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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

El pentagrama de nuestros tragos

Concierto en la sala Biribay, foto de Justo Rodríguez

 

Yo he visto cosas que vosotros… Etcétera. Ya sabes, improbable lector, lo que sigue. Al menos, en materia de bares: ventajas de ir sumando canas. Así puede uno presumir de haber asistido en los primeros 80 a un singular concierto, ofrecido por Duncan Dhu (cuando ni yo mismo ni gran parte del aforo sabíamos de su existencia) en un garito de la calle Vitoria, el Rex, ya difunto: cuando la Zona era la Zona. Y he visto más cosas que forjan una especie de itinerario muy particular en la ruta logroñesa de bares, una suerte de pentagrama festoneado por los tragos que dispusieron de banda sonora en directo. La que procuraban los músicos que, subidos a un escenario a veces indigno de tal nombre, amenizaban nuestro pasatiempo favorito. En algún caso, elevándolo a otra dimensión A ese territorio evanescente donde no terminas de saber si has ido a tomar algo, y de paso te distraes escuchando algo de música en vivo, o su envés: si acudes al reclamo de cierto artista y de paso te regalas a ti mismo una copa. O dos. Vale también una cerveza. O dos.

Esta experiencia personal que rescato del Pleistoceno (es decir, de cuando Duncan Dhu eran todavía tres músicos) viene a cuento de un anuncio reciente que me dejó confundido. El cierre de la sala Biribay, donde no tengo el gusto pero que me tenía asombrado por su misma existencia: su promotor duda ahora si debe continuar manteniendo la luz encendida para guiar hasta ese local de la Zona (sí, de la Zona: siempre regresamos al escenario de nuestros crímenes favoritos, los perpetrados contra ciertos órganos vitales) a quienes frecuentan esta sana costumbre. La de compatibilizar su afición a la música con la propensión a disfrutar de ella mientras se toma eso que en Logroño llamamos cacharro. Es un doble placer, al que resulta natural abandonarse. Y que en el caso del Biribay tiene mucho de símbolo: ese mismo espacio se erigió antaño como referencia local para esa actividad por duplicado. Desde su fundación. En la calle Fundación.

Entonces se llamaba Pat Garret. Me emociona hasta escribirlo. Porque por allí anduvieron algunas noches de sábado mis padres, en compañía de otros matrimonios amigos, disfrutando de un local que por su novedoso carisma representó en el Logroño de entonces (finales de los 70) un aldabonazo de modernidad. Lo contaban al día siguiente, durante el desayuno familiar y dominical, aún conmocionados por el impacto que generó en la ciudad la apertura de tan emblemático pub. Cuando no sabíamos ni cómo se pronunciaba esa palabra. Paf. En toda la cara. Como el Robinson coetáneo. Otro paf. Otro paf en toda la cara.

Como Logroño siempre te acaba atrapando, quiso el dios del azar (o los ángeles tutelares de la cosa provinciana) que luego mis propios pasos se encaminaran, pasado el tiempo, hacia esa misma sala. Entonces, cuando empecé a frecuentarla, se denominaba La Enagua y mantenía su oferta de música en vivo, aprovechando el escenario que se alzaba allá al fondo, aunque con interrupciones. Carecía de programación estable. Fue en La Enagua donde Ignacio Faulín presentó una noche su fanzine, quiero recordar que bajo los sones de la orquesta Candela, el supercombo logroñés de la época. Una constelación de músicos en efecto estelares, reunidos luego de otras proteicas experiencias por separado en un proyecto común que aspiraba a clonar a escala local el tipo de bandas que colonizaba el interés del aficionado medio a la música: aquellos supergrupos americanos, con sus briosas secciones de metal, patillas de hacha y solos de guitarra de diez minutos (los breves). Fue mi primera vez en aquel deslumbrante garito. Luego volví muchas veces más pero se me han evaporado los recuerdos. El alcohol, supongo. Entonces era devoto del Martini blanco con soda: algo influiría.

Transformado más tarde como Tris Tras, destino favorito de la generación formada por mis hermanos pequeños, y cerrado durante largo tiempo, cuando reabrió sus puertas para situarse en el mercado nocturno como el gran local de referencia para la música en vivo, el Biribay merece desde luego el reconocimiento unánime de quienes incluso nos hayamos ido alejando: de La Zona, de los placeres noctívagos y de la música en vivo. Me ocurre lo mismo con el Stereo, merecedor también de un reportaje reciente en estas páginas a cargo del compañero Benjamín Blanco, asombrado supongo que como yo por la feliz odisea que protagonizan sus respectivos responsables: garantizar una oferta de buena música en directo (esa maravilla) en una ciudad que, ehem, tiene otras prioridades. Las cavilaciones de Blanco eran compartidas en esa información por otras reflexiones que llevaban la firma de Faulín. Cuyas conclusiones eran semejantes a las arriba citadas: parece milagroso que todavía (todavía haya) quien se siga animando a convertir sus bares en algo más que eso. Mucho más que bares. Los depositarios de la banda sonora de nuestras vidas.

P. D. Yo he visto cosas… También Ignacio Faulín las ha visto. Locales que ofrecían música en vivo en Logroño con cierta regularidad, cuando no era tan habitual. Donde uno podía darse caprichos como el que sigue: asistir a un concierto enorme de Sex Museum, resistente banda que se dispone a actuar el mes próximo en Santo Domingo, en el Continental. También conocida como La Conti. El subterráneo garito en las entrañas del Espolón, que en una vida anterior sirvió como bolera: en ese espacio se programó aquel excelente concierto que no olvido. Como no olvido mi última experiencia de esta índole, que algo tiene de fúnebre: Antonio Vega (con los ferrolanos Limones) en una discoteca de Duquesa de la Victoria, sólo unos meses antes de fallecer.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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