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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Epílogo

 

Recorrí la otra tarde el centro de Logroño recién recuperadas sus calles para la primera fase de la nueva normalidad que se anuncia. Era el día 12 de mayo, lucía un sol apacible y en las contadas terrazas se reunían los vecinos para solazarse un rato, luego de tantos y tantos días con sus respectivas noches de confinamiento más o menos absoluto. No me gustó lo que vi. Incluso en aquellos locales que cuidaban con mayor esmero de observar los requisitos de distancia física entre sus clientes que ayuden a espantar para siempre el coronavirus no faltaba en ningún caso esa mesa donde se arracimaban los parroquianos ignorando todo requisito de higiene, con la mirada complaciente de cada dueño de cada bar. Me llamó la atención que nadie les llamara la atención.

La pena fue creciendo a medida que paseaba en dirección a la calle Laurel y aledaños puesto que comprobaba para mi espanto que en realidad esos bares abiertos, donde se incumplía la normativa de manera flagrante, eran una escasa minoría. La mayor parte de los locales de confianza permanecían cerrados. Horror máximo cuando alcancé la calle Gallarza, en medio de un vacío cósmico. Sideral. Allá al fondo, en la calle Bretón, se veía abierta la solitaria terraza de un bar. En el acceso a la calle Laurel, desolación infinita. No había señales de vida, salvadas sean dos muchachas que concluida la limpieza de su bar (vaya usted a saber con qué intención) se fumaban un cigarrillo en una mesa. Otra excepción aguardaba al final de la caminata, cuando regresé sobre mis pasos y tropecé en Albornoz, dirección San Agustín, con dos pobres diablos que compartían un bote de Mahou en el alféizar del bar Las Quejas. Me miraron, les miré. Nos compadecimos los unos de los otros.

Prosiguió el paseo por la calle San Agustín, detenida en el tiempo. Alguna terraza en la plaza, otras más en Portales, un poco de animación en Martínez Zaporta. Los escasos parroquianos que se acomodaban en los raros veladores que sí habían abierto me recordaban a los pacientes de un balneario. Personajes de La Montaña Mágica, héroes de Thomas Mann, sólo les faltaba una manta en las rodillas para terminar de dar el tipo. La alegría propia de este gran pasatiempo nacional continuaba ausente. Camino de la calle San Juan observé al fondo la terraza del Asterisco también desplegada en Portales como era norma antes de la cuarentena. Una luz mortecina iluminaba en Marqués de Vallejo el bar La Quimera, recuperado para la causa en la versión menor: llévase usted la comida a casa. En San Juan, otro tanto.  Apenas un bar que esperaba a ese parroquiano que no terminaba de llegar para hacerse con el bocadillo y zampárselo en el salón, arreglos en el Tastavín, que se prepara una nueva encarnación, y al fondo el esqueleto del Sagasta asomando por la Glorieta. Una metáfora insuperable del doliente estado que presenta el corazón de Logroño.

Volví a salir unos días después. Nada había mejorado. Tampoco mi ánimo. Y concluí que este blog, que llevaba desde el año 2012, tenía las horas contadas. La idea de Logroño en sus bares, el itinerario sentimental a partir de una serie de experiencias que pudieran ser compartidas por el improbable (pero siempre generoso) lector, había quedado cancelada igual que se había suspendido la administración del material del que se nutría. Los bares. Sin ellos, o sin nuestros queridos bares en la fisonomía y la identidad en que los reconocemos como tales, carecía de sentido mantener abierto este espacio. Al menos, en su actual configuración. Entendí mientras volvía a casa que merecía la pena revisar su espíritu y también sus contenidos. Fijar una nueva frontera. Escribir su epílogo.

Fui madurando esa intención a lo largo de toda la semana, que concluye en estas líneas de despedida. Un mensaje de gratitud hacia quienes al otro lado de la pantalla han acompañado esta travesía y un sincero reconocimiento para todos quienes alguna vez me han ayudado a que este propósito de retratar una ciudad a través de sus bares y de sus camareros haya sido un itinerario tan gozoso, una caminata que nunca concluye: siempre hay algo más que decir al respecto de nuestras barras más queridas, ese espacio para la socialización donde yo prefiero siempre destacar su atributo más valioso. Que sirven para celebrar la vida. Lo cual me parece una manera estupenda de concluir estos párrafos. Con la palabra gracias y con una promesa. Me voy, pero volveremos.

P. D. Como si fuera Paul Auster, me dio estos días por cavilar en las extrañas coincidencias que rigen nuestras vidas, la callada música del azar. Porque mientras decidía poner fin a esta aventura, cristalizó un proyecto que permitirá a Logroño en sus bares sobrevivir gracias a la nueva vida que le concede la editorial Pepitas de Calabaza. En formato libro, próximamente, sólo en las mejores librerías. Así que la frase final estaba cantada: nos vemos en los bares y en las librerías.

 

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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