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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Doctores Castroviejo, el regreso

Fachada de Días de Norte, en la calle Doctores Castroviejo. Foto de  Justo Rodríguez

 

En aquel Logroño del tontódromo, como ya tengo anotado por aquí, se reproducía a escala gastronómica y festiva la vieja idea de las dos Españas: o eras de Cibeles o eras de Torcuato. Uno de los dos emparedados iba a alegrarte el corazón. Mención aparte merecía el Beti, que aunque cercano, jugaba en su propia liga a este respecto porque por alguna razón carente de lógica se excluía de las rondas de la juventud de entonces, cuya frontera norte se alzaba a la altura del Porto Novo de Ciriaco Garrido, más o menos. De ahí hacia Jorge Vigón, los dos emparedados de sendos bares rivalizaban en atraer a una clientela muy militante, casi fanática: era raro tropezar con algún parroquiano que mostrara sus preferencias por ambas gollerías al unísono. Lo habitual era lo contrario, lo antedicho: o eras de Cibeles o de Torcuato. Lo que significaba decantarte por el emparedado de lechuga y anchoa propio del primero o por el de tomate y jamón york propio del segundo.

Yo era más bien del primero, debo confesar. Pero de vez en cuando no le hacía ascos, sino más bien al contrario, al segundo. Ambos competían también en otra categoría: la de registrar apabullantes llenos para el vermú dominical, costumbre en retroceso como también he comentado alguna vez. Cuando cruzo cada domingo por ahí a la hora del aperitivo me sigo asombrando: calles desiertas que antes ocupaba una multitud, desparramada por los locales cercanos de Jorge Vigón o Avenida de Colón. ¿Dónde está toda esa gente ahora? Ni idea. Lo que sí tengo claro es que, aunque hayan salido huyendo de Logroño los domingos, ninguno de ellos olvida que una vez deambuló por aquí a esa hora en que Cibeles y Torcuato se disputaban el título de mejor emparedado de Logroño. Porque tengo comprobado que en cuanto menciono a mi alrededor aquel pugilato, se activa entre mis interlocutores su propia moviola y la conversación se alarga en plan Cuéntame hasta las tantas.

Y porque además vengo de sentarme días atrás en la apacible terraza de Doctores Castroviejo que hoy defienden los sucesores de Torcuato bajo la denominación reciente de Días de Norte y corroboro que no son pocos los clientes actuales que se alojan en sus veladores o en su coqueto interior y preguntan a los camareros si siguen elaborando sus inolvidables bocados, ideados según la receta que debemos al aristócrata inglés John Montagu, cuarto conde de (tachán, tachán) Sandwich. Y sí, resulta que sí: entre la deliciosa carta de productos de raíz cántabra que ahora defienden aquí estas encantadoras damas y serviciales caballeros puede el curioso tropezar con su oferta en emparedados aunque (ay) no son los mismos. Ocurre que hoy nada es lo mismo, claro. Porque resulta que nuestros delicados paladares ya no tolerarían, como tampoco aceptarían nuestras tripas, un emparedado que se elaborase como antaño era norma: con mayonesa casera.

De donde se deduce que hemos sobrevivido los logroñeses de milagro. No sólo nos bañamos de críos en aquellas piscinas del Ebro carentes de cloro y otras medidas higiénicas que tanto recordaban al Ganges hindú, sino que ingerimos después toneladas de emparedados con aquella salsa artesanal y aquí estamos, dando guerra todavía. Lo dicho: prodigioso. Homérico. Porque además no sólo la mayonesa tiene que venir ahora manufacturada por alguna marca de confianza, sino que el emparedado debe ir envuelto en papel film, según informaban amablemente los camareros, que compartían con su clientela su intrigada curiosidad por conocer la receta de aquellos bocados con la intención de perpetuarla. La dueña salió incluso a la terraza libreta en ristre, participando de sus cavilaciones (porque pretende mejorar su oferta culinaria, ya excelente), con una vehemencia conmovedora: conmovedora porque resulta más habitual tropezarse con lo contrario. De manera que encontrar a una plantilla de camareros y sus dueños tan comprometidos con perfeccionar su desempeño me parece tan ejemplar como emocionante.

Razón de sobra para traer por aquí esta recomendación: Días de Norte tiene muy, muy, muy buena pinta. Luego de algunas mejorables reencarnaciones recientes, una vez cerradas sus puertas el viejo y querido Torcuato, sus nuevos dueños ofrecen una carta de tragos y bocados de alto nivel. Con productos frescos, fresquísimos, que llegan desde la cercana Cantabria porque de allí procede uno de sus propietarios. Y además ya digo que, al menos según mi experiencia, el trato es atento y profesional. Con una rapidez en el servicio asombrosa, teniendo en cuenta también otras experiencias frecuentes: cuando de repente te conviertes en invisible para los camareros que pasan a tu lado y luego tardan una eternidad en regresar con la comanda. Cosa que en Días de Norte no ocurre. Al contrario: no extrañará a nadie que pase ante su puerta el estupendo aspecto que presenta de público, así dentro como fuera, en los escasos dos meses que lleva abierto. Una promesa de brillante futuro en cuanto se alineen otros dos astros vecinos que anuncian novedades: cuando se abran las puertas del edificio de la Inspección de Trabajo y se renueve el Isasa. Una promesa de que tal vez, algún día próximo, la zona entera se reconvierta en tontódromo. Y regrese el pugilato célebre, en forma de interrogante: dónde preparan los mejores emparedados de Logroño. Respuesta: en nuestras memorias.

P. D. Aunque el conjunto de la manzana donde se aloja Doctores Castroviejo jamás vuelva a alcanzar aquella poderosa imagen que deparaba cuando una muchedumbre se reunían para abrevar en sus barras míticas, debe aceptarse que al menos esa calle mantiene viva la llama antigua: además de Días de Norte, el vecino Cakao (que algunos seguimos llamando Cibeles), el K’Quinti y el Oslo perpetúan la tradición reciente y la antigua. Y debe también anotarse que esas dos próximas aperturas arriba mencionadas (la antigua comisaría, el Isasa), pueden contribuir a que ese rincón del Logroño de siempre reviva sus días mejores. Para felicidad de hijos y nietos de quienes una vez se alistaron en el club de fans de los dos emparedados tan añorados.

 

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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