Nuestro hombre en la barra, la sección inaugurada en este blog el mes pasado con Francisco Martínez Bergés de protagonista, llega a su segunda entrega. En el capítulo anterior ya comentamos el origen de esta iniciativa: divulgar la semblanza de aquellos camareros que han ido ennobleciendo el oficio a lo largo de tantos años en los rincones más queridos de Logroño. Y de eso, de bares, del Logroño castizo y del oficio de camarero algo parece que sabe el protagonista de hoy: Mariano Moracia.
Que es tanto como decir Café Moderno. El popular establecimiento de Martínez Zaporta, que el año próximo cumple su primer centenario de vida, se encuentra ligado a la familia Moracia de un modo tan íntimo y prolongado que se hace raro ingresar en el local y no ver por allí bandeja en ristre a alguno de sus miembros. Antes era lo habitual tropezarse con su padre, ya fallecido; hoy, quien desempeña una misión semejante (atender a la nutrida clientela que tanta devoción le profesa) es cosa de Mariano, aunque ya se anuncia una nueva generación. Mariano recuerda en consecuencia que si mira hacia atrás se recuerda defendiendo el negocio familiar “desde niño”: “Llevo en el Moderno toda mi vida”, añade. Lo cual no implica que las enseñanzas que se desprenden del oficio hayan concluido ahora que peina alguna cara y el pelo se retira de la frente. “Nunca te sientes un buen profesional porque siempre tienes algo que aprender”, advierte.
A lo largo de todos estos años de dedicación al Moderno, Mariano, que nunca ha ejercido en otro bar que no fuera el de su familia, atisba ya a sus espaldas un panorama de cierta dimensión que le permite concluir que no: que los bares de Logroño, ay, no son los de antes. “Han cambiado muchísimas cosas”, reconoce. “No no tiene nada que ver la hostelería de hace treinta años con la de ahora”, añade. ¿En dónde reside la clave de esta metamorfosis? Mariano lo tiene claro: antaño, recuerda, “habia más relacion con el cliente”. Por el contrario, hogaño el parroquiano habitual se distingue por un perfil distinto: “Hoy el cliente sabe más lo que quiere y es más exigente”.
¿Más cambios? Como ya hiciera Martínez Bergés, Mariano Moracia se suma al lamento generalizado por la “falta de buenos profesionales” que sufre el sector, aunque no todo son quejas. Los bares de Logroño, a su parecer, pueden presumir de virtudes que los hacen diferentes de la competencia diseminada por el resto de España. Se enorgullece, por ejemplo, cuando menciona los valores del vino de Rioja, tan apreciados por los forasteros, de esos que llegan a Logroño tan a menudo peregrinando hacia Santiago y se dejan caer por el Moderno. Y elogia también la rica gastronomía local como otro de los atractivos que forjan lejos de nosotros la imagen de una ciudad apetecible para esto de despachar tragos y bocados. Aunque, sobre todo, destaca una cualidad de Logroño por encima del resto: “Lo que más valora la gente que nos visita es nuestro carácter, porque es muy afable”.
De modo que Mariano se despide como los toreros caros: en corto y por derecho. Abandona la cháchara, se retira a los vastos territorios (el Moderno, que es uno y trino: café, sí, pero con restaurante y terraza) y confiesa que no es uno de esos camareros que predique con el ejemplo. Porque cuando se le pide que mencione qué otros bares de Logroño frecuenta o lleva más pegados al corazón, no recuerda otro que no sea su Moderno. “No suelo alternar”, confiesa. “Soy muy tradicional”, concluye
P.D. El Moderno protagoniza desde hace unos meses un serial que publica cada domingo Diario LA RIOJA destinado a festejar su centenario, que celebrará el próximo año. Gracias a la tarea recopilatoria de unos cuantos buenos amigos del venerable café, la ingeniosa pluma del periodista Luis Javier García regala a nuestros lectores un resumen de la biografía del Moderno, solapada con las vicisitudes propias de la vida en Logroño, La Rioja, España y el universo mundo durante todas esas décadas. Allí tropezará el curioso con la familia Moracia y allí verá a Mariano como lo ve en la foto que ilustra estas líneas: un chavalín. Un chaval al otro lado de la barra.