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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Dover, un bar de (casi) 24 horas

Jugadores de mus del bar Dover. Foto de Juan Marín

 

Dover, localidad costera con vistas al Atlántico británico. Dover, la primera población que divisa el viajero que llegue a las islas procedente del continente, si arribara por mar. Dover, célebre por la ya olvidada película ‘Las rocas blancas de Dover’ (con Irene Dunne, Alan Marshall y Roddy McDowall). Dover, nombre de un no menos célebre bar logroñés. Esa clase de bar logroñés hacia donde miran quienes se preguntan (como yo) por la fórmula mágica que asegure una notable respuesta de la clientela. Ese bar logroñés que pasma a propios y extraños, porque hace posible todos los días desde hace 14 años (como poco) el milagro de una intensa actividad que no distingue (casi) entre horarios y estaciones del año.

Porque el Dover, como advierte Ángel, su ideólogo principal, imprime desde que lo tomó bajo sus riendas un frenético ritmo, que comienza a primera hora de la mañana, cuando toca diana el servicio de desayunos. A partir de ahí, es un no parar, como podrá comprobar quien cruce ante sus puertas, allí al lado de los Cines Siete Infantes (los antiguos Golem, que tanta clientela le procuraron en su momento, cuando ir al cine aún era tendencia), y observe que el tráfico de parroquianos no decae a lo largo de la mañana y alcanza incluso al rito del aperitivo. Despacha además almuerzos, con una oferta basada en platos combinados de gran éxito (como sus sabrosas raciones) y recibe también una estupenda acogida después de comer, cuando llega la hora del cafelito, la copita y resto de parafernalia propia de esa hora. Y luego está por supuesto la merienda, cuando triunfa su carta espléndida de bocadillos.

Espléndida en calidad y cantidad, como subraya de nuevo Ángel. Quien, una veintena de años después de que abriera el bar bajo otra dirección, ve reconocido tanto esfuerzo. Cuando empezó su etapa al frente del Dover, “no teníamos dinero ni para cambiar el letrero”, bromea. Así que mantuvo su rotulación inicial pero dotó de su sello personal a este espacioso local que dispone además de varias bazas ganadoras además de las anotadas: su terraza. También muy amplia, que garantiza una elevada ocupación en cuanto hace buen tiempo, beneficiándose sobre todo en verano de la cercanía del vecino parque por donde trotan a su gusto los más pequeños de cada casa. Cenas al aire libre, seguidas de los combinados inevitables… Y vuelta a empezar: desde la misma madrugada ya se empieza a enfilar la hora del desayuno.

Un bucle. Un bucle al que se debe añadir otra de sus apuestas, también exitosa: su torneo de mus. Un certamen que lleva vigente desde hace doce años y que llena sus mesas de parejas edición tras edición, como se comprueba en la imagen que ilustra estas líneas. En total, 128 parejas, que deben abonar 50 euros de inscripción. Haga el improbable lector su multiplicación y obtendrá la señal del triunfo de este bar ejemplar. Modélico también en la organización: ocho grupo de 16 parejas cada cual, que se disputan jugosísimos premios (el mejor: un viaje a Nueva York, nada menos) y aseguran por lo tanto el llamativo aspecto que presenta el Dover cuando cae la noche larguísima, en los larguísimos inviernos logroñeses. “No podemos apuntar a más parejas”, informa Ángel. “Podríamos llegar fácilmente a las 150 o las 160 pero el local no da tanto de sí”. De hecho, el Dover tiene apuntadas unas cuantas en reserva, por si fallaran los titulares: lo dicho, ahí se refleja la marca auténtica del éxito de un bar.

Lo cual me parece pertinente de recordar para comparar esta experiencia otras que están en la mente del improbable lector por todo lo contrario: bares lánguidos, de mortecina actividad. Que sufren para llegar a fin de mes y que a menudo (ay, dolor máximo) bajan la persiana incapaces de alcanzar la meta soñada, el prometedor horizonte con que abrieron el negocio sus promotores y ahora tienen que hincar la rodilla. El Dover representa lo contrario. Doce personas en plantilla, abierto desde las ocho de la mañana hasta las dos de la madrugada, siete días a la semana (sólo cierra en Año Nuevo)… Cualquiera que se acode en su barra, aunque no sea asiduo (es mi caso, con perdón), observará que el servicio funciona con tanta agilidad como esmero y confirmará la estupenda relación calidad/precio. Ángel, que se doctoró como camarero en la escuela del Oriente y el Bretón, aprendió bien su oficio e imparte su magisterio entre sus compañeros con elevado sentido de la profesionalidad. Y buen ojo para el negocio: esa multitud que se apiña en invierno para proclamar a los mejores jugadores de mus son testigos del modélico desempeño que distingue al Dover. Y son gente afortunada: no saben que el día que me apunte yo a ese torneo, sobra decir quién lo ganaría.

P. D. El torneo de mus del Dover sirve como ejemplo de los similares certámenes que organizan otros bares de Logroño, también con éxito. En este caso, la competición avanza hacia su desenlace. La semana que viene comienza la fase eliminatoria, luego de superar la fase de liguilla, y hacia abril está previsto que se conozca a la pareja ganadora de este año. Una pareja doblemente afortunada: por su triunfal participación y por beneficiarse de que quien esto escribe no se ha apuntado.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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