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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Hay otras calles

En las nubes, bar de la calle Gil de Gárate de Logroño

 

Una charla reciente con la buena gente del bar Soriano me llevó a peregrinar en mi imaginación hasta avenida de la Paz, cuando la calle se dedicaba aún al innombrable general. Porque cuando les pregunté por sus bares predilectos en las horas en que abandonan el propio y se convierten en clientes, en el Soriano citaron una referencia que me resultó muy querida antaño, pero que ahora apenas frecuento: el bar San Mateo. Ah, el San Mateo, el Iris, Atenea y demás miembros de la cofradía de locales que aguardan a su parroquia en ese extremo oriental de Logroño, donde la clientela protagoniza su particular ronda rivalizando con la propia de los bares del centro.

Es decir, que hay vida más allá de la calle Laurel. Vida más allá de San Agustín, San Juan y demás rincones del corazón castizo de Logroño. Lo cual fui a volví a confirmar el pasado fin de semana, cuando deambulé por ciertos bares de esa zona que alguna vez alguien denominó Laurel pobre. Una nomenclatura muy mejorable, de la que yo huiría, salvo que aluda a un factor decisivo para su creciente popularidad: que se tarifa más económicamente en todos esos locales de República Argentina, Gil de Gárate, Somosierra y calles adyacentes, donde se ha reunido una oferta muy atractiva… aunque menos novedosa de lo que algunos imberbes creen. Que les pregunten si tiene dudas a los logroñeses más veteranos. Porque en realidad la resurrección de las rondas alrededor del parque Gallarza puede leerse como una suerte de homenaje a los gloriosos e impenitentes adictos a los bares que hace unos años proclamaron ya a República Argentina como una alternativa no menos céntrica a la calle Laurel y alrededores.

Yo recuerdo bien a esa humanidad que deambulaba por el Tahití, el Tucumán, el Cinco Pesos, el Mar de Plata… Eran tal vez los papás de esta breve muchedumbre que hoy se arremolina en alguno de ellos (sobrevive el Cinco Pesos) o los abuelos de estas familias en la treintena y alrededores que han entronizado el Barrio Bar como el destino fetén de su vermú sabatino y dominical. En su entorno confluyen otros locales igual de recomendables. O al menos a mí me los recomienda alguna voz autorizada que me ruega de paso que no divulgue sus nombres: teme en su ingenuidad que se popularicen demasiado, vaya luego demasiada gente y reste encanto a la ingesta de alcoholes y bocados, suban los propietarios los precios… Así que haré caso a tan juiciosa opinión y me limitaré a sugerir un paseo por uno de ellos, cuyo nombre me parece perfeccionable (En las nubes), aunque no sirve para eliminar el resto de encantos que le distingue.

Pinchos suculentos, cerveza tirada con estilo (mola la tostada), decoración juguetona… Un bar distinto. Aunque no tan distinto. Proliferan por cualquier rincón de España este tipo de locales pródigos en guiños a la formica y los años 70, incluyendo la recuperación de la querida guilda en cualquiera de sus encarnaciones y el renacido triunfo del mobiliario de color crema que nos acompañó durante nuestra infancia (en la Chocolatería Moreno, por ejemplo)… En las nubes ofrece todo eso, una especie de ronda por la nostalgia, y lo empaqueta con clase para ofrecerse como solitario exponente de esta tipología de bar en una ronda donde lo habitual es lo contrario. El bar de toda la vida. Las bravas picantes del Perejil, sin salir de esa calle. Y unos cuantos casos más… que no citaré: he prometido unas líneas arriba no contribuir a que se divulgue su fama más allá de estas calles.

De modo que voy concluyendo. Lo hago como empecé: aceptando, por supuesto, que hay otras calles. Hay vida inteligente para quienes aman los bares más allá de los itinerarios clásicos. Yo reconozco que nunca dejaré de regresar una y otra vez a los garitos del Logroño de toda la vida porque es como una excursión hacia mi adolescencia ya lejana (ay). Porque están llenos de referencias sentimentales que me hacen una melancólica compañía, una especie de calefacción interior impagable. Pero también reconozco que cuando salgo de lo más trillado encuentro la recompensa de lo desconocido. Tanto en En las nubes como en el resto de hermanos de esa fraternidad de las calles Somosierra, República Argentina, Pérez Galdós, Menéndez Pelayo… Por donde alguna vez también transitamos: las calles que conducían al viejo Las Gaunas. Un arsenal de recuerdos inolvidables que empezaban a gestarse en ese Cinco Pesos que aún sobrevive. Que me sigue sabiendo a café (solo), copa (solysombra) y puro (faria gallega, opcional Rosli).

Así que habrá otros bares, pero están en éste.

P.D. El Cinco Pesos atesora una bien ganada fama como depositario de un título que nadie le discute: el bar con los mejores tigres de Logroño. Para quienes lo frecuentan me parece que ejercen como sucedáneo logroñés de la magdalena de Proust. Alla verá usted al veterano camarero depositario de este legado trajinando desde la cocina con las bandejitas donde despacha tan codiciado manjar. Lo supongo próximo a la jubilación, aunque me cuentan que sigue aguardando un relevo adecuado para que maneje con el mismo esmero e idéntica discreción la fórmula secreta de sus envidiables bocados. Porque los tigres siguen sabiendo a gloria bendita. Con un aliciente adicional: que mientras los engulles te vuelves a ver a ti mismo unos cuantos años atrás en el mismo bar, minutos antes de ingresar en Las Gaunas. Sacando aquí todavía la entrada de cadete… cuando en realidad ya te afeitabas todos los días y estabas a punto de irte a la mili.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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