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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

El bar más barato

 

Años 80, sábado noche. Impulsados por una noticia que esa mañana firmaba en el decano de la prensa regional el maestro Eduardo Gómez, un grupo de logroñeses ingresa en el hoy difunto bar Gallo de Oro (hermoso nombre), ubicado en el corazón de la gran ciudad de Cenicero. Resulta que según las pesquisas del caballero logroñés perito en bares, ahí se aloja el bar más barato de toda La Rioja. Se deduce de la exigua derrama que exige su combinado estrella, que en efecto se despacha en la castiza barra a un precio propio de la primera postguerra: siete pesetas por una copa de anís (entonces aún se bebía anís) y una rosquilla. Ni el licor ni el bocado resultan memorables, vistos retrospectivamente. Pero sigo sin olvidar aquel momento en que la parroquia habitual compartió con unos recién llegados la ingesta diaria de aquel reparador matrimonio entre anís y rosquilla, que representó para nosotros una novedad absoluta y sobre todo muy barata. Para hacernos una idea: calculo que por entonces el chato de vino en Laurel, al que éramos adictos, se tarifaba a cinco calas. Alguno lo servía a seis, una faena que obligaba a llevar siempre pesetas sueltas en el monedero para allegar una de ellas al duro de rigor, con la efigie del inhumano recién exhumado. Vinos que se servían en vasos de culo de botella, con retrogusto a alquitrán. Así que por un poco más te dieran en Cenicero más o menos de merendar nos dejó conmocionados. Viva el Gallo de Oro.

La conmoción persiste. Paso a menudo junto al local bajo los portalillos de Cenicero donde sobrevive el cartel del Gallo de Oro y me veo de nuevo probando aquel néctar. Y me veo además preguntándome dónde se despacha hoy una oferta semejante por un precio similar. Es decir, dónde se encuentra en Logroño en nuestros días un bar donde, por un precio tan contenido como aquél, el cliente se tropiece con un regalo más o menos parecido. Según mi humilde experiencia, quien pretenda un milagro similar deberá como primera medida abandonar el centro de la ciudad. Peregrinar por lo tanto a los barrios periféricos, cuya oferta se caracteriza en efecto por una política más conservadora en materia de precios. Lo puede comprobar quien se acerque por las calles (bien céntricas, por cierto, aunque unas manzanas más allá del corazón histórico de la ciudad) de Gil de Gárate y alrededores, donde te cobran en determinados casos con tarifas anteriores a la llegada del euro. Otros, por el contrario, se están subiendo a esa parra donde resultan inalcanzables: cosas de la gentrificación. El camino por donde se empieza a morir de éxito.

Algo similar ocurre en la proteica escena de avenida de la Paz, un entorno donde todavía se encuentran ciertas gangas en los bares de toda la vida donde, de propina, te regalan una generosa ración de sabor local: esa clase de folclore que está abandonado los bares del centro con la llegada de la uniformadora globalización, ese otro dolor de muelas. Pero si el improbable lector hace suya la duda que titula estas líneas (cuál es el bar más barato de Logroño), la verdad es que no sabría que responderle. Salvo orientarle, como se aconsejaba un poco más arriba, que dirija sus pasos hacia zonas más alejada del entorno del Espolón y usted ya me entiende. ¿Dónde? Responde a esta pregunta con una posible guía de urgencia el antedicho maestro Gómez, don Eduardo. Que me cuenta lo siguiente, algunas pistas: por ejemplo, el Vista Alegre, ubicado en la calle Cigüeña. Donde por apenas 80 céntimos (repita conmigo: 80 céntimos) se sirve un vino de Rioja o un corto de cerveza ¡¡¡acompañado por una minitapa de paella!!!. Incluye gamba y almeja, ojo. Y cerquita, en Beatos Mena y Navarrete, por ese mismo exiguo precio se ofrece en el Kebel el invierno que ya acecha un reconfortante caldito junto con una empanadilla. No lejos, el Armando de la calle Autonomía despacha en versión menú del día eso que en Francia llaman medio menú. Atentos: plato de cocido, con pan y vino a un precio de 6,50 euros.

Son son eso. Ejemplos. Que ocurren como se advertía en esa esquina de Logroño, donde otros bares (Virginia, Iris, La Cortijana: suelto los que vienen a la memoria a bote pronto) compiten en ofrecer una propuesta más que digna (dignísima) sin que tiemble la billetera de sus feligreses. Según mis cuentas, de todos modos, ninguno alcanza el récord de aquella combinación tan fetén. Copa de anís y rosquilla por siete pesetas, es decir: 0,042 euros. Se me saltan las lágrimas. Mientras alguien se anima a iluminar mis pasos por Logroño en busca de chollos semejantes, prometo inclinarme de rodillas cada vez que cruce ante la cerrada sede del Gallo de Oro de Cenicero. Y así mi memoria volverá a saborear aquella delicia. También mi cuenta corriente.

P. D. Entre los numerosos bares que abriría si el dios que los alienta me concediera ese deseo, me volviera loco en plan tío Gilito y derrochara billetes sin cuento para liarme esa manta a mi loca cabeza, figura desde luego en primer lugar La Granja, querido local de Logroño tan maltratado que me obliga a derramar una imaginaria lágrima cada vez que paso ante sus puertas y acelero la caminata para no ser testigo de tanto horror. Pero el Gallo de Oro estaría en segunda posición. Lo recuperaría tal cual lo recuerdo: con su decoración tan camp intacta, incluyendo la fauna de amables parroquianos que nos acogió en aquella primera y única visita. Cuando regresamos, el bar ya no estaba allí abierto. Siempre sospeché que algo tuvo que ver esa política de precios tan agresiva.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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