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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Choca2: un adiós que ojalá sea un hasta luego

Churros y chocolate en el Choca2, en las manos de Juan Manuel. Foto de Juan Marín

 

Drama mayúsculo en Logroño, que pasa desapercibido estos días. Comprensiblemente: entre que nos volvemos de repente vascos, con lo cansado que tiene que ser eso, o nos invade Cataluña, que tiene que ser también otro horror, y el resto de catástrofes cotidianas que golpean la actualidad, parece que no queremos darnos cuenta de la auténtica tragedia que transcurre ante nuestros ojos: nos estamos quedando (casi) sin churrerías. No sólo cierran El Soldado y el Maltés, hitos sombríos del sombrío otoño logroñés, sino que también debemos despedirnos de quienes defienden en la calle Beti Jai la céntrica Choca2, que tanto hizo por reconfortarnos durante el largo invierno de nuestro adolescencia con su infalible receta: chocolate, por supuesto. Pero con su ración de churros.

El Choca2, que ha llegado a tener otras encarnaciones diseminadas por la ciudad que a continuación merecerán su propio relato más abajo, se despide a finales de año: el 31 de diciembre si nadie lo impide. Por el motivo conocido en otros casos semejantes: la jubilación de sus propietarios, Juan Manuel y Pilar, a quienes habrá que desearles como es norma un feliz y provechoso retiro, sin los peajes inherentes al negocio hostelero: “Este trabajo es muy esclavo, sí”, confiesa Juan Manuel. Aunque hay alguna esperanza. Que algún alma intrépida se anime a tomar el relevo de sus actuales dueños y reabra sus puertas para que no se interrumpa la dichosa trayectoria de un local que provee de un tipo de bocados (el churro, monumento español al llamado dulce de sartén) que juzgo en retirada, ahora que se implanta entre nosotros la norma de lo nutritivamente correcto. “Ya nos dicen nuestros clientes que ojalá lo coja alguien y lo haga igual de bien o mejor que nosotros”, explica su todavía dueño, veterano de la hostelería logroñesa, a quien el improbable lector tal vez recuerde al otro lado de la barra en el Alevi o en el Ramsés, la discoteca vecina.

Aunque Juan Manuel no parece muy optimista. Por razones que se escapan de nuestro entendimiento (el suyo y el mío), la religión del churro no dispone por Logroño de los devotos que sí encuentra en lares cercanos. De hecho, apenas otros negocios perpetúan este desempeño, que antaño era más habitual: cuando, a finales de los 70, abrió sus puertas en la antigua Capitán Cortés, un empeño de su primer propietario, Jesús. Cuya prole mantiene viva la llama en el Choca4 de Jorge Vigón, último eslabón de una cadena de locales que se había inaugurado en la calle Caballerías como Choca, a secas. Sin números. De allí se mudó a su actual ubicación y allí tomó poco después el negocio bajo su tutela la pareja formada por Juan Manuel y Pilar, primero con un socio, luego en solitario. Corría el verano de 1982. 36 años después, se despiden. ¿Quemados? ¿Más quemados que el palo del churrero, según la célebre frase del vulgo? Juan Manuel se ríe: “El palo no sé. Los quemados somos nosotros”.

El Choca2, en realidad, engendró con el tiempo algún otro establecimiento semejante, aunque pilotado por otras manos. Como el apellidado 3, ubicado en el pasaje entre República Argentina y Gran Vía. Donde aún despacha esa mercancía que enuncia su propia nomenclatura: Cho (de chocolate) y ca (de café). Y sobre todo, churros, aunque entre los logroñeses no cunde esa cultura churrera que Juan Manuel sí detecta en sus excursiones fuera de la ciudad. Abierto desde las ocho de la mañana, temprana hora propia de los negocios de este linaje propicios para el desayuno reparador, entre su feligresía han sido siempre muy celebradas otras golosinas, como sus legendarios emparedados, que también se preparan para la jubilación. Mientras llega ese día, Juan Manuel repasa las churrerías que sobreviven en Logroño y no: no le salen muchas. Una en García Morato, aquella en avenida de Navarra, otra en Pío XII… O las mencionadas hermanas pequeñas del Choca 2, que se ganó un sitio en el Olimpo de bares logroñeses no sólo por la calidad excelsa de sus churros sino porque además aportaba otro valor intangible: su condición de escenario para el cortejo entre las parejitas que al calor de las tazas de chocolate se juraron amor eterno, al que ahora decimos un adiós que ojalá sea un hasta luego. Fueron los abuelos y los padres de quienes hoy practican aún el mismo rito. Los que todavía bajan sus escaleras, se acomodan en los coquetos veladores de la izquierda y se rinden al suculento ejercicio de desayunar o merendar como lo hicieron sus antepasados. Últimos eslabones de una estirpe de adictos al churro a quienes cada vez nos lo ponen más difícil. Los que derramaremos en Nochevieja una imaginaria lágrima por los días dichosos en que la felicidad (y el futuro) cabían en una taza de chocolate.

 

P. D. Buenas noticias para empañar la desaparición del Choca, salvo que medie un milagro de aquí a fin de año, y de paso para desmentirme mis fúnebres augurios. Desde el lunes están operativas las churrerías repartidas por la ciudad, esos improvisados altares del churro autóctono que llevaban un tiempo viviendo en el limbo. Porque desde que el Ayuntamiento anunció la concesión de puestos, trámites administrativos han demorado su apertura que sin embargo ya es un hecho, según explican desde la Casa Consistorial, desde donde detallan su emplazamiento: Glorieta del Doctor Zubía; plaza del Alférez Provisional; parque Gallarza; parque del Oeste; parque de Las Gaunas (junto a Avenida del Club Deportivo); parque Rosalía de Castro (Cascajos); parque Picos de Urbión; parque de La Laguna; plaza Primero de Mayo; y calle Club Deportivo. Quedan ustedes informados. De nada. Y que aproveche.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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