En un pasado no tan lejano, resultaba habitual la presencia de degustaciones de café incorporadas al mapa hostelero logroñés con la normalidad propia del culto que se rendía a ese aromático placer. Aquí alguna vez se ha comentado ya la práctica desaparición de buenos profesionales al otro lado de la barra que garanticen un óptimo servicio y destacada la pericia que, por el contrario, acreditan otros camareros de confianza en servir el cafelito óptimo de punto, Juan Valdés les bendiga. Pero las degustaciones, como tipología, han ido desapareciendo a la vez que se popularizaban otras maneras de despachar el solo, el cortado o el con leche en nuestro paisaje. Recuerdo por ejemplo una que todavía resiste, en perfecto estado de revista: la ubicada en el pasaje de Miguel Villanueva. O las legendarias de El Pato o Greiba. La mayoría de ellas, haciendo un repaso rápido, tiene colgado desde largo tiempo el cartel de ‘Se traspasa’.
Razón de más para glosar como merece un descubrimiento reciente. En el Mercado del Corregidor, castizo rincón del Logroño de siempre, se aloja El Puerto del Café desde hace un año, según informa gentil el caballero que defiende este coqueto local. Así que mis disculpas por el retraso en percatarme de su presencia, un despiste imperdonable a la vista de la excelencia con que aquí se adorna el servicio de café, tan maltratado en otros lugares. Aquí ocurre al revés. Nuestro hombre despliega una conmovedora maestría en su preparación, que compagina con una especie de lección magistral y resumida de las virtudes del café que despacha, llegado en mi caso desde la colombiana región de Antioquía. Granos que crecen y se recolectan a 1.600 metros de altitud, según me informa mientras hace magia con la cafetera y derrama con mimo una nube de leche que ofrece sin el preceptivo azucarillo. “No tiene nada de amargor”, avisa. Y me anima a tomarlo así, sin otra aportación dulce que no sea la propia que emana del propio producto.
Y acierta, por cierto. Un café es, en mi humilde juicio, una delicia. Bien servido, como es el caso un placer supremo. Aquí se cuida con un celo especial, acompañado el sobro con un trago final de limonada cortesía de la casa. Un cuarto de hora reparador. Un oasis en medio del barullo del Mercado, el que mejor resiste de los de su estirpe diseminados por Logroño como bien observa nuestro maestro cafetero. Mientras duran la ingesta y la charla, a nuestro alrededor van y vienen los clientes, se organizan las tertulias con los comerciantes, ingresan los productos a lomos de los repartidores… El paisaje habitual hasta hace no tanto en este tipo de recintos, que hoy más o menos se limitan a sobrevivir, añorando los días de gloria. En El Corregidor, también más o menos, se habrán conocido tiempos mejores pero mantiene enhiesto el nivel de exigencia y ofrece una imagen más atractiva que otros mercados gemelos. Llama por ejemplo la atención un detalle: la limpieza. El suelo y los puestos relucen. Un ejemplo para otros. Y no miro a nadie.
Concluye el rito del cafelito matinal. En El Puerto del Café anuncian novedades para los próximos días. El café BB’s, ese exquisito sorbo cuyo aroma (milagro, milagro) me durará durante un largo rato, se va a ver reemplazado por otra marca que parece ofrecer aún más garantías. Y me sugieren que en próximas visitas me decante por un doble solo de Gardelli, un producto que se intitula como el mejor del mundo cuyo nombre rinde tributo a su creador, un colombiano: al parecer un auténtico as en este universo tan querido. Una taza venidera que se puede acompañar con un bocado del jugoso abanico de tartas y pasteles que completan la oferta del establecimiento. Hasta donde se van dejando caer hacia el mediodía los clientes para lo mismo, el suculento café de media mañana. Que aquí no es un café cualquiera, sino su versión más admirable. La que demuestra que, como tantas veces supusimos mientras nos resignábamos al aguachirris de rigor pensando que no había otra alternativa o que existía una conspiración contra sus devotos, otro café es posible.
P. D. El Mercado del Corregidor se anticipa, acogiendo a este encantador café, que se pueden combinar esos dos placeres: ir de compras, para avituallarnos de viandas a poder ser con denominación de origen, y acodarse en una barra. Un desideratum para su hermano mayor, el Mercado de San Blas. Donde la convivencia entre ambas modalidades de negocios sigue sin cristalizar, a la espera de la tantas veces anunciada como aplazada reforma de la venerable plaza de Abastos. Hay opiniones encontradas al respecto. Por ejemplo, la de quienes observan que sería duplicar la oferta hostelera dotar de ese uso a los espacios del mercado teniendo al lado como tiene la calle Laurel y otros templos logroñeses. Yo por el contrario pienso que sería compatible. Y sobre todo sostengo que cualquier idea que sirva para dotar de un dinamismo superior a la querida plaza debería ser bienvenida.