No llegaba, no aparecía, surgían las dudas sobre si sería que sí o sería que no…. Pero finalmente hubo fumata blanca: esta semana se confirmó que también en el todavía flamante 2020 habrá concurso, impulsado por La Rioja Capital, la entidad que canaliza desde el Gobierno regional las iniciativas gastronómicas, en busca del mejor pincho ideado por los bares riojanos. El cambio de inquilinos en el Palacete del Espolón, unido a la poda emprendida en el organigrama gubernamental y en el barullo subsiguiente a todo relevo político, había puesto en entredicho la supervivencia del certamen. Algunos hosteleros, como el inquieto Óscar, ganador desde el local logroñés La Chispa Adecuada de la edición 2019, pusieron incluso el grito en el cielo, esto es, en las redes sociales. Una voz de alarma con benéficas consecuencias: quien quiera que sea el responsable tomar la decisión correspondiente, por fin encontró un rato para dar su plácet y poner en marcha el mecanismo de selección de candidatos.
Que es más complicado de lo que pueda parecer a simple vista. Desde la organización se envía a sus sherpas por toda la región para explicar en qué consiste la iniciativa, disipar dudas, animar a los indecisos… Es una labor previa encomiable, porque sirve para vencer algunas resistencias y consigue que en los últimos años se haya elevado el número de inscritos. Pero la cantidad de la oferta sería un factor que, en solitario, no ayudaría a explicar el impacto que el concurso va teniendo. También ha mejorado la calidad, en mi humilde juicio, sostenido a partir de la experiencia obtenida como jurado en los últimos tres años. Porque, como condición previa, los participantes entienden cada año con mayor sabiduría en qué consiste exactamente qué es un pincho. Y se esmeran en atender las recomendaciones de los sabios miembros del tribunal que examina a sus criaturas: que menos a menudo es más. Que la sencillez es un valor en sí misma porque, bien entendida, también puede ser sofisticada.
El ganador del 2019 pilló muy bien la idea, como otros finalistas y buena parte de los inscritos, que no superaron la primera criba y no llegaron a la cita final en Riojafórum. Donde un ramillete de elegidos se enfrenta a una tarea ardua, dificilísima: hacer bien su trabajo ante la atenta mirada de centenares de ojos (los del público asistente y, sobre todo, los del jurado) y marcados por las exigencias que dicta el omnipresente reloj que preside la estancia: tienen un límite de tiempo para presentar sus pinchos y no lo pueden exceder, más allá de la benevolente tolerancia que distingue a los organizadores. No descarto que, de hecho, el pincho vencedor (ese suculento tartar de trucha que homenajea tanto al patrón logroñés como al mago Lorenzo Cañas) se impusiera a sus rivales no sólo por su delicado sabor, sino porque supo presentarlo en tiempo y forma con mayor destreza que los demás aspirantes. Óscar estuvo rápido, brillante e ingenioso: si hay por algún lado un vídeo con su puesta en escena, aconsejo a potenciales candidatos que lo visualicen en busca de inspiración.
Pero más allá de la naturaleza de los mejores pinchos seleccionados, de cuál fuera el veredicto del tribunal o de la sabiduría de nuestros mejores bares, lo esencial me parece a mí es que el éxito está garantizado: todos los años se eleva el nivel. Que es el objetivo central del certamen: perfeccionar la oferta gastronómica de las barras riojanas, desde Logroño al pueblo menos habitado de La Rioja que todavía (¡Todavía!) presuma de bar, de manera que se sumen al conjunto de atractivos de que está dotada la región. Que esos pinchos configuren una rica paleta que anime a visitarnos o haga aún más agradable las excursiones de barra en barra de la población indígena. Hasta el 10 de febrero hay tiempo para presentarse; entre finales de ese mes y de marzo, los inscritos recibirán la visita del jurado y deberán ofrecer a sus clientes sus creaciones. Y el día 28 de marzo, la gran final en Riojafórum. Donde se desvelará cuál es el mejor pincho del 2020. Yo, de natural conformista, aceptaría cualquier veredicto que como mínimo garantizase el mismo elevadísimo nivel del último ganador. Quien tenga alguna duda, ya sabe: que se zampe ese cucucurcho llamado Bernabé y tendrá que darme la razón.
P. D. El mejor pincho riojano del 2020 está pendiente de ser elegido pero el reciente cónclave de Madrid Fusión ya ha proclamado a su propio vencedor: el cocinero valenciano Nicolás Román, que triunfó con una curiosa creación. Una tapa de cangrejo real con brioche, kimchi y mantequilla tostada. El improbable lector la quiera saborear, ya sabe: deberá acudir a su restaurante valenciano (Àtic Palau Alameda) y que luego nos cuente qué le parece.