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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Días sin bares (VI)

 

Una mano amiga me hace llegar la foto que ilustra estas líneas. Ha leído, según me avisa, la última entrada que dediqué hace unas semanas a responder a ese cuestionario prusiano donde uno se retrata a través de sus predilecciones en materia de bares. Aquellas líneas, encabezadas por una soberbia foto de Jalón Ángel recuperando la imagen de La Granja, le animaron a suministrarme este otro retrato en blanco y negro, donde el logroñés más veterano seguirá reconociendo el coqueto local de la calle Sagasta. Que entre otros atributos presumía de rendir devoción a cierta tipología de bares que habitaron hace años entre nosotros y se fueron disolviendo. Me refiero a las cafeterías. Cafeterías a la americana.

Que, ojo, no son cafés. Se trata de otro peldaño en la evolución hostelera, el tipo de establecimiento que se hizo común en la España del desarrollismo. La Granja lo encarna muy bien por cierto, porque nació como café y acabó siendo cafetería, igual que otras que mediados los años 50 empezaron a conquistar Logroño, emblemas de la modernidad. Yo conocí alguna. Recuerdo por supuesto el Ibiza, hoy resucitado para la causa, y entre brumas se disuelve en mi memoria el Ringo cercano, también en Muro de la Mata. ¿De qué tipo de bar estamos hablando? Pues de un local espacioso, decorado con bastante ambición. Camareros con chaquetilla (blanca en el caso de Madrid, donde aún resiste esa indumentaria en los bares más castizos), cigarrera en algún caso, también por supuesto limpiabotas… Un lugar que no era de paso, aunque también lo fuera: paso de paloma, yo ya me entiendo. Cafeterías con una vida tan larga como los días, que empezaban a funcionar con los primeros cafés y no agotaban su atractivo hasta bien entrada la noche. Porque servían para todo. Las cafeterías de los 60 eran la navaja suiza de los bares logroñeses.

Su recuerdo me asalta en estos días de confinamiento porque otra mano amiga me hace llegar el descubrimiento que antecede estas líneas. Un suelto publicado en el año 1955 en la revista La Codorniz, donde se anunciaba al improbable lector la buena nueva de que Logroño contaba ya con dos cafeterías de postín, que se sumaban a una oferta hasta entonces colonizada por la taberna o la tasca, como da fe quien redacta esos párrafos. No sería extraño que la publicación se debiera al ingenio de, por supuesto, un logroñés. Más que un logroñés. El hombre a quien l e cabía Logroño en la cabeza, el escritor Rafael Azcona, colaborador de aquella revista satírica cuyo lema no he olvidado (ni nadie, sobre todo en el gremio periodístico, debería olvidar): “La revista más audaz para el lector más inteligente”. La audacia se materializaba, entre otras virtudes, en relatar la vida auténtica de la España de su tiempo. La España de las cafeterías, por ejemplo. El Logroño de las cafeterías.

 

 

En su número 705, en mayo de hace 65 años, supongamos que Azcona, con su inimitable estilo, informaba para La Codorniz de la audaz llegada a Logroño de, en efecto, dos cafeterías. Se trata de dos establecimientos que uno no conoció, aunque algo he oído hablar de ambos. Noche y Día (calle San Juan, creo recordar) y Bahía, que si no me falla la memoria se ubicaba en la vecina Marqués de Vallejo. El inteligente lector de La Codorniz que tropezara con esa noticia pudiera haberse quedado más bien frío, porque semejante avance de los tiempos era conocido ya en otros pagos, como la propia capital del actual Reino de España, donde la revista tenía su sede: Madrid, bien poblada de cafeterías para entonces, impuso en el resto del país esa moda que regó de esa clase de locales a las ciudades del interior, de modo que si Logroño se ufanaba de contar con dos ejemplares no era tanto por la novedad que representaba tal conquista sino porque (sigamos con nuestra hipótesis) Azcona jugaba en casa y hacía algo de proselitismo en los quioscos. Lo cual no era tan interesante como saber a través de su pluma (si es que era su pluma) que esas dos flamantes adquisiciones venían a convivir con el tipo de bares que hasta entonces habían sido norma, alguno de los cuales sobrevive.

Es el caso de El Soldado de Tudelilla. Que el autor del artítulo (don Rafael, un suponer) destaca entre la pléyade de locales de llamativos nombres. Veamos: Pedro el Riojano (no tengo el gusto), Casa Taza (donde me robaron el corazón, pero esa es otra historia) y La Chatilla. Estos dos últimos más o menos han sobrevivido hasta nuestros días, bajo distintas encarnaciones. Y El Soldado resiste en perfecto estado de revista, esperando la maga Azucena tiempos mejores para aliñar nuestras visitas al ritmo de sus ensaladas y demás golosinas. Pero entre esos nombres de tascas que se citan en La Codorniz, mi favorito es el bar llamado La Puñalada. Prometo una visita si semejante garito reabriera sus puertas. Lo ignoro todo de él. Dónde se alojaba, quién lo regentaba y, sobre todo, a qué ingenioso logroñés se le ocurrió semejante nomenclatura, pero (también) me ha robado el corazón.

La Puñalada, ese misterioso bar, junto al resto de hermanos en esa tipología, fueron en cualquier caso desapareciendo. También cayeron las cafeterías tal cual las recordamos, como esa foto que refleja el tipo de bar que fue La Granja. Logroño dijo adiós al Bahía y al Noche y Día (que mantiene el tipo bajo otras manos pero siendo fieles al modelo original, al menos en su nombre), también al Ringo… Llegó otra clase de modernidad y aquellos bares perdieron su sentido. Los que quedan son reliquias. Alguna vez tropezamos con ellos en nuestras excursiones  allende Logroño, incluyendo más allá de los Pirineos. No son exactamente lo mismo, desde luego no son La Granja, pero en algo nos recuerdan ese territorio mítico. Sólo necesitaban para reaparecer ante nuestros ojos confinados la magia de la fotografía en blanco y negro. Y la magia de que un supuesto Rafael Azcona cantara sus bondades.

P. D. Una franquicia que todavía resiste en Madrid con más o menos buena salud, donde el concepto de cafetería mantiene su vigencia, se llama José Luis. Donde por supuesto los camareros llevan chaquetilla blanca, aspecto de arrastrar mucha mili en sus bandejas y el glorioso hábito de dirigirse a la clientela masculina al estilo por supuesto madrileño: llamándote caballero. Es el caso de la ubicada en la calle Serrano, donde hace unos años tuve el gusto de observar en todo su esplendor el tipo de fauna asociada a la cafetería de toda la vida. Un grupo de (en efecto) caballeros, acompañados por una dama: todos octogenarios, de la cofradía de amigos el Rioja (ella, especialmente), que me regalaron un espectáculo inolvidable a la hora del aperitivo. Los dejé atacando los bocados que les acercaban desde la barra. Cuando regresé al cabo de unas horas, como el dinosaurio del cuento, aquellos matusalenes todavía seguían ahí. En su hermosa cafetería.

 

 

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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