Desde el siglo pasado, el maestro Eduardo Gómez mantiene la costumbre de fijarse en qué bares logroñeses deciden abrir sus puertas en las vísperas mateas, sospechando con buen criterio que los promotores de tales proyectos entienden que esos días festivos harán sonreír a sus máquinas registradoras con mayor alegría que durante el largo otoño y el interminable invierno. Pero hoy ni siquiera las vísperas son lo que eran. Quiere decirse que los bares que abren por San Mateo en realidad planifican su inauguración con mayor antelación, en la esperanza de que la avalancha de público pille bien engrasada su maquinaria y la clientela salga por lo tanto conforme (incluso satisfecha) de la visita y propague la buena nueva con un suplemento adicional de entusiasmo. De modo que el improbable lector deberá anotar que desde agosto cuenta Logroño con alguna (escasa) novedad en materia de bares destinados a relucir en perfecto estado de revista en cuanto sus potenciales clientes escuchen los sones del cohete mateo. Que está a punto de hurgar el cielo.
Así que retomo aquel viejo hilo que un día abrió Gómez y repaso en estas líneas las novedades que cristalizan en el corazón del Logroño de toda la vida y las que afloran también en las calles más alejadas del centro. En este apresurado (e informal: disculpas a quienes omita) recuento debo empezar anotando una reaparición muy querida: el Zikos de Ingeniero Lacierva, negocio experto en reencarnaciones, protagoniza una nueva resurrección que, de momento, no adopta la forma de pollo asado que tantos éxitos deparó al histórico local. Pero está abierto, que es lo que cuenta. Listo para las fiestas.
Más novedades, cerca de la Gran Vía: la emergente Gil de Gárate protagoniza su propia dosis de movimientos, con el reciente traslado del Beitia desde la esquina con Somosierra a un emplazamiento más espacioso, cerca de Pérez Galdós, que permitirá a sus ideológos lucirse con la oferta de tapas que le han dado justa fama, ahora se supone que aún más apabullante y adictiva. Cerquita se anuncia la apertura inminente de un par de restaurantes, sendas aventuras más gastronómicas que hosteleras, pero que merecen también nuestros parabienes y apuntan hacia la consolidación de esa calle como una alternativa fetén a los itinerarios clásicos. Lo dicho: Gil de Gárate no para.
No lejos de allí, cruzando ya la Gran Vía, topamos en avenida de Portugal con otra novedad. En esa calle alzó con éxito su propuesta todoterreno el bar Asterisco, que anda de mudanza. Se traslada a Portales, donde antes acampó La Gitana Loca, con esa misma oferta de bar hábil durante casi 24 horas, del desayuno a la copa, pasando por el cafelito matinal, el aperitivo y cuantos tragos y bocados quepan en un día… Una aventura que tardará en cristalizar hasta octubre: durante fiestas recibe a sus incondicionales en su ubicación habitual.
Ese mismo centro logroñés adonde se muda el Asterisco acumula las principales novedades, empezando por la principal: la reaparición de La Granja, rebautizada ahora como Morgana. Y un carrusel de aperturas con epicentro en la misma calle, San Agustín, la cual merecerá un día de estos su propia entrada. En concreto, tres novedades que aún no lo son pero aspiran a serlo: en la esquina con Gallarza, donde antaño se alzó el comercio de ropa San Bernabé, y más arriba (donde tenía su tienda Ursicino Espinosa y donde los comestibles de Ascacíbar, junto a El Soldado) se anuncian otros dos nuevos bares, que corroboran el dinamismo de esta calle tan querida para todo logroñés.
Y más novedades… que no lo son tanto. Porque, como advertía al principio, a veces no conviene esperar a San Mateo para abrir un bar. Porque sus promotores se pierden el verano logroñés, con sus terrazas como las que colonizan la calle Bretón, que es donde el amigo Álvaro prueba de nuevo suerte (y la tendrá, porque la merece) con otro local de brillante atractivo. Se llama El Club, ocupa el antiguo emplazamiento del desaparecido Berlín y ha obrado el milagro de consolidarse, al poco tiempo de su apertura, como el típico sitio donde hay que ir. Para ver y ser visto. Y para nutrirse de su espléndida oferta cervecera.
De momento, fin de la historia. Con seguridad nacerán otros bares de aquí al San Mateo del 2019. Y algunos mantendrán la costumbre de inaugurarse en vísperas de fiestas, para dotar de una actividad superior a la concentrada en el programa mateo que perpetra el Ayuntamiento cada año. Aunque ni lo uno (la iniciativa privada) ni lo otro (la pública) eclipsan la evidencia auténtica de cada semana festiva: que el bullicio está en la calle. Y que los protagonistas de semejante frenesí, desparrame y descontrol somos usted, improbable lector, y quien esto escribe. Vulgo, los logroñeses. A quienes dedico estas líneas y animo a brindar por el patrón como lo hicieron nuestros antepasados: con zurracapote.
P. D. No sólo de bienvenidas se configura el menú mateo en materia de bares. También (ay) son numerosos los adioses. Muy sentidos en un caso que me toca especialmente: el amigo Manolo cuelga el mandil y deja a los feligreses de El Soldado de Tudelilla medio huérfanos, a la espera de que resucite (pongamos una vela a San Agustín en su hornacina cercana). Y otra despedida también muy sentida: la de Nuria, que cierra el Maltés de Bretón a finales de mes. Ambas desapariciones ya han sido aquí glosadas. Al contrario de otra, la de El Pórtico de la calle Mayor, bar que no me ha tenido entre sus fieles: cosas de la edad. Que no me impiden derramar otra imaginaria lágrima por su difunto destino, que ya acecha. El mismo que espera a ciertos bares también muy clásicos, de cuyo incierto futuro daremos cuenta uno de estos días. Seguiremos informando.