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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Toma chocolate

 

Repasando viejos artículos, recupero ahora el recuerdo de una entrada ya bastante añeja, dedicado a glosar aquel local llamado Moreno, la chocolatería que algún otro logroñés del ala senior tampoco habrá olvidado: ubicada en la calle Sagasta, frontera con las escalerillas que conducen al Peso, disponía de unos cuantos alicientes adicionales a la gloriosa ingesta del néctar que le daba nombre. Tazones de chocolate riquísimo donde más de una generación aprendió a untar el churro, mesas de formica tanto en el espacio situado al nivel de la calle como en la cuevita instalada bajo ella  y una vitrina que sobrevivió a su cierre: allí se exhibía la vajilla del local como si fuera de Sevres o porcelana china. Como si fuera el mueble de la abuela, un enigma muy logroñés. Pasaba el tiempo y allí seguía la vitrina con sus tazas pop y otras joyas que fueron mutiladas por el gamberro de turno y que una mañana desaparecieron para siempre.

Moreno era la chocolatería por excelencia de aquel Logroño pero el improbable lector que haya cumplido unos cuantos años tal vez recuerde otras hermanas. Reyga, por ejemplo, donde más o menos se aloja hoy el Victoria de Víctor Pradera, amplísimo local muy socorrido para las fiestas de cumpleaños de la época (la época anterior al chiquipark y otras conquistas recientes); o una breve y angosta chocolatería situada en República Argentina, donde apenas tuve el gusto. Yo era de Moreno, por cercanía geográfica y vecindad sentimental y decantarme por otros locales de la competencia tenía algo de traición para mi corazón tan logroñés. Todavía hoy el aroma a churros y chocolate me sigue transportando mentalmente a ese recodo de la vida. Cuando parecía eterna.

Desde su adiós y desde que se despidieron sus gemelas, el chocolate en Logroño ha tenido mala suerte. No han cuajado unos cuantos intentos por completar el mapa de las distintas tipologías propias al sector hostelero, culpa también de que se trata de una ambrosía desaconsejada por su alto contenido en azúcares por la medicina moderna, que persigue también con semejante saña al amigo churro, una delicia que debe buscarse mejor en las churrerías ambulantes (o medio ambulantes) diseminadas por la ciudad. Los amigos de este manjar, entre quienes por supuesto me cuento, debemos reconocer nuestra derrota y conformarnos con darnos un homenaje cuando visitamos otras ciudades (Madrid, sobre todo, pero también Málaga, Granada o Sevilla según tengo observado: en Andalucía los nutricionistas aún no han triunfado). Algo semejante les ocurre a los incondicionales del chocolate: las alternativas que ofrece Logroño para su ingesta conducen a añorar los tiempos arriba mentados. La época dorada de Moreno y compañía.

 

 

Pero hay buenas noticias. Del armario donde unos y otros (los fans del churro, los devotos del chocolate) llevamos tiempo encerrados ha venido a nuestro rescate el de siempre, Mariano Moracia. Con su olfato infalible para los negocios, se hizo hace unos meses con el bar ubicado en los cines Moderno, al ladito mismo de su centenario café, y  ha obrado un milagro. Aquel local que misteriosamente languidecía, más tristón en cada uno de los fallidos intentos de resurrección, hoy está lleno casi siempre. Lleno a rebosar, desbordante de público. Veterano, la mayoría. Formado por esos logroñeses que añoraban la reconfortante taza de chocolate con su ración de churros y apenas disponía ya de algún establecimiento donde abandonarse a ese riquísimo vicio. Mariano acertó poniendo el acento en esa oferta que encaja me parece que fetén con ese otro placer que se bate en retirada: ir al cine. Abandonarse a la magia de la gran pantalla y antes de entrar, o tal vez a la salida, regalarse de paso una subida de azúcar. Diabéticos y maratonianos (también llamados raners) abstenerse.

El caso es que este hermano menor del Moderno ha triunfado. Al menos, así se deduce de cómo sus mesas y su barra disfrutan de una excelente entrada incluso en esas tardes de invierno, entre semana, cuando pasear por el viejo Logroño intimida, a ratos. No hay apenas nadie, la calle Laurel cercana tiene casi todos sus bares vacíos y sin embargo, allá adentro, una breve multitud se apiña para entregarse a ese néctar recuperado para la causa por la familia Moracia. Un viaje por esos metros cuadrados de la ciudad castiza tiene algo de viaje en el tiempo, el tiempo que entronizó a Moreno en el imaginario popular. Y deja en el aire alguna duda, una inquietante pregunta: qué hará Mariano Moracia cuando llegue el buen tiempo y encaje menos el chocolate con churros con la temperatura ambiente. ¿Horchata? ¿O limonada tal vez? Quién sabe si zarzaparrilla.

Continuará.

P. D. Los amantes del chocolate con churros disponen por supuesto para satisfacer su devoción de todos esos espacios ambulantes que festonean unos cuantos rincones de Logroño. Murrieta, la Glorieta, Las Gaunas… Allá podrá el interesado saciar sus expectativas con la rica ingesta de semejantes ambrosías; en mi caso, suelo elegir la churrería/furgoneta emplazada en el parque Gallarza. Donde se despacha una recomendable mercancía y el amigo churrero suele añadir de propina una unidad: 12 más uno. A cada cual mejor.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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