Andan alborotados los dueños de bares estos días, con el ánimo suspendido a cuenta de las dudas que genera en el sector la reapertura a medio gas o en libertad vigilada de sus locales, un espacio ocioso para su clientela, una manera de vivir para ellos. Hierve el móvil a golpe de mensajes, que son en realidad mensajes en una botella: se lanzan al éter como si fuera el mar, con la esperanza de que su contenido llegue a una playa propicia y genere el necesario debate.
Que no es una cuestión sólo riojana; la discusión tiene alcance nacional y responde a la pregunta que reclama una contestación urgente, más detallada que ese laberinto de párrafos que es el BOE. ¿Cómo conciliar el derecho a la salud de los consumidores con la pertinencia de poner a salvo la actividad económica de donde comen unos cuantos trabajadores? Dicho en prosa. ¿Se puede llegar a fin de mes reduciendo el aforo de un establecimiento a un límite para el que ninguno de ellos estaba preparado, con las inevitables consecuencias en la máquina registradora? Todo son preguntas. Todas de momento sin respuesta. Porque dependen de un exagerado número de factores, entre ellos los de orden psicológico, donde nadie gobierna. ¿Hasta qué punto querrá el potencial cliente, el de antes del virus, compartir espacio apelotonado como era costumbre con otros semejantes mientras espera a tomarse un vino? Los propios dueños de los bares se contestan: en general, ninguno parece dispuesto a plantear a su parroquia ese dilema. Antes prefieren cerrar que reanudar su actividad sin que estén garantizadas la higiene o la seguridad sanitaria.
¿Entonces?
Otra pregunta que llevará tiempo responder. Las voces más sensatas del sector admiten que la desescalada (temible palabra) exigirá recuperar la nueva normalidad (aberrante concepto) por tantas fases como estados de ánimo distinga a la hostelería riojana. Habrá quien desafíe los límites de capacidad porque sus locales se lo pueden permitir y acepte renunciar a la fisonomía de toda la vida a cambio de reanimar sus ingresos. Habrá quien se apresure el lunes a poner la terraza en marcha porque así lo admite el tramo de calle donde tiene su sede. Y habrá otros menos afortunados que tendrán que renunciar a lo uno y a lo otro. Esos bares diminutos, que llenan de color las calles más propias para este gran entretenimiento español, tendrán sus días contados, salvo milagro. Y otro tanto aquellos que gozan de un espacio mínimo para ubicar sus veladores: deberán ir pensando en otra alternativa. Con el paso del tiempo, se irá aplicando esa lógica darwiniana según la cual resiste y triunfa quien mejor se adapta al cambio de paradigma.
De momento, quede constancia de que entre la hostelería de La Rioja son mayoría los corazones que antes que poner en riesgo la salud de sus clientes, optan por mantener la verja echada. Mientras resolvemos entre todos cómo serán esos bares que vienen, los futuros clientes les damos las gracias. También nosotros pensamos como nuestros abuelos: la salud es lo primero.
P. D. Publiqué estas líneas en Diario LA RIOJA esta semana, cuando se despertó de su letargo la actividad económica, bien que tímidamente. Este lunes dará un nuevo paso adelante el sector comercial, con la posibilidad de que abran los bares que así lo deseen aunque con restricciones. Durante las últimas horas, un sondeo a golpe de móvil me permite concluir que, al menos en mi humilde radar, proliferan las renuncias a reabrir. Detecto una doble justificación, muy entendible: hay condicionantes de tipo financiero que desaniman a cualquiera y, por otro lado, todos los bares no reúnen las condiciones (de espacio por ejemplo, tanto interior como exterior) que invitan a la reapertura. Tercera explicación adicional, que nadie confiesa pero que alguno deja caer: más o menos, todos prefieren esperar. A ver qué pasa. A ver cómo les va a los que reabran, cómo se adaptan a la nueva realidad y cómo se comporta su clientela. Hay poderosas razones al fondo: la salud, en efecto, es lo primero. Pero también hay valientes, a quienes por lo demás tengo por personas sensatas, nada temerarias. Que no se arriesgarían si no detectaran que han apartado de sus bares toda posibilidad de riesgo. Pongo un par de ejemplos. El Dover y el Moderno, a cuyos tripulantes deseo mucha suerte. Como al resto. A todos los que se vayan animando y nos ayuden a materializar este deseo: que la nueva normalidad nos recuerde bastante a la vieja.