Los Leones, un bar de cine (III) | Logroño en sus bares - Blogs larioja.com >

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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Los Leones, un bar de cine (III)

Clientes de ficción en Los Leones: son los actores de Calle Mayor

 

Como decíamos ayer… Como decíamos anteayer…

Bajo la dirección ya en solitario de Ricardo Bellido, llega el gran momento de Los Leones, los años que no olvidan los logroñeses que fueron sus clientes fieles. Con esa clase de lealtad hacia el bar que les trataba mejor que su propio hogar, con la clase de vínculo que se forja cuando entre quienes habitan a ambos lados de la barra nace ese algo tan parecido a la amistad o la camaradería. “Había clientes que eran como de la familia”, confirma Maite Bellido. Las sesiones de baile, con el pick-up de maleta que adquirió su padre como banda sonora cuando no reclutaba músicos en vivo, marcaban el calendario de Logroño, esa secuencia de bailes jueves/sábado/domingo que no convenía perderse si uno quería saber entonces qué se cocía por la ciudad, porque por Los Leones acababan desfilando todos: los indígenas, por supuesto, pero también los forasteros. Comerciantes de paso y mozos de reemplazo, alguno de los cuales abonaría una anécdota asombrosa: cuando Aurora, la hija de Maite, se fue a vivir a Barcelona mucho tiempo después, acabó en casa de un matrimonio… que se había conocido bailando en el café familiar, mientras el caballero cumplía el servicio militar en Logroño.

Casualidades de la vida. La vida, sí. Ah, la vida. La vida tiene cosas que la razón no entiende, como alertaba el bolero, de modo que se comprenderá que a Maite se le nuble a ratos la vista mientras abre su corazón para que bombee esos recuerdos condensados durante tantas y tantas tardes en el negocio de la calle Portales, atenta al discurrir a los clientes, dando cháchara a las parejas más conspicuas, preparando con su padre el cotillón de Nochevieja. “Desde un mes antes”, rememora, “ya le decían: ‘Ricardo, resérvame una mesa’. Y mi padre hacía un plano con las mesitas, les iba poniendo nombre, preparaba las bolsas con los bigotes de pega, el confeti y los matasuegras”.

Aquellas noches de Año Nuevo, la plantilla de Los Leones se quedaba dentro del bar cuando cerraba su puerta (su hermosa puerta giratoria) y prolongaba el festín con su particular recena, hasta bien entrada la madrugada… mientras Maite, entonces una pequeñaja, se tenía que conformar con marcharse a casa de sus primas nada más comer las uvas, imaginando cómo sería la juerga que se avecinaba en su ausencia, sintiendo esa punzada de envidia que todos alguna vez hemos sentido cuando no nos dejaban jugar con los mayores, un sentimiento teñido hoy por la melancolía de saber que aquellos fueron buenos tiempos de verdad.

 

Celebrando una Nochevieja en los años 60

 

Los Leones, años 60. Retrato de grupo

 

Porque mientras repasa los pormenores de su privilegiada vida como vigía de aquel mundo feliz, Maite va desgranando los asombrosos detalles que cabían en Los Leones. Cabían desde luego las veladas sabatinas, comandadas por los famosos ‘Fernandos‘ de Radio Rioja y su no menos célebre programa ‘La sonrisa de los niños’ y cabía por supuesto la pléyade de queridos camareros cuyos nombres va recitando, desde Vicente y Benito, los recordados jefes de barra, hasta el trío formado por Martín, Arturo y Moreno, pertrechados de uniforme (uno en invierno, otro en verano), y el mariscal Calatrava, as de la amabilidad, al igual que sus compañeras de oficio. Porque otra de las novedades que incorporó el bar fue contar con mujeres defendiendo una profesión en teoría de hombres en aquella elegante y enorme barra de Los Leones, más de veinte metros de longitud donde, en efecto, cabía todo un mundo. Defendiendo todos, plantilla, clientes y propietarios, un modo distinto de sentir el negocio de los bares, asomados por lo tanto a los prodigiosos ventanales con vistas a Portales, que entonces era como asomarse a Logroño entero. Orgullosos de participar de la magia contenida en Los Leones, su caprichosa rotulación, su graciosa imagen de marca cuando ese concepto ni siquiera existía.

Un paraíso. Un paraíso para Maite, que notó clausurarse una etapa de su vida a los 17 años, cuando cerró el bar que fue su casa. Ricardo Bellido, que ya había abierto en Vara de Rey un bar igualmente inolvidable, el Milán, se confesó incapaz de seguir el ritmo de trabajo que exigía desdoblarse entre esos dos negocios, a los que añadía en verano la gestión de otra cumbre del Logroño hostelero, el Bolo Pin Club de Calvo Sotelo, sala de fiesta con encanto chic y bailes al aire libre.

Llegaba el adiós a Los Leones: aunque esa es otra historia.

Continuará.

P. D. El Bolo Pin Club ha aparecido ya alguna vez por estas esferas del ciberespacio: una sala de fiestas al aire libre, que por lo tanto abría sólo en los meses de verano, ubicada en Calvo Sotelo frente a los Maristas, que visité con alguna asiduidad de niño acompañado por la mano paterna. No tengo sin embargo ningún recuerdo de su gemelo, el llamado Jardín Victoria, con el que competía el Bolo Pin Club, donde trabajó algún tiempo mi querido tío Javier. Al Bolo vuelvo siempre que puedo en uno de estos viajes memorísticos: lo recuerdo como un acabado ejemplo de aquellas salas que aparecían en las comedias de Hollywood, con las parejas bailando los ritmos yeyés, un elegante emparrado, la barra coqueta al fondo. Retazos de un mundo que se perdió.

Temas

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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