Como avisaba en una entrada anterior, la evolución de las series televisivas consagra un esquema de guión que, en el caso de las comedias de situación, puede formularse así: una historia general más dos secundarias es igual a un decorado principal y dos secundarios. Es entonces cuando aparece por regla general nuestro amigo el bar. Que ocupa un espacio episódico en series como ‘Dos hombres y medio’ (y ahí tenemos a Charlie Sheen haciendo de sí mismo mientras pide otra copa en el bar de guardia, que en algún lado leí que se llamaba Harpers), pero que ejerce a veces un papel protagonista: qué seria de los amigos de ‘Fiends’ sin su Central Perk, falso café regentado por el gran Gunter, con su sofá y sus mastodónticas tazas y sus gigantescos platos…
Imposible imaginar a sus hermanos pequeños (Barney y el resto del elenco de ‘Cómo conocí a vuestra madre’) lejos de McLaren´s, bar imaginario (aunque por internet encuentras a quien asegura que es real… y también que Elvis vive) empotrados siempre en la misma mesa y sometidos a una dieta que definitivamente ha dejado atrás las infusiones y la cafeína de Ross, Phoebe y resto de la alegre pandilla en favor de tragos más maduros, más acordes con la nueva era. Ahí tenemos la primera (gran) diferencia: el punto bobalicón de los clientes de Central Perk frente a la obsesión por el alcohol y el sexo de la cofradía de McLaren´s. Es decir, del humor naif y un punto ñoño a la comedia gamberra: eso es lo que denominan un salto generacional.
Los dos bares quedan emparentados en nuestro imaginario televisivo por una razón de peso: tienen muy buena pinta. No son Cheers, pero a uno no le hubiera importado tomarse un capuccino con Jennifer Aniston o una copa con cualquiera de las amiguitas de Barney. Ambas son barras a la neoyorquina, sin ese punto canalla que sin embargo el cine ha sabido capturar mejor: desventajas de tener que inventarse una historia para todos los públicos. Problema del que carece el rey de los bares televisados, situado al otro lado del río Hudson: esto es, la diferencia entre la glamurosa Manhattan y la sórdida Nueva Jersey. La diferencia llamada Bada Bing, estupendo tugurio multitarea propiedad de Silvio Dante, lugarteniente de Tony Soprano.
En el Bada Bing, clave de arco del conjunto de la serie, se puede tomar una copa de alta graduación etílica, por supuesto, pero sirve para más cosas: ver cómo se contorsionan las remesas de siliconadas bailarinas en top less que forman parte de los atractivos del local. Sirve para los almuerzos de la tropa del gang mafioso, instalados sus miembros eternamente en esa rebotica que también se puede emplear como escenario de un crimen o de varios. Sirve para el trapicheo de droga a cargo de los amigos de Bin Laden. Sirve para tertulias inacabables sobre esto o aquello, bien regadas de pastrami. Sirve como centro de negocios, puesto que en su seno se diseñan operaciones de cierta envergadura delictiva como bien sabe el FBI, cuyos agentes acostumbran a visitar el garito para sortear (o no) la tentación del soborno. Además, pone buena música: Jefferson Airplane, Elvis Costello, Otis Redding, los Kinks, los Rolling, Dylan…
No tiene gran mérito: conocemos al pinchadiscos, porque a Silvio lo encarna con singular intuición Steve Van Zant, músico fetiche de Bruce Springsteen. El hostelero perfecto: aguien acostumbrado a hacer la vida mejor a sus jefes. A The Boss, por supuesto; también al cabecilla de los Soprano; y, obviamente, a nosotros: a los que pagamos esta ronda televisada.
P.D Gracias a Gustavo Franco, creador del blog tribunalatina.com, me entero de que ‘bada bing’ es una expresión reconocida por el Diccionario Oxford de Inglés para enfatizar que algo predecible y con esfuerzo ocurrirá. Algo violento. Según relata Franco, los creadores de Los Soprano, se inspiraron para bautizar su garito en una escena de El Padrino: cuando Al Pacino (Michael Corleone) explica a su hermano mayor heredoro del clan, Sonny Corleone (interpretado por James Caan), cómo hacerse con la supremacía de las familias mafiosas, éste lo subestima y le asegura que muy probablemente alguien podría apuntarle en la sien con un arma y hacer “bada bing!”. Y por cierto que el club existe, aunque no con ese nombre: es en realidad un club nocturno en la Ruta 17 en Lodi (Nueva Jersey) llamado Satin Dolls.