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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Bares de un país independiente (llamado Madrid)

Bar Nájera, en la calle Guzmán el Bueno de Madrid

 

Si alguna vez Madrid se independiza del resto de España, lo cual me parece cada día más plausible, no debería extrañarnos que descartara alojar su capital en la muy obvia (y aberrante) Puerta del Solo, un ejemplo estupendo de cómo el mal urbanismo es, ante todo, poco urbanista: harían mucho mejor los futuros creadores de la Madridnacion ubicando su kilómetro cero en el muy castizo barrio de Chamberí, donde se reconoce con facilidad y gusto a ese madrileño que todos llevamos dentro. Y me parecería igualmente apropiado que el improbable Palacio de la República madrileña anidara en cualquiera de los mejores monumentos que adornan este barrio fetén y retrechero: sus bares. Aunque no valdrían todos ellos. El bar chamberilero por antonomasia ha asomado ya alguna vez por aquí. Es el bar madrileño por excelencia: caña muy bien tirada, suelo de terrazo, camareros que honran su oficio (y te tratan de usted y te llaman caballero: en materia de barras, confianzas, las justas), estribo de aluminio con papelera metálica a los pies (cementerio de cabezas de gamas, mondadientes y huesos de aceitunas) y una decoración tan cañí como su parroquiano tipo. Ese cliente con más mili que el propio bar. Más chamberilero que el mismo barrio.

Participo de estas reflexiones la improbable lector luego de un buen rato acodado en el bar Nájera de la calle Guzmán el Bueno, concluyo que valdría la pena independizarse de la globalización y del mal gusto, de la tendencia a uniformar las barras conspicuas, porque habitaríamos un territorio tan querido como estos breves metros cuadrados donde se alberga lo antedicho. Incluyendo esa clientela discreta que no juzga necesario expresarse a gritos y toma su comanda en un reconfortante silencio que solo se interrumpe para la chanza también sutil, la retranca tan madrileña, la broma para iniciados que comparten feligreses y camareros sin que ninguno se aparte de de sus respectivos quehaceres. Fluye el servicio por el Nájera, entran y salen los clientes y la vida discurre entre estas paredes con el mismo elegante sigilo que distingue a esta clase de bares, la larga parentela de hermanos del Nájera repartidos por todo el barrio donde se garantiza que un Madrid independiente no tendría nada que temer: sus habitantes podrían muy bien resistir el asedio de las hordas de gastrobares porque siempre les quedaría el querido universo de las gambas a la plancha y las raciones de mollejas. Y los suculentos platos de ensaladilla rusa.

Como parapeto, los chamberileros independizados podrían además edificar su propia línea Maginot festoneando el barrio mediante las aportaciones que, como la familia fundadora del Nájera, trajeron hasta la capital del reino el mandato de Machado. Madrid, como rompeolas de todas las Españas, es en realidad una fortificación de bares cuya empalizada dispone no sólo de referencias riojanas, sino astures, castellanas, andaluzas y cuantos acentos quieran derramar su gracia por este dédalo de barras donde se oficia cada día el milagro de vivir entre trago y trago, bocado va, bocado viene.

Una proeza que el Nájera lleva firmando desde los años 50, cuando llegaron por aquí los fundadores, a quienes sucedió dos décadas después, otra saga: la de los Hidalgo. Con el tiempo irían acumulado premios, añadiendo otro hermano a la saga, alojado en el barrio de Salamanca, y contando con el aval mas preciado: el reconocimiento de sus clientes. Los pasados y los presentes, además de los futuros: los que todavía no saben que algún día se dejaran caer por aquí a la hora del vermú para celebrar con el resto de la parroquia que entre todos forman parte del mejor de los países. La infinita nación de los bares. Chamberileros, madrileños y medio riojanos. Todo en el mismo paquete del bar Nájera, Guzmán el Bueno número 55. La capital de nuestro corazón tan madrileño.

 

Bar del Centro de Arte Reina Sofía

 

P. D. Una excursión por los bares de Madrid puede condensarse en visitas a los locales conocidos (caldito en el Lhardy), descubrimientos recientes (la emergente zona de la calle Ibiza: gloria a la tortilla de patata a la gallega de la Taberna Pedraza) y alguna epifanía: el Richelieu de la calle Dato, el intitulado como mejor bar madrileño. Donde un veterano feligrés compartía con otro la siguiente confidencia, que alguno secundaría: “Yo borraría eso de tuiter del mapamundi”. Y una epifanía: el coqueto bar del Centro de Arte Reina Sofía, todo un hallazgo. Esmerado servicio, imponente decoración semifuturista (parece el bar de Blade Runner) y un recogido ambiente donde guarecerse del invierno madrileño, también llamado rasca. Parada final a otra excursión igual de recomendable: la exposición ‘Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición’, que se exhibe en el Museo y le deja a uno como debe: entre conmovido e intrigado. Emocionado. Como si estuviera en la barra del Nájera.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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