Servidor no sabe gran cosa de vinos. Distingue desde luego un tinto de un blanco (creo) y recuerda que en esta materia le ha sido de gran utilidad el consejo ya añejo que le proporcionó un antiguo presidente del Consejo Regulador, un principio que tomó prestado a Perogrullo pero que tiene su aquel: el mejor vino es que el más te gusta. Es decir, que no debería nadie dejarse intimidar por la (presunta) sabiduría de (presuntos) acreditados catadores, adictos tantas veces a una jerga indescifrable, ni caer en la pamema de presumir de unos conocimientos de los que carece. El vino, me parece, nació para disfrutar con él. Convertirlo en una religión muy seria y muy sesuda atenta contra su naturaleza hedonista.
He dicho.
Valga este preámbulo para justificar una reciente expedición… de apenas unos pocos pasos. Sin salir de Logroño: en la calle Santa Isabel, cerquita de esta casa que con tanta paciencia me acoge, se ubica un imprescindible lugar de peregrinaje para los amigos de la auténtica bandera de La Rioja. Su vino. Allí se aloja la única bodega urbana de la que usted tendrá noticia porque en efecto lo es: una bodega ubicada en el corazón de Logroño, nada menos. Con su prensa, su línea embotelladora, su encapsuladora y su maquinita para encorchar. Con sus barricas y sus botellas. Y por supuesto con sus vinos. En apenas 150 metros cuadrados, Javier Arizcuren (arquitecto y bodeguero, riojano de Quel) ha ideado este experimento muy singular, desbordante de encanto. Como sus vinos. Elegantes, singulares, sabrosos: dos monovarietales, uno de mazuelo y otro de garnacha. Que se ofrecen al final de la breve pero interesante visita para confirmar lo intuido: que no hay un único Rioja. Que en esta denominación caben todos. Y otra epifanía: que en cada rincón de Logroño puede brotar un bar. Aleluya.
Se trata de una experiencia memorable que invito a compartir. La bodega urbana se aloja junto al propio despacho del arquitecto, que puso los ojos en este local luego de comprobar lo imposible de simultanear ambas ocupaciones, trasegando (nunca mejor dicho) entre la capital y los viñedos queleños. Así que puso a trabajar su magín y alumbró esta especie de homenaje a Liliput, sector enológico. Porque su bodega es eso: una bodega. Y lo es con todas las bendiciones, puesto que dispone de cuantos elementos dan sentido a tal condición, pero lo es además a escala: la nave de barricas se recorre en unos pasos, los ingeniosos útiles de elaboración se arraciman discretos en un rincón al final del paseo y las botellas reposan en sus jaulones también muy contenidas en número. Se trata de una producción escasa en cantidad por la propia peculiaridad del proyecto pero de elevada calidad: viñas viejas, rendimientos muy calibrados, mil detalles en el tratamiento del fruto, mimos y más mimos a las uvas para que alumbren estos vinos tan sutiles, tan diferentes… Y tan exquisitos.
La visita concluye en la antesala/vestíbulo por donde, una vez reconvertido el conjunto del espacio durante estas hermosas fechas de otoño, ingresa la uva en vendimias, recién llegadas desde la comarca antes conocida como La Rioja Baja. Porque estamos ante una bodega, habrá que insistir, bien que reducida de espacio. Ajustada a las características de los breves metros cuadrados con que cuenta pero una bodega en todos los sentidos. Con su coqueta barra, que sirve como bar, razón por la cual merece también aparecer en esta entrada. Donde se ofrece al visitante la degustación de sus vinos, con una explicación, detallada y muy necesaria de su origen y método de elaboración, vista su singularidad. Con el recuerdo del terruño donde nace todo este proyecto, al pie del Monte Yerga. Fincas magníficas que desmienten lo antedicho: que Rioja sólo hay uno. Falso. Y que sólo hay un tipo de bodega. Falso, también. En Rioja las hay de todos los tipos y cada vez más consagradas a ejercer también como bares. Pero urbanas, ese tipo de bodega de garaje tan propia de otros lares (Francia, sin ir más lejos que a los Pirineos), sólo se conoce esta del señor Arizcuren. Hay mil vinos, centenares de bodegas y también infinitos bares: pero tan curiosos y coquetos como éste de la calle Santa Isabel… A mí la verdad es que no se me ocurre. Y pienso además que ya están tardando otros audaces emprendedores en seguir este ejemplo: bares solo de vinos. Bares con el zumo de uva recién exprimido. Los bares más riojanos.
P. D. El hermoso proyecto de Javier Arizcuren está emparentado con otro caso semejante, el de la llamada Bodega Urbana, ubicada en la querida Bilbao: en la Gran Vía dedicada al ilustre riojano Diego López (de Haro), propone su propio recorrido por (en efecto) el mundo del vino. Un estupendo espacio con vistas al parque de Doña Casilda, donde además de custodiar los vinos que allí se embotellan se ofrecen también, por supuesto, para su degustación y dispone de una sala para taberna donde se completa el recorrido llenando la panza. Lo cual confirma mis sospechas: en realidad, los de Bilbao son riojanos. Pero no lo saben.