Según me lo había contado un compañero de esta casa, aquel itinerario que estaba a punto de recorrer tenía toda la pinta de formar parte de uno de los anillos del infierno tal y como los contó Dante. Se trataba, me avisó, de una aglomeración de bares situados uno al lado de otro, subdivididos en función de distintas tipologías, y dotados de un escenario común donde se alineaban las mesas y sillas para que la clientela eligiera acomodo. Al fondo, otra promesa temible. Por partida doble. Un gimnasio (horror) y una zona de camas elásticas o algo así (vade retro), bien provistas todas ellas de megafonía ad hoc (chunda, chunda) y el atronador estrépito forjado por la grey infantil, a cuyos integrantes sus respectivos papás y las respectivas mamás permitían que camparan a su libre albedrío. Se comprenderá por lo tanto que entrase en tan intimidante recinto como Claridge Sterling en la mazmorra de Hannibal Lecter.
Luego resultó que no era para tanto. Que ese nuevo espacio habilitado donde antaño anidaban los cines de Parque Rioja presentaba un aseado aspecto, al menos a la hora del mediodía en que lo visité. No estaban aún abiertos todos los bares que anunciaba la cartelería, reinaba cierto orden y también cierto silencio. Alguno de los bares que configuran ese conjunto de ofertas hosteleras tenía buena pinta, así que taché de mi hipotética libreta este recorrido que me regalé a mí mismo cuando observé que se acercaba San Bernabé y que con las fiestas del patrón se aproximaba también un haz de nuevos locales diseminados por la ciudad entera, no sólo por esta periferia. Me intrigaba que, como antes era costumbre por San Mateo, también las fiestas bernabeas se sumen a la tradición hostelera y colonicen el universo de bares con flamantes referencias….
… Que no lo son tanto. Porque en realidad los bares que he ido recopilando en esta entrada llevan un tiempo en funcionamiento. Cierto que alguno de ellos no tanto. Es el caso de La Brasa, nuevo en la calle Laurel, de cuyos fogones se ocupa un prestigio cocinero (Miguel Martínez-Losa), que viene a rellenar un hueco nunca suficientemente explorado en este territorio tan castizo: en efecto, las brasas. Es decir, los bocados pasados por la parrilla, que no reciben en Logroño la atención que deberían merecer. Curiosamente, su apertura coincide con la de otro establecimiento que también milita en ese los frente: A Fuego, que lleva algún mes defendiendo una propuesta parecida en San Agustín. No son la única novedad reciente: entre Laurel y Bretón abrió hace poco sus puertas (las reabrió, mejor dicho, con otra encarnación) La Esquina del Laurel. Y a la vuelta, el curioso se tropezará con otro ramillete de novedades, presididas por un denominador común: la hamburguesa.
Porque, en efecto, la calle Bretón parece haberse convertido en un parque temático en honor de semejante bocado (que me tiene por cierto entre sus adictos, como alguna vez he confesado por aqui). Ahí, junto a Los Bracos, se emplaza The Good Burger y enfrente del hotel se aloja también otra flamante apertura, La Pepita. Otra franquicia del mismo ramo, Burgerheim, nacida muy cerquita (en Víctor Pradera) anuncia nuevos planes de expansión, como los anunció hace tiempo el Barrio Bar de Menéndez Pelayo, dispuesto a nuevas experiencias también en Bretón bajo el nombre de Clandestino donde antes se alojó el Maltés de Nuri, aunque sus puertas selladas, sin signo de actividad, invitan a pensar que la apertura se demora.
Concluyo mi paseo bernabeo. En la calle Múgica nació hace unas semanas otro negocio, la cafetería Argenta. Seguro que en esta lista de urgencia me olvido de alguna otra novedad, así que pido perdón de antemano a los posibles damnificados e improbables lectores. Me ayudan todas ellas a concluir que sí, que es posible que esto de abrir las puertas de los negocios en vísperas de fiestas no es exclusivo de San Mateo y me gustaría pensar que, por lo tanto, las fiestas del patrón (hermanas pequeñas en el calendario festivo de la ciudad) invitan también a visitar nuestras parroquias favoritas y regalarnos algún trago, algún bocado. Sería señal de que San Bernabé triunfa entre nosotros, de lo cual me alegro: siento devoción por esta fiesta porque tiene algo muy íntimo, muy especial para un logroñés. Su formato bolsillo, en contraste con los excesos mateos, la hace especialmente idónea para quien huya de los barullos propios de las fiestas de septiembre. Y tal vez sea también una excusa estupenda para seguir explorando ese rincón multitares abierto donde Alcampo, que anuncia nuevas aperturas (un restaurante de pasta italiana, por ejemplo) mientras me llegan noticias de su exitoso impacto entre la clientela. De lo cual también me alegro aunque tanta y tantas novedades no mitiguen otro impacto, de índole pesarosa: a finales de mes cerró, como se pronosticaba aquí mismo, el Alfonso de la calle Villegas. Que ha sido la más triste novedad bernabea aunque tiene su lado jubiloso: Elena y Alfonso podrán pasear a partir de ahora sin prisa. Vivir la vida más despacio. Sin agobios. Disfrutar por ejemplo de los bares de San Bernabé desde el lado bueno de la barra.
P. D. Laurel y San Juan ha coincidido en sendas campañas de promoción entre la clientela para estas fechas. En el primer caso, mediante la buena idea de premiar con un vinito a quienes se pidan una tapa en la fiesta del patrón, siempre que aparezcan con el preceptivo jarrito que se reparte ese día en El Revellín. Sería todavía mejor idea si en vez de vinito se recuperase la sana costumbre de servir zurracapote, brebaje autóctono casi en trance de desaparición Pero algo es algo: reivindicar las tradiciones propias es especialmente conveniente en estas fechas. Una elegante manera de decirles a los queridos indígenas que se largaron a Salou lo que se están perdiendo.