien siente curiosidad: The Malrlborough Head, muy cerca de Oxford Street (en la calle North Audley); The Duke of York, también junto a Oxford Street, en Dering St.; Museum, obviamente frente al British; Red Lyon, junto a Picadilly, en Duke of Saint James St.; en la misma zona, The Argyl Arm (en Argyl St.); Marquis of Granby, al sur del Tamésis (calle Dean Bradley, por Millbank); Marquis of Clanricarde, un pub de barrio en Sussex Gardens; y el divertido Hog in the Pound (literalmente, Cerdo en la libra), en la calle South Molton. De paso, aprovecho para reivindicar mi favorito, que conocí años después: se ubica en el amado barrio de Hampstead, en un escondido callejón al que sólo puede accederse preguntando a los vecinos… que tratarán de despistar al turista como es tendencia en Londres. Superada las trampas, allí lo ve el improbable lector en la imagen que ilustra estas líneas: The Holy Bush, una belleza de garito que hubiera hecho feliz a Dickens.