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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Área 103, academia de camareros

Imagen antigua de Área 103, tomada de su página web

 

Cuenta la leyenda que si un conductor duda sobre qué garito resulta más conveniente para abrevar mientras avanza en su ruta, no tiene que albergar duda alguna: deberá detenerse allá donde vea más camiones estacionados. Los camioneros, siempre según tal leyenda, parecen los pioneros de la guía Michelín, improvisados comisarios gastronómicos que construyen con sus vehículos la pista perfecta para los profanos en el arte de saciar el hambre y la sed volante en ristre. De modo que, como ya comenté aquí a propósito de unas líneas dedicadas al venerable Duque de Medinaceli, la geografía española dispone de su propio mapa de mitos gastronómico/camioneros y cada familia patria, de su propia agenda de garitos donde detenerse en función de su itinerario. El mío, que tiende a unir Logroño con Madrid a través de la Nacional II, venera desde hace largo tiempo el establecimiento apodado Área 103 (antigua Venta de Almadrones, provincia de Guadalajara), situado en efecto a 103 kilómetros de la capital del Reino.

Se trata de una devoción que quiero compartir aquí a propósito de recientes tertulias con sabor a nostalgia: qué fue de aquellos camareros fetén que se bastaban por sí solos para dirigir una barra atestada de público, servir una caña con una mano, una tapa con la otra, vigilar por el rabillo del ojo quién entraba y quién salía (sobre todo, si era sin pagar). Esos camareros que se las arreglaban para contarte un chiste mientras también ejercían de carrusel deportivo andante: “Va perdiendo el Logroñés en Las Margaritas”. Ese camarero molaba, amigos. Aquí se ha rendido tributo a tal figura en trance de desaparición y los propios interesados, los empresarios del sector hostelero, han lamentado también la pérdida que detectaban en sus negocios cuando se les preguntaba en la sección Nuestro hombre en la barra sobre los cambios más negativos que notaban en los bares de Logroño: tanto Francisco Martínez Bergés como Mariano Moracia apuntaban hacia ahí en sus respuestas, hacia la ausencia de aquel tipo de camarero en quien se podía confiar la tutela del local porque lo hacía igual de bien que el dueño. A menudo, mejor.

Inundado por estas cavilaciones penetré hace unos meses en mi querido 103 un pelín temeroso: tenía prisa por llegar a casa y cuando comprobé que, como siempre, un abultado parque de camiones ocupaba su estacionamiento pensé que tendría que armarme de paciencia para el bocado rápido y el cafelito reparador que me aguardaban. Ocurrió lo contrario: ocurrió que tuve la dicha de asistir a un prodigioso espectáculo, la maravilla de un cuarteto de camareros (insisto: solo cuatro) que sacaban adelante aquella avalancha de clientes sin inmutarse. Sí, fue un estupendo momento coreográfico: perfectamente adiestrados, coordinados en cada acción, hablando entre ellos sin detenerse mientras preparaban el bocadillo de salchichón ibérico (excelente el embutido, sensacional el pan), anotaban en sus pintorescas páginas de albarán la comanda de cada cual sin equivocarse y te ponían en dirección a la máquina registradora sin que ningún engranaje de esta perfecta sinfonía crujiera ni se alborotase.

Un espectáculo. Observaba a ese grupo de camareros (que además tenían tiempo para gastarse bromas entre ellos sin que por ello cesase nadie en su actividad) y por oposición me desbordaba la nostalgia, como advertía arriba: qué diferencia con tantos y tantos ejemplos que vemos cada día. No me detendré en tan perniciosos casos: prefiero regodearme en la añoranza por el tiempo en que locales como este 103 de mis entretelas eran moneda común y el tipo de camareros que lo defienden, norma habitual. Alguno de ellos hizo bastante por mi educación. Eran de ese tipo de castellano viejo hoy en retirada, que te amonestaba si te comportabas como un patán, te trataba con deferencia pero sin condescendencia (ese mal tan extendido) y asumía su trabajo como si el bar fuera suyo. Un catálogo de virtudes que el cliente que quiera detenerse en el 103 reconocerá en el personal que le atiende. Capaz de despachar a dos o tres clientes a la vez como antaño era habitual; dispuesto a rectificar y disculparse si se equivoca en el servicio (sí, más o menos como ahora); diestro en tratar con educación pero sin confianzas a la parroquia. Una habilidad para la que sus compañeros de oficio más jóvenes parecen menos predispuestos, lo cual corrobora que aquellos camareros antiguos no eran camareros, sino algo más: eran y son caballeros. De modo que concluyo esta entrada compartiendo con el improbable lector una idea que me asaltó aquel día en que presencié en vivo semejante lección de hidalguía profesional: que el Area103 diversifique un día sus actividades y ejerza como academia para formar camareros. En cualquiera de los integrantes de su actual cuadro de trabajadores puede encontrar quien lo desee al rector de ese hipotético campus. Y ese sí que será un camarero magnífico.

P.D. Unos días después de asistir en el 103 al mentado espectáculo, habitual por otro lado, me enteré por casualidad de las conexiones riojanas con el establecimiento. Una de las integrantes de la actual generación que comanda el negocio, la saga familiar apellidada Rebollo, estuvo casada con un camionero logroñés, fallecido hace unos años en accidente de tráfico. Con la misma atención que se dispensa al cliente, desde Área 103 responden gentilmente a mis preguntas y confirman que en efecto entre su parroquia se cuenta con un buen número de riojanos. Por teléfono compruebo lo que sospecho cada vez que me acodo en la barra: que la sobresaliente organización del 103 no es improvisada. Que detrás hay alguna cabeza bien amueblada. Y que, como suele ocurrir en tantos órdenes de la vida, esa cabeza es una cabeza de mujer.

Temas

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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