Atención, noticia bomba: un bar de Logroño donde se presenta un libro y no es el Café Bretón. Acontecimiento insólito que obligaba a recorrer los cinco minutos que separan esta casa que con tanta paciencia acoge mis desatinos y el Barriobar de Menéndez Pelayo, de frecuente aparición en este blog en atención a su estatus de proteico local, adictiva oferta de tragos y bocados, ambiente fetén, clientela mollar y un servicio profesional y con mucha clase. Que además está de enhorabuena. Por partida doble: no sólo porque sirve como escenario para la presentación de un delicado minivolumen donde la benemérita editorial Chucherías de Arte ha recopilado el ingenio del gran Víctor Coyote, así en sus irónicos textos como en sus brillantes dibujos, sino porque ultima estos días un proyecto de desdoblamiento que se desvelará más abajo.
Porque el libro del polifacético artista gallego merece comentario aparte. Entre otros méritos, porque se ocupa de este ecosistema tan querido, el de los bares, que Coyote emparenta (valga el tontorrón juego de palabras) con el mundo de la familia. Así se titula: ‘Bares y familiares’. Dos universos en permanente amenaza de conexión, como se refleja en sus primeras páginas: ese sketch llamado ‘Odio los bares, amo la familia’ clausurado, en efecto, con la parentela ignorándose a la puerta de un bar cualquiera. Donde por cierto habita el genio de Coyote: su atinado olfato para acertar con ese tipo de locales que toda España lleva dentro que bautiza como bares de Castilla pero que son en realidad bares intercambiables. Los bares de nuestras vidas, cuya sustancia defendió el autor durante su breve parlamento ante la parroquia del Barriobar a esa hora en que se entrega al rito del vermú preparado. A esa hora en que el feligrés de cualquier bar español sólo acepta escuchar la perorata de un vecino de barra si lo que viene a contarle mejora su propia experiencia como bebedor.
Ese fue el caso. El caso de Coyote. El mago Coyote. Porque en su improvisada intervención, luego de reclamar el bisturí para desmenuzar ante los curiosos ojos de su público el estado de la cuestión de los bares en España (oscilante a su juicio entre el modelo bar de toda la vida intitulado ‘El Estirón’ y el más novedoso, bautizado siempre como ‘Oasis’), Víctor Coyote hizo magia. Logró embutir en el mismo párrafo conceptos tan dispares como el monumento a El Labrador, la noción de cambio climático (y aquí lloró por la desaparición de las cuatro estaciones al estilo clásico) y su ambigua relación con Logroño, la ciudad que albergaba esa mañana sus cavilaciones: “Cuando vengo me acaban diciendo eso de ‘Vete ya o quédate aquí para siempre’ y me acabo marchando”.
Pero resulta que Coyote vuelve. Como por otro lado se desprende de su personalidad tan gallega, tendente a oscilar entre dos polos antagónicos como confesaba mientras iba haciendo repaso de otras contradicciones que observa en el universo que le rodea y que explora en su recomendable libro: “Los bares son lo contrario de la familia”, reflexionó en voz alta, “y otras veces no”. Risas y aplausos finales, mientras la pantalla de televisión exhalaba alguna de sus últimas canciones, que por la noche interpretó en la sala Biribay. Otra andanada de paradojas: ese disco se llama ‘De pueblo y de río’. Las tonadas de alguien que se considera a mitad de camino entre Nueva York y el Himalaya, a mitad de camino entre los bares de ciudad y los de pueblo. “Mezclando los extremos”, como concluyó antes de ponerse a firmar ejemplares.
Afuera, en la calle, Logroño se vaciaba en dirección al almuerzo. Otro tanto ocurría con la clientela del Barriobar, que empezaba a enfilar hacia la puerta. La clientela fiel que ha convertido un bar de barrio en un icono local, merecedor de todos los elogios (incluyendo esa acústica tan, ejem, particular) porque ha sabido dotarse de lo principal, lo que pedimos a cada uno de nuestra locales favoritos: una identidad. Ese intangible tan valioso que ahora (y aquí desvelamos lo prometido, que no será sorpresa para unos cuantos improbables lectores) se desdobla para atender las exigencias del nuevo negocio que van a pilotar sus mandases. El Maltés que cerró sus puertas hace un parpadeo resucita. No. No estará Nuria la hechicera al frente de los mandos ni entregará una nueva ración de rumbas y roncanroles. Las buenas gentes del Barriobar se ocuparán de tales menesteres, acunando a sus parroquianos más leales con una elegante dosis de combinados, que serán la bandera del nuevo bar. Y que tendrá un hermoso nombre: Clandestino. Dispuesto a abrir allá en Navidad.
Un hermoso proyecto en una etapa especialmente fecunda para Logroño en sus bares, puesto que se anuncian nuevas aperturas que deberían permitirnos evitar esa duda que tantas veces asalta nuestra trayectoria como parroquianos. Tener que elegir entre Nueva York y el Himalaya. Con lo cómodo y sencillo que resulta quedarse en Logroño a ver pasar la vida tras los cristales del Barriobar. O bajando la escaleras del Clandestino.
P. D. El libro de Victor Coyote puede adquirirse en la web de su editorial (chucheriasdearte.com): quien se haga con él, descubrirá un universo familiar (sí, otro tontorrón juego de palabras, qué pasa) si también en su corazón habita la llama del potencial cliente de todo bar. Y descubrirá también, quien no lo conozca todavía, a un talentoso dibujante, muy dotado para algo tan complicado como explicar con un fino sentido del humor la estupefacción que procura la vida. Es también Coyote un afilado escritor, propietario de un estilo muy personal. El propio de un lúcido espectador de la naturaleza humana, como se observa en la siguiente frase. Que cierra estas líneas y abrocha también el final de uno de sus estimulantes retratos: “Era consciente de que iba a buscar soluciones donde nunca había creído que pudieran estar. Fuera de un bar”.