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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Días sin bares (segunda parte)

 

Desde que nació este blog, he procurado creo que con éxito actualizarlo a un ritmo de una entrada por semana que me impuse a mí mismo aprovechando que este espacio es uno de los pocos donde mando yo (en compañía de tanto improbable lector). Al principio, esa frecuencia de actualización era disparatada. Más o menos escribía una entrada en cuanto se me pasaba alguna ocurrencia por la imaginación o alguien me susurraba alguna idea al respecto. Este territorio de los bares tiene mucho de adictivo y de obsesión compartida pero pronto caí en la cuenta de que se ritmo debía dotarse de algún método superior. Una entrada semanal parecía más que suficiente para satisfacer el potencial interés que estas líneas puedan suscitar, concluí. Recordando una sentencia que le escuché hace mil años al estupendo Alfonso Sánchez, crítico de cine de mi mocedad, todo un personaje que sólo recordarán los más veteranos del lugar porque salía bastante en la tele única. Sostenía Sánchez, columnista diario en la prensa madrileña, que esa ocupación era el último signo de esclativud en Occidente. Una pieza semanal también tiene algo de esclavitud pero en m caso se trata de una ocupación gozosa. Tan gratificante que me parece imposible pensar en ella como un trabajo.

Viene a cuento esta digresión porque cuando empezaba esta semana, allá por ese lunes triste entre los tristes, pensé que el cierre de bares en toda España a causa del maldito bicho complicaba esa rutina que me había impuesto. Y que justificaba saltarme el mandato de una entrada semanal que sólo incumplo en las vacaciones de verano. No creo que nadie lo echara de menos igual que estoy seguro de que sólo yo (y tal vez algún alma bondadosa que vague por el éter) habrá reparado en que cada semana me pongo a teclear estas divagaciones ante el ordenador. Pero también confieso que tenía algún cargo de conciencia. Y confieso además que pocas tareas me resultan tan placenteras como desconectar de la actualidad en carne viva, que nos golpea estos días con toda su crudeza, y darme mi vuelta semanal por el imaginario colectivo que se agrupa en torno a los bares. Así que para el miércoles ya había decidido que antes de concluir la semana acudiría puntual a mi cita conmigo mismo.

Pero, ésta es la pregunta, de qué podía escribir con todos los bares cerrados y su clientela desperdigada en sus respectivas casas, atacando sus propias bodegas como pasatiempo. Porque hace siete días ya publiqué una pieza a propósito de los bares cerrados, de cuán huérfana se queda la parroquia. Y preparar una pieza ajena a este contexto tan abrumador me parecía insolente. Fuera de lugar. Impertinente. De modo que cavilando, cavilando… No llegué a ningún sitio. Aunque en realidad sí. Llegué a una red social donde topé con un hallazgo iluminador: las buenas gentes de Barrio Bar y Clandestino preparando cócteles desde su casa y ayudando a quien observan sus vídeos a imitarles. Lo cual me pareció una idea estupenda, resuelta además con mucha clase por estos jovenzuelos, que me llevó a pensar en otra idea de índole superior. Una pregunta. Qué hacen estos días los camareros.

Porque hace una semana me hacía una pregunta similar (qué hacemos los clientes en estos largos días de confinamiento), a la que intentaba responder con mi propio ejemplo. Pero no se me había ocurrido qué ocurría al otro lado de la barra. Y caí en la cuenta de que les debía unas líneas. Imagino a todas esas bondadosas criaturas que tanto han contribuido a levantar nuestros ánimos, a celebrar con nosotros la vida, marchitos en sus domicilios, mientras las facturas no dejan de llegar y sus negocios duermen el sueño del coronavirus. Y sentí entonces una enorme lástima por todos ellos, de manera que estas líneas brotaron más o menos solas, animadas por un sentimiento de solidaridad hacia todos ellos. Encarnados en este caso por Maite y Rubén, a quienes la fatalidad no les borra la sonrisa ni acaba con el profesional eficaz y talentoso que ambos llevan dentro. Capaces de sacar la cabeza en medio de la desdicha y hacer de camareros ‘on line’ para aliviar nuestra cuarentena.

Esta entrada semana va por lo tanto como homenaje hacia todos ellos, en quienes no dejó de pensar. Sobre todo, en quienes acaban de poner en marcha su negocio o vienen de reinventarse y se han tropezado con esta calamidad, tan dañina para nuestra salud y tan dolorosa para sus negocios. Pienso en ellos y los imagino como me gustaría encontrarlos cuando todo esto pase, cuando todo acabe. Abriendo sus bares para felicidad de sus incondicionales y recuperando para la causa antedicha (celebrar la vida) esos espacio que tanto añoramos. Los bares a los que estamos deseando regresar. Porque yo también me he hecho a mí mismo la promesa de tantos fans de nuestras mejores barras: volveremos. Como dijo MacArthur, volveremos. Volveremos a los bares.

P. D. Todos los bares de La Rioja y resto de España están cerrados. ¿Todos? No. En realidad, no todos. Al menos resiste abierto un bar que tiene mucho de farmacia de guardia estos días: el bar del Hospital de Calahorra, que se ocupa de atender a esas caritativas almas del personal sanitario, nuestros nuevos héroes. Como imagino que otro tanto sucederá en el San Pedro, esta excepcional y muy justificada circunstancia me permite concluir estas líneas con otro sincero y emocionado reconocimiento hacia todos ellos. A los que combaten el virus desde cada frente abierto y también a quienes, a su manera, contribuyen a garantizar el reposo del guerrero: quienes atienden los bares de los hospitales son también, a su particular manera, héroes y heroínas.

 

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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