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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

El Arao, un vegano en Padre Marín

El Arao, en la calle Padre Marín. Foto de Jonathan Herreros

 

De la zona de Padre Marín y calles adyacentes (Cigüeña, Caballero de la Rosa y tantas otras) mi memoria tiene que detenerse en el vecino Ramitos, que por allí se ubicaba. Una extensión del también muy próximo Colegio Universitario, de manera que parecía natural que sus mesas tuvieran también algo de cátedra, donde el profesorado aleccionaba a sus alumnos en materias más mundanas. El mus. Hubo algún estudiante que (suele suceder) concluyó su periplo académico reconociendo que había pasado más tiempo en esa barra que en las aulas donde sus padres le suponían iniciándose en los misterios de las Matemáticas vía Luis Español o los poetas griegos, con Ramón Irigoyen como médium. El resto de bares de la zona eran para mí también otro misterio: pasaba de mozalbete antes sus puertas cuando perdía el autobús a Cantabria y como no estaba en edad de disfrutar de sus dones, nada por supuesto me decían.

Pasó el tiempo, el Ramitos se convirtió en leyenda de quienes con el paso del tiempo pasaron curiosamente a formar parte del claustro de la UR y Padre Marín siguió siendo una calle más del castizo barrio donde se aloja, pródigo en locales del mismo linaje. Bares de barrio, alabados sean. Que resisten allí, en ese rincón de Logroño, a despecho de modas y tendencias. Bares como La Cortijana, que por cierto se mantiene en estupendo estado de revista. Bares que pueden presumir de la frecuencia con que los visita el maestro Eduardo Gómez, perito en barras. Que fue la primera persona en ponerme sobre la pista de una novedad reciente. Una novedad que merece la pena. Muy recomendable.

Se llama El Arao. A la hora en que lo visito, se afana en los fogones su ideológo, Jesús Basurto, de genes hosteleros como gentil informa cuando se le pregunta por el auténtico motivo de nuestra presencia en su local: su hermana Nuria. Artista de la coctelería, que tiene su propia agenda y merecerá unas cuantas líneas aquí mismo cualquier día de éstos. Jesús cuenta todo esto, con el detalle preciso de los variados premios que se ha llevado su hermana, mientras no deja de preparar en su cocina las golosinas que despacha a una joven familia que disfruta de su menú de estupenda pinta. Un menú vegano. Aunque como el propio caballero nos avanza, la mayoría de los clientes (incluido quien esto firma) son carnívoros (cosa que no me habían llamado hasta ahora pero que tiene la particularidad de ser verdad), tampoco les importa iniciarse en esta rica paleta de bocados que han desterrado la carne y apuestan por una cocina distinta.

Sus callos, por ejemplo. ¿Callos? Callos, en efecto. En realidad, un trampantojo. Los prepara mediante la colaboración de un tipo de seta que resuelve con eficacia ese desafío de dar vísceras por hongos, incluyendo una salsa donde el chorizo (atención) es de calabaza y proviene de Galicia. Jesús relata todas estas originales aportaciones al recetario castizo con un entusiasmo contagioso. Se nota que disfruta con lo que hace, no deja de preparar las comandas en la cocina y de dar rienda suelta a su creatividad. Un desempeño ejemplar. Como su carta de cervezas artesanas, por cierto. O la manera en que tiran aquí la caña. También modélica.

El Arao se ha convertido en una referencia que traspasa Madre de Dios, San José o como designe al barrio el improbable lector: yo siempre le llamaré Ballesteros, con su equipo de fútbol (La Unión) y su coqueto campo de tierra (Vista Alegre) viajando siempre en mis recuerdos. Se confirma su condición de icono a la salida, cuando irrumpe una cuadrilla habitual de Laurel y alrededores que se confiesa también cautivada por esta novedad que ha llegado hasta sus oídos. Un bar vegano que también nos puede gustar a los carnívoros (con perdón). Como parece correr igual que la pólvora la fama de otro local situado unos metros más allá, hacia avenida de La Paz. Que regenta también Jesús y se llama La Kriba. Esa tarde (ay) está cerrado: una lástima, porque intrigaba saber cómo sería una pizza vegana y (sobre todo) un perrito caliente y una hamburguesa (especialidades de la casa) que se sirven prescindiendo de la carne.

Otra vez será. Porque volveremos. Merece la pena El Arao, tal vez también La Kriba, y merece la pena todo el barrio en su conjunto. Donde la ronda se sigue tarifando a precios anteriores al euro y los bares mantienen el sabor al Logroño de toda la vida . Aquel Logroño donde relucía la popular barra del Ramitos, cuya silueta se adivina allá al fondo. El Monte Cantabria, ángel tutelar de la ciudad entera, acompaña nuestros pasos mientras abandonamos la calle Padre Marín. Muy cerca surgen el Viginia, el Iris y el resto de bares que forman una panoplia también muy adictiva. O el Claret. Donde pecamos (El Arao nos perdone) contra la religión vegana. Caña y morro, de nuevo cobrados a precios sensatos. Un prodigio para el cual basta caminar un cuarto de hora y alejarse del centro. Quince minutos son suficientes para comprobar que hay vida en los bares más allá de lo más trillado. Vida carnívora y vida vegana. Por qué no.

P. D. Caminando a veces por Madre de Dios me pregunto qué se hizo del Caracol. Dónde queda ahora. Se lo habrá tragado alguna promoción de viviendas, concluyo. Y vuelvo a la vez siguiente sobre mis pasos y mis cavilaciones: dónde estará el Caracol. Ni idea. Me despista el paisaje tan cambiante, que ha arrasado con las antiguas huertas del barrio que me servían de brújula y de referencia: en sus accesos se dejaba el coche aparcado de mala manera (a la logroñesa) y ahí enfrente se alzaba el edificio cuyos bajos ocupaba la entrañable bodeguita, que disponía de un piso superior donde probar en apretujadas mesas sus gollerías. Cazuelitas con la cocina de siempre, regadas con vino con gasesosa. Manjares que no volverán. El Caracol contaba incluso con su pensión, donde no era raro que se alojaran futbolistas del Logroñés cuando estaba ¡¡¡en Primera División!!! Alguno de aquellos huéspedes se quedó a vivir en Logroño, cuando una cierta normalidad distinguía aún lo relativo al fútbol, sin el histerismo presente. Cuando uno aún podía viajar hasta el Caracol y zamparse una asadurilla con los ojos cerrados.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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