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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Una lágrima por el Maltés

Nuria, a la puerta del Maltés. Foto de Justo Rodríguez

 

Cuando un bar traspasa la frontera propia, la inherente a todo negocio de ese ámbito, adquiere otra condición. Se convierte en mito, leyenda, icono. Símbolo de la ciudad que lo alberga. Faro para su clientela, que peregrina hacia esa barra en busca de algo más que un trago, aunque también. Porque ese bar se transforma en cabeza de playa para el desembarco sentimental de sus feligreses. Se convierte en refugio, casi siempre para almas noctívagas que demandan además de su copa alguna ración de cariño. A menudo, les vale con la indiferencia. Conversación amena, tendencia al desparrame, una banda sonora que sea algo más que la típica música para ascensores: todo eso garantiza el Maltés de la calle Bretón. Y algo de magia. La hechicera Nuria despacha desde el año 2000 sus pócimas asegurando lo antedicho, lo cual explica que con el paso del tiempo haya convertido su local en eso: en algo más que un bar. El territorio de las emociones compartidas: esa atmósfera tan particular que nace cuando el dueño del bar amenaza con convertirse en un cliente más. Y cuando los clientes sienten ese bar como suyo.

Todo esto se acabó, amiguitos. Acabará el próximo 31 de agosto, según reza la información que de buena mañana ha empezado a circular por las redes. Por las redes sociales y por esa inmensa red llamada Logroño, a golpe de cotilleo y macutazo. Queda por lo tanto probado que el Maltés tiene para sus incondicionales la categoría de emblema. Bandera de la noche logroñesa, como la propia Nuria confesaba en este mismo blog, hace un par de años. Allí, entre menciones a Peret y otros dioses menores que alimentaron tantas noches en vela, la ideóloga del Maltés repasaba la trayectoria del bar y concluía sus confidencias con la siguiente frase: “Mi único  deseo es seguir divirtiéndome. Y mientras mis clientes  me sigan acompañando,  yo sigo”.

Bueno, pues este paseo ha terminado. Mejor dicho, quedará clausurado este verano. De modo que hasta que muera agosto queda tiempo para seguir disfrutando de la oferta que el Maltés garantizaba. Tragos, rumbas y rocanrol, los himnos que alguna vez seguían sonando tertulia mediante en la misma puerta del bar, cuando cerraba sus puertas pero sus parroquianos mantenían la sana costumbre de la charla semidipsómana en la calle: quedaban muchas cosas que decir, demasiadas historias que contar. No merecía la pena marcharse a casa: había que atender a Nuria y al resto del equipo médico habitual.

En esas mismas redes sociales donde se anuncia la penosa noticia de su cierre, parece fraguarse un movimiento popular que permitiría resucitar al Maltés. No tiene por el momento demasiada consistencia: de hecho, parece apuntar tanto en la dirección de convencer a Nuria de que resista al frente de su barra como a que la movilización popular se ocupe, un poco en plan asambleario, de que el bar sobreviva. No sé si ocurrirá alguno de esos milagros. Uno sospecha que cuando se cierra un negocio de esta clase, será porque sobran los motivos. Y no imagino a la clientela fija haciéndose con las riendas del bar, modelo autogestión: conozco a alguno de sus miembros y, la verdad, da mejor el tipo a este lado de la barra que gestionando su interior. Baco no lo quiera.

De modo que habrá que dejarlo estar. Si Nuria lo ha decidido, tendrá que ser así. Una pena, en todo caso. Aunque siempre quede el consuelo, semejante al que han deparado otras despedidas semejantes, de que el Maltés sobreviva en los corazones de quienes bien le han querido. Es un triste consuelo, pero consuelo al fin: de otros bares jamás se podrá decir lo mismo. Claro que existe una explicación para que en su adiós siga reconfortando a sus fans, para que continúe brillando su luz allá al fondo de la calle Bretón: como la propia Nuria confiaba en aquella entrevista, la clave de su éxito residía no tanto en su oferta hostelera como en lo antedicho. Su estatus de brújula logroñesa para espíritus indómitos, rumberos y rocanroleros. Porque el Maltés, subrabaya ella, “es como una burbuja, como un agujero negro». Ese cosmos se dispone a perder una pieza, mientras al fondo suena Gato Pérez, por ejemplo. O las evocadoras palabras de Nuria, que piden mármol: «Tanto doy a mis clientes, tanto dan ellos».

Diste tanto, Nuria. Diste mucho. Diste demasiado.

P.D. Quienes hayan conocido a Nuria en su actual encarnación, no habrán olvidado anteriores apariciones estelares al frente de ciertas barras conspicuas. Plas o Isopo, por ejemplo, locales que duermen el sueño de los justos y apenas dirán algo a las generaciones impúberes. Defendió también otros bares de la vecina Laurel y encontró su sitio hace 18 años en este breve y subterráneo espacio, cuya atmósfera inigualable le tiene como jefa suprema. Sola, o en compañía de otros. Sus parroquianos predilectos, entre quienes Nuria citaba en aquella entrevista al célebre Walsky. Así que se hará raro: se hará raro tropezar con esa puerta cerrada. Sin Walsky dentro. Sin Nuria sentenciando lo siguiente: «Aquí se  bebe de todo. Bueno, mis clientes en realidad se beben  lo que yo les ponga».

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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