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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Café teatro

La Sala Negra, en la calle Lardero. Foto de Justo Rodríguez

 

Yo he visto cosas que vosotros no creeriáis (segunda parte). Por ejemplo, la sala Gonzalo de Berceo (antaño, Cine Rialto; hogaño, Filmoteca Rafael Azcona) convertida en cabaret, dispuestas por el patio de butacas las canónicas sillas thonet alrededor de las correspondientes mesitas y las buenas gentes de la Escuela de Teatro atacando las cumbres del music-hall. He visto asimismo un desternillante café cantante en los salones deslumbrantes del venerable Círculo Logroñés, función que se fundió a negro mientras una célebre vedette se sentaba a horcajadas de un político socialista de la época, quien recién liquidada su americana de pana se veía sometido a todo tipo de tocamientos, celebrados a carcajadas por el resto de la parroquia. Y he visto músicas, teatros y vodeviles acompañando la ingesta de alcoholes en nuestras barras predilectas, aunque hasta ahora no había visto lo contrario. Otra cosa que vosotros… Etcétera. Un teatro que también es un bar. No al contrario, como era norma por Logroño.

El descubrimiento es reciente y tiene algo de epifanía. La Sala Negra se aloja en la maltratada calle Lardero, uno de esos rincones de Logroño al que profeso afecto antiguo pero que evito transitar siempre que puedo: hay zonas de la ciudad que son un ataque contra el buen gusto. Y contra mi corazón tan logroñés, que todavía recuerda cuando aquella calle y las aledañas no habían sido objeto de la ira municipal, combinada con la desidia campante. Así que ese es el primer milagro: todo un prodigio que sobrevivan almas sensibles entre nosotros dispuestas a liarse los euros a la cabeza y levantar un teatro. Que no por lo pequeño de sus dimensiones deja de ser gran proeza.

Me parece que ahí es donde reside la auténtica magia de semejante empeño, que sirve para precipitar estas líneas: dedicar un espacio tan coquetamente organizado para que suceda algo memorable. Los promotores (no tengo el gusto, pero aquí allego mi más sincera enhorabuena y el testimonio de mi consideración más distinguida) han debido pensar que habitan entre nosotros ciudadanos que conservan algo de curiosidad, miembros de un potencial público predispuestos a dejarse seducir por un menú muy suculento: formado por unos cuantos tragos, por supuesto, pero sobre todo por las viejas disciplinas artísticas que se resisten a abandonar esta civilización. El teatro, desde luego, en distintas encarnaciones (el dirigido al público infantil, por ejemplo), pero también cine y música: todo cabe en esta caja mágica que hace honor a su nombre. La Sala Negra.

 

Interior del local. Foto de Justo Rodríguez

 

Porque es una sala y porque es negra. Cuando ingresa el visitante, le deslumbra precisamente la ausencia de luz (valga la paradoja). Se guía por su instinto, orientados sus pasos por una tenue iluminación que garantiza el efecto deseado (un suponer, claro): que el espacio, su propia magnitud, se apodere del espíritu de quienes lo habitan. Allá al fondo se divisa el escenario breve, con su telón esperando a ser descubierto. En la otra esquina, una escaleras dibujan un imaginario podio por donde se irán diseminando los potenciales espectadores que acudan al reclamo de la programación: una manera de organizar estos metros cuadrados que algo tiene de tributo sutil al anfiteatro clásico (también otro suponer). Quienes además pueden elegir para disfrutar de la velada la opción velador, y discúlpese en tontorrón juego de palabras: entre el escenario y el fondo de la sala se ofrecen unas mesitas para la ingesta de cafés, infusiones, cervezas o combinados, despachados con profesionalidad y sentido del oficio según mi experiencia por un servicio que surge del ventanuco situado en uno de los laterales.

Eso es todo. Nada más y nada menos: porque menos es más, ya lo sentenció el sabio. En realidad, el cliente conspicuo nunca ha precisado de mucho adorno ambiental para procurarse un rato inolvidable en su bar favorito: a menudo, sobra todo aquello que nada aporte y sólo despiste. El ornamento también aquí es delito. Debe decirse algo parecido del propósito central de una sala de teatro: lo fundamental ocurre sobre las tablas. Allí arriba, encima del escenario. Y aquí abajo. Porque mientras saboreamos el cafelito (servido por cierto en su punto), nos conformamos con poco, que es mucho. Nos conformamos con que nadie arruine este ecosistema tan preciado, el rico humus donde pueden convivir en armonía dos ámbitos tan proteicos: el suculento universo teatral, el jugoso mundo de los bares. Sin estridencias. Con elegancia y buen gusto: justo lo que propone la Sala Negra.

Algo que vosotros no creeriáis.

P. D. No sólo de café viven los locales donde se puede mezclar (agitar, incluso) la fenomenología propia del mundo hostelero con las emociones propias de cada manifestación artística: en paralelo a la Sala Negra, acaba de reabrir sus puertas (no es un secreto, de acuerdo) la sala Stereo, icono de la calle Mayor, tótem de la noche logroñesa, templo de la música en directo. Prometo una próxima visita para relatar cuanto vea: tal vez, cosas que vosotros no creeriáis.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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