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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

El vino tenía un precio (III)

Listado antiguo de precios de bodegas La Rioja Alta

 

El improbable lector tal vez recuerde un par de entregas recientes en este espacio que compartimos en el éter dedicadas a cavilar sobre qué (diantres) ocurre con el precio del vino. Por qué se tarifa una copa del mismo néctar a cotizaciones distintas en función de extraños sucesos paranormales cuya explicación a veces no satisface en demasía nuestras expectativas y genera incluso más y más dudas. Se trataba de una reflexión coral, que se benefició de las aportaciones nacidas al otro lado de la pantalla, alguna de las cuales llevaban la firma de Fernando Bóbeda, periodista y bloguero de fértil e interesante producción en un ámbito de coincidentes querencias: el mundo del vino. A su magisterio debo todas estas indicaciones adicionales que me ha hecho llegar, apuntando hacia el fondo del asunto: cuándo se jodió todo.

Es decir, cuándo empezamos a notar las bruscas oscilaciones en el precio que ahora tanto nos alarman. Fernando opina cuanto sigue: “Creo que el chiquitero es una raza a extinguir, al menos como nuestros padres la han conocido. Y más en el ‘territorio comanche’ de la calle Laurel, que es en lo que se ha convertido la que fue durante generaciones senda del alterne y las relaciones sociales”. Disparo inicial, al que añade otra observación: “El alternador de todo los días no interesa”. Se refiere al detonante de aquella primera entrada que dediqué en su día a glosar los avatares del precio del vino: “Esas cuadrillas que hace cuarenta años simularon una huelga porque habían subido el precio del vaso de 10 a 15 pesetas son carne de cañón para los nuevos propietarios, que no taberneros en su mayoría, de la Laurel”. Aunque ojo: Bóbeda juzga “legítimo” este tipo de estrategias hosteleras de nuevo cuño, “porque no deja de ser un negocio, pero triste”. Luego se pone melancólico: “Los tiempos en los que ibas con tu padre y su cuadrilla se han terminado. Allí veías, oías y callabas. Y si te daban permiso, echabas un trago. Siempre vino del año, por supuesto. Y de calzarte un pincho, ni hablar”.

Como se ve, el arriba firmante tampoco es inmune al efecto de la caída de hojas del calendario. Lo cual no le resta apetito investigador: resulta que por su cuenta ha ido recopilando una serie de facturas fruto de sus andanzas en pos del buen vino y mejor yantar por las barras de Logroño y alrededores. Alrededores en sentido amplio: incluyen desde San Sebastián a Salou, capital riojana para el exilio vacacional, próxima como sabemos a independizarse. Cuyo resultado resumo a continuación. Una jugosa propuesta que admite toda clase de lecturas: empezando por Salou, donde un par de tiques demuestran que incluso han adoptado por tierras tarraconenses la política logroñesa en materia de tarifas… Por el contrario, las facturas recopiladas a orillas de la Concha confirman lo apuntado. Que por regla general, y habrá excepciones para todos los paladares y retrogustos, en San Sebastián se tarifa el vino de Rioja más comedidamente.

Ahí va algún ejemplo. Anota en sus paseos chiquiteadores crianzas por 1,80 euros, aunque la mayoría se coloca en el entorno de los dos euros y apenas en un ejemplo se añade veinte céntimos más… Por el contrario, en sus andanzas por los queridos bares del Logroño castizo sólo en un caso le cobran el crianza por debajo de esa frontera de los dos euros. Y el vino joven observa fluctuaciones análogas por desconcertantes: la horquilla se sitúa entre el euro más 40 céntimos de su tope más alto, hasta los 80 céntimos de su cotización más conservadora. Vinos distintos, precios distintos… Tal vez porque también los bares son distintos.

Ahí es donde probablemente reside la almendra de este relato: que el mismo vino no puede costar el mismo precio porque ningún bar es lo mismo. Todos son diferentes. En el precio que cobran se añaden otros elementos que agregan valor. Algunos son casi intangibles, como la profesionalidad en el servicio, la atención a la clientela, el esmerado trato que reciben los miembros de su bodega, más valiosa cuanto más abundante… Uno supone que el estocaje inherente a esta política de respetuoso tratamiento del vino también tendrá su reflejo en la hoja de precios. Otros factores conspiran también para que las tarifas se alteren nerviosamente. Por ejemplo, la copa donde se arroja tan preciada ambrosía. Porque hay copas y copas: algunas, hermosas copas. De cristal transparente y delicado, limpiado obsesivamente, o ese otro material con que tropezamos tantas veces, que ha olvidado ya la última vez en que sus dueños recurrieron al Mistol o al Fairy. Ocurre que, como advierte Bóbeda aprovechando que le concedo de nuevo la palabra, “la profesionalidad del camarero es fundamental, pero cuántos profesionales hay detrás de las barras de la calle Laurel”. Se responde en términos muy pesasoros: “Con los dedos de la mano podríamos contarlos”. Y registra lo siguiente: “Descorchan una botella, no la mueven si se les pide un crianza genérico y se les muere sin terminarla. Y si intentas devolver un vino oxidado/aquinado/acorchado en Laurel… Habemus problema”.

Arrojados los dados sobre el tapete, quien se anime a participar en esta discusión civilizada como corresponde a los enamorados del Rioja, ya sabe: ésta es su casa. Sólo se pide respeto por la opinión contraria y argumentos (que no ocurrencias) para defender los postulados propios. Ahí va uno por si sirve de algo: según una experiencia reciente que me allegaba un caballero logroñés, las tendencias en consumo, así en ropa como en delicias gastronómicas, apuestan por los extremos. Esto es, que tendrán más éxito los vinos en nuestros bares cuanto más caros (por paradójico que suene) o cuanto más baratos. Una tesis que demuestra, amigos, que también en este sector la clase media tiene difícil llegar a fin de mes. Y que, como refleja la tarifa de precios que ilustra estas líneas (cortesía de La Rioja Alta), cualquier tiempo pasado fue anterior.

P. D. Entre su generosa aportación a este debate, con la común idea de arrojar alguna luz que permita hallar alguna esperanza al final de tan delicada controversia, Fernando Bóbeda incluye una interesante entrada que firmó en su blog hace un par de años. Una comparativa entre precios del vino a nivel logroñés, donostiarra y bordelés. De donde se desprende una pregunta que lanza al cielo en estos términos: “¿Por qué los riojanos vendemos tan mal lo nuestro y los que nos rodean tan bien?”. Cuestión sobre la que, por cierto, se interrogaba en parecidos términos no hace tanto el conocido (y multiestrellado) cocinero Dabiz Muñoz. Que entre encendidos elogios a un blanco de Rioja, un inmarcesible Tondonia, dudaba de que los vinos de la DOC acierten tarifándose a niveles tan bajos en el mercado internacional. Opinión con la que, por cierto, simpatizo.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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